31.12.05

Recapitulando (y II): Lo más peor del 2005

Al igual que en el listado anterior. De menor a mayor grado. O sea, de lo peor a lo más nauseabundo y pestilente:

10.- El Método. O cómo montar una estructura argumental prometedora y destruirla en pocos segundos de metraje, en menos que canta un gallo. Un quiero y no puedo, capaz de desperdiciar la presencia de un buen grupo de actor y de aniquilar cualquier atisbo de verosimilitud con sólo dos líneas de guión.
(crítica)

9.- Entre Copas. Todo un catálogo sobre enología y, al mismo tiempo, un sorprendente compendio de pedanterías sin límite. Reiterativa, burda y sin historia alguna que contar. Una road movie con poca road y demasiado vino. El bla bla bla cinematográfico más plomizo y somnoliento del año. Ideal para charlatanes de esos que pían mucho y no dicen nada.
(crítica) 8.- Frágil. El innecesario retorno de Baja Ulloa al mundo del cine. Con intenciones satíricas, lo único que destilan sus imágenes son pura ñoñería. Un love story edulcorado y ridículo, con forma de cuento infantil que hubiera hecho las delicias de los jerifaltes más cursis de la casa Disney. ¿Sabens aquello de que la belleza está en el interior? Pues eso. Dos horas largas de metraje para eso y para mostrarnos, al mismo tiempo, que hubiera dirigido a la perfección unos cuantos spots televisivos de La Bella Easo.
(crítica)

7.- El Gran Golpe. O cómo disfrazar un panfleto publicitario de una agencia turística en una película de aventuras. Una mínima intriga policiaca (por no decir inexistente), un mucho de publirreportaje en hotel de lujo y un festival de levantamientos de ceja por parte de Pierce Brosnan. Mientras, Woody Harrelson emula a Fofó y la Salma Hayek ejerce de chica florero. Todo un ejercicio de estilo.
(crítica)
6.- El Penalti Más Largo del Mundo. No hay peor cosa que querer ser Berlanga llamándose Roberto Santiago. Y nada más patético que contar con la comicidad enervante de un ganapán como Fernando Tejero ante la imposibilidad, por ejemplo, de tener a mano a un Luis Ciges. Uno de los productos más incomestibles e indigestos del cine español de este año. De juzgado de guardia.
(crítica)

5.- El Reino de los Cielos. Una manera como otra de dar al traste con cualquier atisbo histórico mínimamente real. Mucho presupuesto y mucho figurante (por algo se trata de Las Cruzadas, pues había mucha gente por ahí), pero el rigor no asoma ni por casualidad. Cine épico anquilosado, aburrido e interminable. Y, de propina, el soso del Orlando Bloom. ¿Ustedes creen que un chico, con nombre de insecticida, puede triunfar en la pantalla grande?
(crítica)
4.- Los Renegados del Diablo. Sangre, miembros amputados y mucho desperdicio anatómico por los suelos. Un par de referencias cinéfilas (incluidos los hermanos Marx) y poca cosa más. El vacío cinematográfico más profundo. La violencia por la violencia. La gran bufonada del año que, con la excusa de ser la película más gore de todas, intenta ganar adeptos para su variopinta secta al precio que sea. Apunten el nombre de su realizador, Rob Zombie: músico, director, productor, guionista y payaso. Con un poco de suerte, descubrimos que también ejerce de castañera.
(crítica)

3.- La Isla. Un mucho de La Fuga de Logan, otro poco de Coma, unas gotitas de Blade Runner y una sobredosis de tontería. Haga usted su propia película partiendo de retales de otras. No es necesaria mucha inteligencia, sólo un poco de picardía. Y si coloca tres o cuatro helicópteros y después los estrella, mejor que mejor. Aunque, tratándose de cine espectáculo, sus pasajeros no han de salvarse jamás. Siempre es más efectivo y parece más real.
(crítica)
2.- La Leyenda del Zorro. No hay nada más triste que intentar sacar rendimiento a un título valiéndose de otro anterior. Un cúmulo de despropósitos para lucimiento exclusivo de unos insalvables Banderas y Zeta-Jones, a los que se suma un niño repelente con ínfulas de Joselito. Mucho mamporrazo y tortazo para abrigar, en el fondo, un ferviente canto a la unidad familiar. En definitiva, la cara opuesta de la moneda de la magnífica Una Historia de Violencia.
(crítica)

1.- Primer. El snobismo llevado al máximo. La pedantería de no decir nada y simular contar mucho. Y quien no la entienda, es porque no quiere o porque es corto de entendederas. Matemáticas y viajes en el tiempo. O, lo que es lo mismo, cuatro tíos con corbata y en mangas de camisa moviendo muebles en un garaje. El máximo del intelecto humano. Y lo que es peor: muchos aún se la creen. La gran tomadura de pelo del año. ¡Qué tengan ustedes un feliz 2006!

Recapitulando (I): Lo más mejor del 2005

Como cada año, toca hacer balance. Las 10 mejores y las 10 peores películas. Para no hacer un post interminable, las soltaré en 2 entregas. Primero las buenas y esta misma noche, un par de horas antes de las campanadas, las más patéticas.

Y sin más dilación, entremos en materia

LO MÁS MEJOR DEL 2005 (ordenadas de menor a mayor importancia, como sí de una cuenta atrás se tratara)

10.– Tapas. O cómo hacer una película digna con cuatro euros en el bolsillo y un mucho de imaginación y sensibilidad. Humor y emotividad al servicio de un cariñoso homenaje a L’Hospitalet y sus moradores. Y, por extensión, a todas aquellas ciudades dormitorio que albergan a gente humilde y trabajadora.
(crítica)

9.- Dark Water (La Huella). Una lectura mucho más personal e intimista del film, de idéntico título, del japonés Hideo Nakata. Tras Diario de Motocicleta, el brasileño Walter Salles cambió de registro, se puso muy académico y consiguió crear –sólo con sinuosos movimientos de cámara y con la ayuda de la iluminación- una atmósfera de terror y tensión pocas veces alcanzada últimamente en el fantástico actual, a excepción de El Exorcismo de Emily Rose.
(crítica) 8.- El Aviador. Un film realizado con una pasión absoluta y dedicado a un personaje peculiar que albergaba demasiadas pasiones enfermizas en su corazón: Howard Hugues. Un análisis de una degradación física y mental y, al mismo tiempo, un colorista y vibrante retrato del Hollywood de los años 30 y 40.
(crítica)

7.- Life Aquatic. ¿Melodrama? ¿Comedia? Sea como sea, se trata de un film suficientemente atípico como para poder resultar un producto atractivo y con personalidad propia. A través de la figura de Steve Zissou, un oceanógrafo francés, Wes Anderson no reniega de su peculiar estilo para hacerle un guiño cruel al mítico Cousteau y a toda su tripulación, en el que brilla con luz propia un espléndido Bill Murray. En resumidas cuentas: Los Tennenbaums en el Calypso.
(crítica) 6.- Batman Begins. Una magnífica precuela de los Batman iniciados por Burton y destrozados posteriormente por el universo hortera de Schumacher. La sombría y fría historia de una venganza llevada al límite. Detrás de la cámara, la portentosa visualización de Christopher Nolan y, delante de ella, un conciso y eficaz Christian Bale. Y, para romper con el aire gótico de Burton y la estética de revista musical de lentejuelas del realizador de El Fantasma de la Ópera, el director británico opta por una fotografía y escenografía mucho más realista. Sin desperdicio alguno.
(crítica)

5.- El Jardinero Fiel. La industria farmacéutica puesta en la picota por el brasileño Fernando Meirelles. Denuncia social y política, una bella historia de amor y un toque de espionaje resumen un film compacto y valiente, con una de los finales más emotivos e inolvidables del año. Ralph Fiennes, con total corrección, se pone en la piel de uno de los personajes más bien escritos de toda la temporada.
(crítica)4.- La Memoria de los Muertos. El Gran Hermano en nuestras propias mentes, para regocijo de los más usureros de todos: el negocio de las funerarias. Homenajes fúnebres y un toque de fantástico. Una ópera prima sombría y funesta, con un Robin Williams magnífico. Un film académico y sobrio tras el que se esconde un canto a nuestra memoria; a esa memoria que, de vez en cuando, nos juega muy malas pasadas. Tras el jordano Omar Naim, su realizador, se esconde un Shyalam en potencia, pero en honrado y sin tantos giros falsos para deslumbrar a las plateas.
(crítica)

3.- Llámame Peter. Por fin un biopic original e inteligente. Calidad y guión unidos en perfecta armonía, en la que la escenografía y la concepción visual cobran especial relevancia en su narración. Y en el centro de la diana, un personaje complicado y único: el gran Peter Sellers. Un viaje por la vida de éste, orquestado a partir de guiños a su extensa filmografía y con la presencia de un inigualable Geoffrey Rush dando vida al cómico británico.
(crítica) 2.- Million Dollar Baby. Después de Mystic River, Million Dollar Baby. Eastwood está que se sale. Uno de los últimos clásicos en plena efervescencia (con permiso de Carpenter). Una historia de perdedores, enmarcada en el mundo del boxeo femenino y dotada de un giro final ciertamente crudo y emotivo. Difícil no conmoverse con la propuesta. A pesar de no creer en exceso en eso de los Oscar, en esta ocasión la estatuilla estuvo muy bien otorgada.
(crítica)

1.- Una Historia de Violencia. El film más compacto del 2005. Menos de hora y media de metraje son más que suficientes para golpear al espectador en donde más duele. Cronnenberg cambia de tercio, aunque sin abandonar por ello una de las mayores constantes de su filmografía: la de la degradación. En este caso, cambia la degradación física por la de la familia y urde una historia sangrante y brutal desde el mismísimo corazón de Norteamérica. Una maravilla: el American Dream a tomar por culo.
(crítica)

30.12.05

King Jackson

Tras su versión de King Kong, Peter Jackson se ha convertido definitivamente en uno de los reyes de Hollywood. Al contrario que el King Kong de 1976, esa sosería de John Guillermin en la que lo único curioso –vista hoy en día y bajo un prisma histórico- se encontraba en su final (en el que el simio gigante saltaba de una torre gemela a la otra), la visión de Jackson es mucho más romántica y respetuosa con el original de 1933. Tan respetuosa que, incluso, hay planos calcados a los que en su día filmaron Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, como aquel en la que su protagonista femenina, Fay Wray, roba una manzana antes de ser contratada por un director cinematográfico con muy pocos escrúpulos.

El realizador australiano siempre aseguró que su pasión por el cine empezó cuando, de pequeño, vio una emisión televisiva del King Kong clásico. Desde ese momento siempre pensó en dirigir un remake a modo de homenaje. Y, vistos los resultados, no se puede negar que la cinta está hecha con total cariño y consideración hacia el original. Su cuerpo argumental es casi el mismo, con muy pocas variaciones: el viaje en barco hacia la Isla Skull, las aventuras en la espesura de la selva (entre dinosaurios de todo tipo y monstruos gigantes) y el regreso a Nueva York tras la captura del gorila. E igual que en su precedente, dándole una fuerza inusual a la historia de amor entre la bella y la bestia, Kong y Ann Darrow, la bella actriz en paro secuestrada por el primero.

El dominio de la cámara y la brillante utilización de los efectos especiales son un par de temas a los que Jackson, desde su discutible trilogía de El Señor de los Anillos, ya nos tenía acostumbrados. En ese sentido no defrauda en absoluto. Todas sus (numerosas) escenas de acción tienen un ritmo endiablado y todas ellas, de la primera a la última, se amparan en un montaje cinematográfico excelente: en todo momento, al contrario de lo que ocurre en muchos films actuales, se ve perfectamente cuanto ocurre en pantalla.

Muchos aseguran que lo mejor del producto se encuentra en su media hora final, en la que el mono campa a sus aires, furioso, por las calles de Nueva York, destruyendo todo cuanto se cruza en su camino. Yo, al contrario, diría que la cinta empieza a cobrar un empaque especial a partir del momento en el que Kong secuestra a Ann. Es entonces cuando la cinta cobra un tono vibrante en todos sus aspectos, ya que su primera parte (sobre todo su interminable y un tanto aburrida travesía en barco) está demasiado alargada en muchos aspectos. Aligerando un poco de metraje en ese fragmento, hubiera descargado un tanto las 3 horas y 8 minutos de proyección. Tan sólo era cuestión de profundizar menos en según que personajes (como por ejemplo el del capitán del barco y el de un joven traumatizado) a los que, en la parte final, se olvida por completo de ellos. Demasiada paja innecesaria, al igual que esa escena, un tanto innecesario y cursi, en la que la joven, para ganarse la confianza del simio, le dedica unas cuantas piruetas acrobáticas de lo más ridículo.

Los actores, la mayoría de ellos, cumplen perfectamente con su cometido. Naomi Watts, a parte de guapísima, está espléndida: no es de extrañar que una criatura como Kong se quede prendada de ella al instante. Adrien Brody (un actor que jamás me había convencido), en esta ocasión está correcto como el tercero en discordia en ese triángulo atípico, mientras que un cargante Jack Black, con su histrionismo habitual de comicastro barato, rompe cualquier credibilidad dando vida a Carl Denham, el realizador cinematográfico que embauca a todo su equipo en la peligrosa aventura. Y por supuesto, el extinto Copito de Nieve, de quien, según cuentan, se aprovecharon sus expresiones faciales para dar vida al inmenso King Kong.

Un film trepidante, con sus perdonables baches narrativos y su exceso de metraje, deudor directo del King Kong del 33 y, al mismo tiempo, del Jurassic Park de Spielberg. Entretenimiento y gran espectáculo en estado puro. Pero, a pesar de todo ello, me sigo quedando con ese Jackson más intimista y menos ampuloso de Criaturas Celestiales.

27.12.05

Ustedes lo han querido: ALL THAT JAZZ (EMPIEZA EL ESPECTÁCULO)

Al compás del On Broadway de George Benson se abre All That Jazz (Empieza el Espectáculo), uno de los musicales más originales y rompedores de la década de los setenta. Uno de los títulos más personales y con muchos apuntes autobiográficos de su realizador, el también coreógrafo Bob Fosse. Un film que, por otra parte, sigue conservándose igual de fresco que en la época de su estreno.

La cinta es un claro homenaje al Fellini 8 1/2, pero mucho más abierta, en nada surrealista y con una estética más cercana a la de los escenarios de Broadway. En ella, Fosse da un repaso a la vida de Joe Gideon, un hombre que, al igual que él, entregó su vida a la escena, al baile y al mundo del cine; un hombre enfermizo y un tanto déspota, enganchado a las pastillas y fumador compulsivo, al que un mal día el corazón dejará de latirle al ritmo habitual.

All That Jazz es la crónica de una muerte anunciada. Una muerte tentadora con la cara y las formas de una jovencísima y atractiva Jessica Lange la cual, en la recta final de la vida de Gideon -agonizante en la cama de un hospital-, ayudará a éste en el examen de su existencia, al igual que ocurría en la partida de ajedrez de El Séptimo Sello, pero sin sutilezas estúpidas ni dobles e innecesarias segundas lecturas. Y Gideon, sin renunciar a su pasado, se dejará seducir por la atractiva y angelical portadora de la cizaña.

Su guión es excelente. Combina a la perfección varios tiempos diferentes de la biografía de Gideon con el téte a téte de éste con la muerte. Y, por defecto, la película está dotada de un montaje maravilloso y conciso, de aquellos que deberían mostrarse de manera obligatoria en todas las escuelas de cine. Un montaje magistral que sabe adaptarse, como uña al dedo, al libreto original y, ante todo, a sus milimetrados números musicales. En ellos, Fosse volcó toda su sabiduría y elegancia como coreógrafo. Los bailes combinan a la perfección con la imagen. En sus brillantes números musicales, no se le escapó ni un detalle; casi de una precisión cinematográfica tan minuciosa como la de Kubrick. No en vano, en una de las escenas en las que Gideon revisa una escena del film que está rodando (un claro guiño a Lenny), cita con cierta envidia el carácter perfeccionista del realizador de La Naranja Mecánica.

Hay todo tipo de escenas en las que el baile y la música son sus principales protagonistas. Ese era el mundo de Fosse y, en éste film, se decantó por su principal pasión. Alterna los guiños al más puro musical de Broadway con excelentes montajes más modernos y sensuales, tal y como ocurre con el ensayo coreográfico del tema Take Off With Us (un maravilloso y erótico viaje aéreo representado sobre el escenario de una sobria nave neoyorquina) aunque, sin embargo, consigue su escena más entrañable con el baile más sencillo y menos espectacular: una treintañera y una niña, valiéndose de una escalera y un par de sombreros de copa, logran uno de los pasajes más bellos del film. Una cuidada banda sonora, compuesta por Ralph Burns, se encargó del resto.

All That Jazz tiene ritmo y, a pesar de tratar un tema duro, posee un sentido del humor envidiable. Además, por si fuera poco, cuenta con la presencia de un Roy Scheider genial, que demostró su valentía al aceptar interpretar el papel protagonista, a sabiendas de que significaría un vuelco arriesgado en su carrera. En la piel de ese coreógrafo un tanto amargado, consiguió uno de sus mejores trabajos e incluso llegó a marcarse algún que otro paso de baile delante de la cámara. Es una lástima que después de esta película, Scheider se dedicara más a tomar el sol y a ponerse moreno como Julio Iglesias que a buscar buenos productos para seguir reafirmando su apagada carrera.

No hay duda alguna de que los 70 fueron los mejores años de Fosse, en los que brilló, ante todo, como director cinematográfico. Cabaret, Lenny y después All That Jazz. Cada una de ellas posee un estilo propio, pero las tres homenajean con total cariño y sensibilidad al mundo del espectáculo. Tres obras redondas (por no decir magistrales) en muy poco tiempo. Y además, con All That Jazz, concretó su film más íntimo y personal. Un trabajo audaz y atrevido en el que Fosse escupió todos sus conflictos, obsesiones y defectos. Una terapia efectiva y, al mismo tiempo, premonitoria, pues menos de una década después, el coreógrafo moría de un infarto, al igual que Joe Gideon.

Una lástima que, en su edición en DVD, los cuatro inteligentes de turno no hayan subtitulado los números musicales.

26.12.05

Spaulding también tiene su corazoncito (...y, aunque no quiera reconocerlo, se le cae la baba)

En Catalunya llevamos tres días seguidos de comilonas. Cava catalán, vino de La Rioja y turrones. Y familia. Demasiada familia. Con la espesura mental que se alcanza después de tantas horas de relaciones sociales y alcohol, es difícil ponerse a escribir con coherencia sobre cualquier tema.

La próxima semana será densa en Spaulding’s blog, pues King Kong, el nuevo Von Triers, el Ustedes Lo Han Querido y, por supuesto, ese par de inevitables listados con las mejores y peores películas del año, esperan su turno con impaciencia.

Hoy toca el descanso y la reflexión sobre los últimos días. Y, sin lugar a dudas, lo mejor de éstos fue la presencia de mi sobrino Absencito. Ahí tienen la instantánea en la que tio Spauld (aka Tiet Toni), tras alimentar al pequeño con un biberón, se dejó mesar las barbas por él.

A veces, pequeños detalles como éste, salvan la hipocresía de la Navidad.

24.12.05

A pesar de los pesares...

A pesar de nuestro pasado,

de nuestro presente,

de tanto botarate,

de la insolencia,

de la prepotencia,

de la provocación diaria,


y del dogmatismo retrógrado...,


Spaulding y señora les desean una Feliz Navidad.

23.12.05

Bollería y progresismo de andar por casa

Hace tres temporadas, Emilio Martínez Lázaro me sorprendió con una comedia fresca y divertida, El Otro Lado de la Cama. Ese experimento cinematográfico (que, en realidad, bebía directamente de las fuentes del Woody Allen de Todos Dicen I Love You) tenía fuerza y dinamismo. La formula funcionó casi al cien por cien, a pesar de que su historia era poco original. Lios de pareja y adulterios eran la excusa para que el realizador organizase un musical desvergonzado y simpático en el que ciertas canciones populares de los años 80 cobraban un protagonismo especial.

Ahora, tras haberse convertido en uno de los productos más taquilleros del cine español, el realizador ha querido repetir la misma fórmula. Comedia, sexo, canciones y coreografía. Los Dos Lados de la Cama es su título. Ellos, los hombres, del primero al último, repiten su rol. De las chicas sólo queda una, María Esteve; las otras dos son nuevas en la plaza: Lucía Jiménez y Verónica Sánchez.

En esta ocasión, Javier (Ernesto Alterio) y Pedro (Guillermo Toledo) tienen nuevas compañeras sentimentales. El primero está a punto de contraer matrimonio con Marta (Verónica Sánchez), aunque ignora que ésta y Raquel (Lucía Jiménez), la novia de su amigo, comparten una afición en secreto: la bollería. Vaya, que las muchachas se entienden a la perfección en la cama.

El esquema argumental es parecido al de la primera, aunque abre nuevas fronteras en las relaciones de sus cuatro personajes principales. Los matrimonios gays están de moda y, a su manera, Emilio Martínez Lázaro intenta reivindicarlo. Pero todo queda muy forzado. Los chistes son los mismos, calcaditos que en El Otro Lado de la Cama, pero sin chispa (a pesar de haber algún que otro gag aislado). Reiterativa en todos los aspectos, aunque con la variación de la orientación sexual de sus protagonistas.

Y no sólo es repetitiva, pues la película se queda anquilosada a los cinco minutos de su inicio. Es fácil adivinar por donde irán los tiros. No sorprende en absoluto y se muestra Incapaz de ofrecer nada nuevo al espectador. Incluso los números musicales (mucho más sosos en esta entrega) están insertados en la acción de manera abrupta. El frescor del título original queda completamente diluido y, en el aspecto musical, sólo destaca un mínimo fragmento en el que Alberto San Juan canta un trocito del Gavilán o Paloma de Pablo Abraira.

Suerte de las interpretaciones del citado San Juan y de María Esteve. El primero lleva su personaje al límite, huyendo de cualquier tipo de histrionismo y potenciando al máximo sus dotes de comediante (genial las elocubraciones mentales de éste sobre las diferencias horarias entre la Península y Canarias), mientras que la hija de Pepa Flores (aka Marisol) le da una salsa especial al producto con la caricaturización de una chica parlanchina y plomiza.

Ernesto Alterio ni actúa; tan sólo se limita a poner esa cara de lelo a la que siempre recurre en sus últimos trabajos, al tiempo que Guillermo Toledo –con ese incansable afán por convertirse en el actor español más simpático de la actualidad- se decanta por sobreactuar hasta la saciedad. Ellas, las dos recién llegadas, se esfuerzan al máximo por sacar adelante sus respectivos papeles, consiguiéndolo con la ley del mínimo esfuerzo y con pocos riesgos. Y es que, en el fondo, tanto una como la otra, son el pretexto sexual para que el binomio Alterio/Toledo se convierta en el (cargante) centro de atención para el espectador, pues ellas dos acaban viendo reducidas sus intervenciones a la mínima expresión.

Una secuela innecesaria y falsa. Un puro artificio comercial que busca descaradamente volver a conseguir el mismo taquillaje del primer film, aunque para ello tengo que darle un pequeño de progresismo. Bueno... de progresismo de pacotilla.

22.12.05

El último parte médico...

Por fin tengo línea. Vivito y coleando..., a pesar de que Telefónica me haya puesto en su lista negra.

Mañana, si Tutatis y la carestía de la vida lo permiten, este blog volverá a la normalidad.

21.12.05

Mandan güevos... !!!!

Como ven, hace días que no actualizo el blog. Y no es por falta de ganas. Telefónica me tiene hasta los mismísimos... Desde el pasado lunes estoy sin línea. Y, por consiguiente, sin ADSL ¿Bonito, no?

El mismo lunes, al ver que era imposible realizar cualquier tipo de conexión a Internet o utilizar mi teléfono fijo, llamé con el móvil al 1002, el número de averías telefónicas. Me atendió una amable señorita, la cual me hizo conectar un teléfono a la entrada principal para comprobar que el error de la línea no fuera en el interior de mi domicilio. Tras certificar que el error persistía, me aseguró que se trataba de un conflicto de la línea exterior y que, en breve, solucionarían el problema.

La brevedad debe ser un concepto que no conocen los empleados de Telefónica. Eso fue el lunes. Estamos a miércoles. Llevo más de 48 horas sin teléfono ni ADSL. En estos momentos estoy posteando desde casa de mis padres... He realizado un sinfín de llamadas más al 1002. He hablado con todo tipo de voces. La amabilidad de la primera se ha ido convirtiendo en una aspereza creciente, tanto por parte de ellos como por la mía. Personalmente, empiezo a estar hasta los cojones de esta tomadura de pelo.

En las primeras llamadas de queja, reclamando de nuevo la línea, me dijeron que el plazo para este tipo de conflictos es de 24 a 48 horas. Que tomara paciencia. Y, ayer por la noche, en una de tantas reclamaciones más implorando poder estar conectado de nuevo, otra de esas voces informantes me aclaró que el plazo que tienen los técnicos para reparar mi teléfono es de... ¡¡¡48 a 72 horas!!! ¿En qué quedamos, coño?

Tengo claro que, esta tarde, cuando vuelva a llamar pidiendo explicaciones, algún que otro de estos personajillos, me jurará que el plazo de reparación está entre las 72 y las 96 horas. Y, así, poco a poco, hasta Navidad. O Año Nuevo...

Cada vez estoy más de los nervios. Tengo multitud de cosas que contarles... King Kong, Los Dos Lados de la Cama y el pertinente Ustedes Lo han Querido están, al igual que mi línea telefónica, en stand by. Y es que no puedo siquiera seguir los comentarios de ustedes.

Suerte que, al menos, el 1002 es gratuito. De tanto llamarles, acabaré haciendo amistad con todo el personal de esa empresa. Y es que, a cada nueva queja que hago, me pongo más insolente. Hoy, si me veo muy impotente ante el gallito (o gallita) de turno, le solicitaré que me pongan con el mismísimo Señor Telefónica.

Después de ser privatizada, Telefónica está peor que nunca. Y ahora, quieren hacer lo mismo con Sanidad... Tutatis nos pille confesados...

Cuando pueda y alguna ánima bendita me dejé su ordenador, volveré a estar con ustedes. Espero que Papá Noel llegue a mi línea antes de Navidad.

18.12.05

Buitres

Este es un extracto de una conversación telefónica transcurrida en la madrugada del pasado día 17 de diciembre. Exactamente, a las tres de la mañana, hora de Los Angeles. Desde Washington, el que realiza la llamada es un tal Neal, uno de los productores de la serie El Ala Oeste de la Casa Blanca. Su interlocutor, sacado abruptamente de la cama, es Bradley, uno de los guionistas de la serie, alojado en un hotel un tanto destartalado de Hollywood.

- Hola... ¿quién es?
- Bradley, soy Neal.
- ¿Neal? ¿Quién es Neal?
- ¡Coño, Bradley!, ¡soy tu jefe!
(un silencio al otro lado de la línea telefónica)
(se oye toser varias veces a Bradley)
- Dime, Neal... ¿acaso no has visto la hora que es? Aquí, en Los Angeles, pasan pocos minutos de las tres. Y estuve despierto hasta altas horas de la madrugada, retocando el guión del próximo episodio.
- Y bebiendo whisky, claro.
(otro silencio)
(se oye gruñir a Bradley, el guionista)
- Bradley, he de comunicarte algo importante.
- Vosotros siempre comunicáis algo importante. Y más a estas horas...
- La noticia es fuerte... ¿Estás sentado?
- ¿Sentado? Estoy tumbado, en la cama...
- Pues bien. Sigue mis instrucciones. Siéntate y sírvete antes una copa.
- Lo intuyo. Mis últimos guiones no os gustan y estoy en la calle, ¿es así?
- No.
- ¿Pues...? Venga. Suelta ese notición...
- OK. John Spencer ha muerto. Un infarto.
- ¿John Spencer? ¿Estás seguro? ¿John Spencer?
- Sí. Leo McGarry.
(un nuevo silencio en la línea telefónica)
- Estás de broma, Neal. McGarry, últimamente, lleva todo el peso de El Ala Oeste. No me jodas. Dime que estoy soñando.
- No estás soñando. Y mañana rodamos.
- ¿Con el difunto calentito rodáis?
- Te recuerdo que el guión que nos has enviado esta noche por fax ya no es válido. En todas las escenas sale Leo McGarry.
- Pues buscad a un doble, coño...
(se oye una sonrisa burlona por parte del productor)
- Bradley, sal ahora mismo de la cama y ponte a escribir... ¡ya!
- ¿Pero qué coño escribo, por Dios? Al pobre John aún lo deben estar maquillando para ponerlo bonito en el ataúd. ¡Cielos!
- Y tu, ahora mismo, ya deberías estar retocando todo el episodio. Filmamos en 5 horas.
- ¡¡¡Pero si Spencer era el centro del episodio!!!
- Pues que siga siendo el centro... aunque no salga físicamente. Mátalo de alguna manera inesperada.
- ¿Matarlo?
- Sí, cómo sea. Un accidente aéreo, automovilístico, un atentado, otro infarto, electrocutado...
- Neal..., ¿le desplomo todo su despacho en la Casa Blanca sobre su cabeza? Un terremoto. Y, de paso, nos cargamos también la Sala Oval y dejamos tullido al presidente Bartlett.
- ¿No podrías ser más original, Bradley?
- ¿Qué te parece una abducción?

La conversación siguió, con la misma tónica, durante quince minutos más. Al final decidieron que muriese carbonizado en su domicilio.

Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Excepto, por desgracia, la inesperada muerte de John Spencer, a quien va dedicado este post.

Descanse en paz.

16.12.05

Comiendo Mierda

Una epidemia de obesidad invade, desde hace años, las calles de los EE.EE. Los yanquis están saturados de comida basura. El fast food. Las hamburguesas, las patatas fritas, el pollo rebozado y la Coca-Cola. Todo ello en grandes dosis, en envases gigantescos. La M de McDonald's crea adeptos. Miles de norteamericanos están enganchados a la M. Es su mejor y más asequible camello. No pueden vivir sin esa M hercúlea y sin la presencia de un payaso grotesco con aspecto de serial killer. Grandes sobredosis de azúcar y grasas; colesterol por un tubo. A bajo precio y de ingestión en tiempo récord. Lo que importa es el tamaño, no la calidad. La Super Size es la medida ideal.

Morgan Spurlock es el director y protagonista de Super Size Me. Un documental al estilo de los de Michael Moore. Como éste, el tal Spurlock, aparte de ser el realizador, se convierte en la estrella de su película, en su eje central, a pesar de que ello le conlleve algún problema de salud, pues el solito se convirtió en su propio conejillo de indias con la intención de demostrar lo catastróficas que pueden resultar las visitas asiduas a locales de McDonald's y similares.

Todo empezó cuando unos cuantos gordos, asesorados legalmente, decidieron interponer una denuncia a la cadena del payaso por haberles deteriorado la salud. La M negó cualquier tipo de responsabilidad y aseguró que, en todo caso, asumiría cierto grado de compromiso si alguien enfermara tras realizar, durante un tiempo considerable, sus tres comidas diarias en sus comercios.

Ni corto ni perezoso, Morgan Spurlock se armó de una cámara y se dispuso a convertirse en un devorador de todo tipo de productos elaborados por McDonald's. Spurlock era un hombre sano, con una analítica perfecta y una forma física envidiable. Acostumbrado a las comidas vegetarianas cocinadas por su novia, de la noche a la mañana decidió alimentarse, durante todo un mes, de la comida ofrecida por la cadena de hamburguesas.

La degradación física y psíquica del personaje hasta resulta divertida. El documento es gracioso. Tiene su mala leche y su toque de humor malicioso. Un toque muy cínico, pero al mismo tiempo alarmante. Super Size Me no sólo muestra el retroceso en la salud de su protagonista, pues la cinta alterna las grasientas manducatorias de éste con un análisis, en profundidad, de lo perjudicial que puede llegar a resultar una alimentación nefasta. En este aspecto, médicos y dietistas desfilan ante la mirada de Spurlock para dar sus opiniones.

La cinta tiene ritmo. No aburre. Engancha como el propio fast food. Y aprovecha para denunciar, con argumentos sólidos e inquietantes, a las autoridades sanitarias por ayudar más a potenciar ciertos negocios en lugar de usar su poder para controlar a éstos. La publicidad, el tratamiento de los comestibles y el vacío de legislación y control en aspectos alimentarios, también tienen su merecido rinconcito en el documental.

Si tienen ocasión, pillénlo estos días a través de Canal +. No lo dejen escapar. El tabaco y los accidentes automovilísticos no son las únicas causas de mortalidad hoy en día.

Ésta misma tarde, después de nutrirme de él, he quedado saturado de triglicéridos. E incluso un poco mareado. Voy a por un agua Vichy y, de paso, hago un poco de país.

15.12.05

Volare

La proyectaron en el Festival de Sitges y se me escapó. Ya saben que para mí, este año, fue una edición bastante fantasmagórica... Antes de que salte de cartelera, he decidido darle un vistazo al nuevo film protagonizado por Jodie Foster, Plan de Vuelo: Desaparecida. Y, la verdad, no me ha decepcionado en absoluto. Cine de entretenimiento en estado puro, filmado con oficio y sin ninguna coartada pseudocultural (o pseudointelectual) falsa en la que apoyarse. Un divertimento sin más. Tampoco creo que su director, el alemán Robert Schwentke, pretendiera otra cosa que no fuera hacer pasar un buen rato al personal. Y además concisa: 95 minutos son más que suficientes para narrar una película.

No negaré que es un producto falto de originalidad. Pero su sencilla premisa funciona y el tal Schwentke saca un buen provecho de su mínima historia argumental. Sencilla pero eficaz: una mujer joven, recién enviudada y con una hija menor a su cargo, decide abandonar la ciudad de Berlín y regresar a Nueva York al lado de sus allegados. Durante el vuelo en un avión de nueva generación (del que ella misma ha colaborado en su diseño), desaparece misteriosamente la pequeña. Nadie cree en sus palabras. Algunos miembros de la tripulación y ciertos pasajeros niegan que subiera a bordo en compañía de la niña. ¿Un complot o sencillamente un bloqueo mental por parte de una mujer herida en sus sentimientos?

Otto Preminger, en la espléndida El Rapto de Bunny Lake, o más recientemente Joseph Ruben, en la olvidable Misteriosa Obsesión, ya se habían acercado a una proposición similar. Añádanle al título ciertos ingredientes de Jungla de Cristal, La Habitación del Pánico y Air Force One y ya tienen servidos los resultados finales. Cine de consumo inmediato. Fast food, pero de gusto sabroso; no refinado. Ese tipo de cine comercial al que vale la pena darle un vistazo de vez en cuando (por no decir siempre). No intenten encontrar en Plan de Vuelo: Desaparecida una filmación llena de filigranas visuales como ocurre, por ejemplo, en la citada La Habitación del Pánico. Es mucho más básica, aunque igual de eficiente. La exquisitez por la imagen, en este caso, se encuentra al final de su metraje, en sus cuidados y sencillos títulos de crédito.

Un cocktail conseguido que destaca, ante todo, por el trabajo de Foster y por el esmerado toque de suspense e intriga que el realizador le otorga. Repito: no le busquen tres pies al gato (pues tiene cuatro, a no ser que algún perverso le haya amputado uno). Éste es un film para matar el tiempo. Y eso objetivo lo alcanza con buena nota, a pesar de tener durante su exposición una trampa muy forzada, falsa e innecesaria para llegar al desenlace final... Y es que, si han visto la película, entenderán que, siendo una producción norteamericana al cien por cien, había que darle algún que otro toque malicioso (aunque reconciliador) al tema árabe. No digo más para no chafarles el invento.

14.12.05

Expediente X de pacotilla

Esta tarde, después de pasar un par de horas ante el ordenador de mi padre para resolverle un problema informático -y sin conseguir encontrar el conflicto-, he decidido ir al cine. Demasiado tarde. La película ya había empezado. Vuelta atrás y para casa.

Mi mujer no estaba, pues se encontraba de visita en casa de su madre. O sea, mi suegra. Solo en casa, como el niñato del Macaulay Culkin. ¿Qué hacer? ¿Actualizar el blog? ¿Prepararme una merienda descomunal sin que nadie se preocupe por mi peso? ¿Ir al Bazar Chino de la esquina a comprar deuvedés vírgenes?... Difícil. Demasiadas posibilidades para una mente tan vaga como la mía.

Al fin he dado con la solución perfecta. Y la más cómoda. Televisor, vídeo, mando a distancia y sofá... ¡divino sofá! La ocasión ideal para ver la serie esa de los abducidos, la de los 4400, esa de cual la gente lleva hablando días y días antes de su estreno en Antena 3. Tanto oir de ella y ante la insistencia abrumadora de mis vecinos, la acabé programando en el VHS las noches del lunes y martes. En definitiva: la primera temporada, 6 episodios, que fueron emitidos los citados días.

Tumbado en el mullido sofá y envuelto por la calidez de mi humilde domicilio, le he dado al play del mando a distancia. Allí estaban los tres primeros capítulos de los 4400 de marras. ¡Qué horror! ¡Qué cosa tan manida! Todos los típicos y tópicos del cine sobre abducciones acumulados en una teleserie barata, de esas con actores desconocidos y pésimos. Descarado: un Expediente X light, sin fuerza y ridículo. Para pegarse unas risas, vaya. De pena.

No se les escapa ni un detalle. Todo es previsible, de cajón. Sus diálogos atufan y su filmación tumba de espaldas. De vez en cuando, una frase graciosilla, sin chispa, para contentar a las cuatro marujonas que se la tragan y la celebran. Y el resto, lo de siempre, sin innovación alguna. Reciclaje puro y duro. Una agencia gubernamental que investiga fenómenos paranormales; una pareja de agentes (chico y chica) que no pegan ni con cola pero que, poco a poco, se irán acoplando; 4400 abducidos..., pero como era demasiado personal, la serie se centra en unos 6 o 7 seleccionados. Tampoco falta una niña pequeña. Cada uno de ellos tiene un poder en concreto: visionarios, sanadores, un tipo escapado del Scanners del Cronnenberg y, como delirio de lujo, un superhéroe de barrio, dispuesto a pintar y arreglar el parque de su zona al tiempo que despejará de malhechores el lugar.

Tanto cúmulo de idioteces no tiene nombre. Tras sufrir la primera entrega, creo que los tres episodios de ayer martes me los ahorro. Que otro se coma el marrón. Que los vean los padres de sus creadores, que para eso tuvieron a las criaturitas. Y es que, aparte de tanta sandez que no conduce a ninguna parte, nunca he soportado las películas fantásticas que, para dar más sensación de angustia, están rodadas, en la mayor parte de su metraje, utilizando el gran angular.

Indudablemente, es la serie ideal para los seguidores de los telefilms de Antena 3. Sólo le falta el cartelito de basado en un caso verídico.

Empecé mal la tarde. Y la acabé peor. Suerte de esos biquinis que me he zampado para cenar...


¿Chiquito de la Calzada es uno de los 4400?

13.12.05

Las comparaciones son odiosas, pero...

El último film de Roman Polanski ya está aquí. En esta ocasión se trata de un remake. O, si lo desean, de una nueva adaptación de Oliver Twist, la inmortal novela de Charles Dickens.

Sin contar la patética versión animada (y libre) que hizo en su día la Disney, Oliver y Compañía, ni con otras versiones también olvidables, valdría la pena recordar que con anterioridad, dos cineastas de la talla de David Lean y Carol Reed dieron su propia visión sobre el libro. Y, en concreto, la de Reed, el Oliver musical, se basó en la estética y en el ambiente del film de Lean para bordar una obra maestra en toda regla.

Nunca entenderé el porqué Polanski ha decidido revisar el mismo libro, pues la meta de superar la película musical es casi imposible. Y, vistos los resultados, se ha quedado a medio camino. Con respecto a las anteriores, varía ciertos aspectos e introduce nuevos pasajes en la historia, siendo posiblemente hasta más respetuoso con el original literario. Tratándose de un director con fama de morbosillo, evita caer en la tentación de hacer un producto en exceso sombrío. Y eso tiene mucho valor, pues el hombre, con un material como el de Dickens entre sus manos, se podria haber ensañado mucho con las penurias del joven protaginista. Y, por suerte, en ese aspecto no se pasa en absoluto, aunque juega siempre al límite.

Se muestra muy pulcro y detallista en su puesta en escena. Impecable. Su dirección artística es envidiable. Una pura maravilla. De un perfeccionismo que le acerca al obsesivo Kubrick. Y aquí, en esta minuciosidad escénica, estriba el gran problema de este film, pues Oliver Twist se queda sólo en su envoltorio: en su academicismo narrativo y en el virtuosismo con el que maneja la cámara.

Consciente de que el referente firmado por Carol Reed estaba muy presente en toda una generación concreta (los que ahora pasamos de los cuarenta), ha optado por darle un tratamiento menos colorido a su fotografía. Tonos grisáceos y oscuros, tal y como hizo en su poco recordada Tess, intentan matizar más el drama del pequeño huérfano protagonista. Pero, muy a su pesar, a la película le falta alma. No tiene suficiente gancho; no acaba de atrapar al espectador. Y, aunque su final resulte muchísimo más duro que el de su antecedente, aquel transmitía mucho mejor la amargura reflejada en la obra de Dickens.

El esquema narrativo es, más o menos, idéntico al del libro y al de sus dos versiones anteriores. El orfanato, la funeraria, la escuela de ladronzuelos y la mansión de sus padres adoptivos siguen presentes. Su escenografía (repito, perfecta) se basa igualmente en sus precedentes, aunque en esta ocasión cuidando hasta el último detalle. Quizás es por ello, por ese exceso de realismo visual, que el director se haya olvidado de darle más fuerza a las vicisitudes y amarguras que ha de soportar el pequeño Oliver.

Es posible que ese distanciamiento existente entre la pantalla y el patio de butacas, aparte de la frialdad con que está relatada, sea debido también a la presencia de Barney Clark, el pequeño que da vida al huérfano, el cual, en muchos momentos, no está a la altura de la situación. De todos modos, en contrapartida, se encuentra un excelente Ben Kingsley quien, gracias a su metódica interpretación y a un cuidado maquillaje, resucita físicamente al personaje que representaran con igual fortuna Alec Guinness y un magistral Ron Moody, el avaro Fagin. Kingsley no tiene nada que envidiar a estos. Al contrario: no me extrañaría nada que, este año, consiguiera el Oscar a mejor actor secundario.

No negaré que sea posible que esté demasiado condicionado por la versión de Carol Reed. Seguro que es así. La volví a ver hace un año y me sigue maravillando. Todos somos humanos y a veces, aunque no lo crea conveniente, es imposible no recurrir a títulos anteriores para juzgar un trabajo similar. El propio Polanski, en más de una ocasión, ha reconocido la influencia de ese film en su adaptación. Y, la verdad, le ha sido imposible llegar más lejos de lo que hizo el director de El Tercer Hombre.