

De todos modos, y conociendo bastante bien buena parte de su vasta filmografía, me da en la nariz que el tío Jess no tenía ni idea de cómo colocar una cámara y, al mismo tiempo, ignoraba la existencia de un interesante e imprecindible concepto que atiende por narrativa cinematográfica. Sus películas son rematadamente lentas y pésimamente realizadas (por mucho que algunos se empeñen en opinar todo lo contrario). En ellas no se encuentra ni un mínimo asomo de calidad visual, siendo su mayor filigrana perceptiva la utilización constante de abruptos golpes de zoom. En concreto, durante la revisión de Las Vampiras, llegué a contar unos 4 o 5 zooms por cada dos minutos de metraje. Un récord que sólo sirve para tirar la toalla y montar una verdulería en un mercado central de abastos.



Ayer mismo, antes de colgar este post, revisé ambas versiones. Tras ello, puedo asegurarles, con toda la tranquilidad del mundo, que la censura le hizo un inmenso favor a Jesús Franco y a su coleguilla Jaime Chávarri pues, con los cortes impuestos, consiguieron que las copias difundidas en España contuvieran un halo de falsa intelectualidad que, en la época, volvió locos de remate a un buen número de progres (ahora también llamados gafapastas) que intentaron descubrir -entre sus angulares imágenes y diálogos para besugos- segundas, terceras y cuartas lecturas. En realidad, repasando su versión uncut, sólo me queda una única lectura (por mucho que ciertos personajes no quieran admitirla): simple y llanamente, Las Vampiras es un film erótico sin más, de aquellos que por estos lares bautizaron como de cine “S”.
Lo mejor de Las Vampiras (si es que a un film tan desastroso y deslavazado como éste se le puede hallar álgún punto positivo) se encuentra en la presencia de la malograda y guapísima Soledad Miranda, una belleza sevillana que, pocos días antes de estrenarse el film, murió en un accidente de coche en una carretera portuguesa. Y es que, aquella mujer, de mirada oscura y pelo negro, era la Nadia ideal, la vampira lesbiana a la que poco le costaba hacer caer en sus redes a otras chicas tan espléndidas como Ewa Strömberg (la Linda tentada por los placeres carnales de su dueña y señora) o Heidrun Kussin (Agra en el film) una sensual muchacha que, retenida en la clínica del Dr. Alwin Seward (el forzadísimo alter ego del profesor Van Helsing), vivirá perturbadoras y onanistas pesadillas en las que volverá a encontrarse con la condesa que la vampirizó.
El otro día -y desde esta misma página- les hablaba de Las Películas de Mi Padre, un título recién estrenado que, dirigido por el ex crítico cinematográfico Augusto M. Torres, denota cierta simpatía por la figura de Jaime Chávarri y del universo casposo del cine de Franco. No sé si debe tratarse de una constante en las películas de estos pilares fundamentales de nuestra filmografía pero, al igual que el Augusto Emepunto aseguraba que le encantaba que su equipo de filmación saliera reflejado en los espejos, en Las Vampiras, varios son los momentos en los que los foquistas, microfonistas y el cámara, amén de otro tipo de personal de asistencia, se destacan en pantalla claramente cada vez que un cristal, una ventana o cualquier obstáculo metalizado se interpone entre la cámara y el objetivo principal de ésta.
Y es que no hay nada mejor en este mundo que echarle morro a las cosas y, en lugar de reconocer un error de filmación, afirmar que se trata de una constante consciente y clásica en el tipo de cine que ellos idearon: el cine malo y cochambroso que siempre ha realizado el bueno del Jess quien, por cierto, también tiene un par de apariciones estelares en su su film, dando vida un vigilante nocturno de un tenebroso hotel al que le encanta practicar jueguecitos morbosos y peligrosos con las huéspedes del local. Para más señas, cuantas turistas estén interesadas en las perversiones de Memmet (así se llama su personaje), sepan que lo encontrarán ubicado en las oscuras bodegas del establecimiento y bajo el acompañamiento musical de una peculiar banda sonora compuesta, a alimón, por el propio Franco, Manfred Hübler y Sigi Schwab: una especie de sinfonía macabra y machacona que la podría haber creado el mismísimo Ravi Shankar en sus momentos más delirantes bajo los efectos del LSD.
Hace años, muchos años, que tenía ganas de decir bien alto (y en contra de la opinión general) que Jesús Franco es uno de los peores directores de la historia del cine. Ed Wood, a su lado, es todo un genio. Perdónenme, pero es que ayer tuve el valor de tragarme las dos versiones, una detrás de otra. Y eso duele de una manera que no se lo pueden ni imaginar.