Agosto es la traslación a la pantalla grande de la
obra teatral de Tracy Letts, dramaturgo que, por otra parte, también se ha
encargado de escribir su libreto cinematográfico. Producida, entre otros, por
George Clooney y dirigida por otro guionista y productor, John Wells -el mismo
que hace unos años dirigiera la interesante (aunque irregular) The Company Men;
la película nos sirve en bandeja de plata los secretos e insatisfacciones de los
miembros de una familia que se reúnen al completo motivados por la desaparición del padre de familia de su domicilio conyugal.
Tres hermanas y una madre aquejada de un cáncer de
boca en estado avanzado. Junto a ellas, sus respectivas parejas, sus tíos y,
cómo no, sus hijos. Nada ni nadie es tan perfecto como parece a simple vista. Ni
siquiera la desaparición del padre está muy clara. La tragedia está a punto de
explotar en el seno de la familia Weston y, con ella, un asfixiante desfile de recelos y
sentimientos que nunca antes habían aflorado de manera tan rotunda.
Sin esconder en ningún momento su procedencia
teatral y ambientada, en su mayor parte, en el interior de la casa propiedad de
Beverly y Violet Weston, la cinta hace palpable al espectador ese calor tan
propio del Medio Oeste norteamericano en plena canícula veraniega. Una casa cuyas paredes se han convertido en testimonio de excepción de un sinfín de confidencias y sucesos ciertamente dolorosos;
sucesos que, a marchas aceleradas, irán saliendo a la luz para acabar de
desmoronar del todo a una familia en plena ebullición psicoterapéutica.
Calurosa, tensa e incluso claustrofóbica. Un
crescendo melodramático, lleno de sorpresas en su narración, que marcarán para
siempre la vida de los Weston. Un guión conciso, sin florituras innecesarias,
que poco a poco y con la ayuda de la excelente banda sonora de Gustavo
Santaolalla, va perfilando los caracteres de cada uno de sus protagonistas. Drogadicción,
alcoholismo, racismo y relaciones sentimentales muy poco claras. En casa de los
Weston hay un poco de todo. Y John Wells, con la ayuda del propio Tracy Letts, destapa
cada uno de los insondables misterios que, desde hace años, ha ido marcando la
naturaleza de sus implicados.
Chris Cooper, Ewan McGregor, Margo Martindale,
Delmot Mulroney, Julianne Nicholson, Abigail Breslin, Juliette Lewis, Benedict
Cumberbacht o un fugaz (aunque impresionante) Sam Shepard, conforman sólo una
parte de ese extraordinario plantel de actores que, con su trabajo, brindan al
espectador un inolvidable festín interpretativo. Y, coronando ese bullicioso y
talentoso cuadro escénico, un par de guindas de lo más sabroso, dos señoras de
aúpa en un duelo melodramático de alta envergadura: Meryl Streep y Julia
Roberts; Streep vs. Roberts. La primera dando vida a Violet Weston, una madre
enfermiza, adicta a las pastillas y dotada de una provocadora lengua viperina con
la que está dispuesta a no dejar títere con cabeza, mientras que la segunda, la
Roberts, a través de una de sus mejores actuaciones en años (atención a sus controladísimas
y sobrias miradas de odio), cargando con el rol de Barbara Weston (Barb para los
más íntimos), la hija mayor de Violet y Beverly, una mujer que, aparte de
lidiar con un matrimonio fracasado y una hija en plena edad del pavo, no
dejará de sorprenderse ante el cúmulo de confidencias que se irán desvelando
ante ella.
Dicen que en todas partes cuecen habas. Pero, en
casa de los Weston, las cuecen tanto que incluso llegan a quemarlas. Todo un
irrenunciable festival de sentimientos encontrados y familias en pleno proceso
de descomposición. No la dejen escapar. Las emociones están a la orden del día.
5 comentarios:
Aburrida como ella sola, lo unico que se salva es Meryl streep
yo tambien considero que es un poco aburrida
Maese Spaulding, la ha palmado Phillip Seymour Hoffman. De sobredosis.
Lo sé, Sr. Lechero, lo sé... La noticia me ha dejado completamente frío, pues era uno de los actores del panorama actual con el que más sintonizaba. Hoy, en esta página, tendrá su debido homenaje.
Yo me quedé muy sorprendido al saber que tenía solamente cuarenta y seis años. Tenía ese color de pelo y ese aspecto con el cual lo mismo se podía tener treinta y tantos mal llevados que sesenta y pocos. Por cierto, me apuntan que Maximilian Schell también ha pasado mejor vida.
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