- ¿Sí, dígame?
Una voz entrecortada suena al otro lado del hilo telefónico:
- Oiga, ¿me podría poner con Michelangelo?
- ¿Michelangelo?... Un momento. Espere. Creo que acaba de llegar... ¿De parte de quién, por favor?
- Ingmar; dígale que soy Ingmar...
- ¿Ingmar...?
- Sí, Ingmar; Ingmar Bergman. Recién llegué anoche. Estoy en la 324.
- “¿Recién llegué anoche?”... - pregunta sorprendido el anciano -. Por esa construcción gramatical, intuyo que debe ser usted sudamericano, ¿verdad?.
- No. Soy sueco. SU-E-CO. – recalca Ingmar un poco indignado -. Ingmar Bergman. Posiblemente me hayan subtitulado en Sudamérica y no me haya entendido bien.
El viejecillo sonríe y, separándose el teléfono de su rostro, indaga en él la posibilidad de encontrar algún subtítulo. Nada. Acto y seguido, retoma la conversación:
- Mire, señor Bergman; el señor Antonioni justo acaba de presentarse y, en estos momentos, le estamos tomando sus datos.
- ¿Con quién hablo? – pregunta Ingmar.
- Con Pedro, el de la recepción. ¿No se acuerda de mí? Ayer mismo, a su llegada, le atendí en persona.
- Bien, Don Pedro: necesitaría hablar urgentemente con mi colega Michelangelo. ¿Podría hacer una excepción y decirle que se ponga al teléfono por unos segundos?

- ¿Si?
- ¿Michelangelo? ¿Eres tú? – inquiere la voz al otro lado del teléfono.
- Yo mismo. ¿Con quién hablo?
- Con Ingmar, el de los Gritos y Susurros.
- ¡Hombre, Ingmar! ¿Qué tal? – exclama Michelangelo desvelando cierta ilusión en su cara.
- Tirandillo... Pero al saber que también veías aquí, he pensado que podríamos compartir mesa esta noche. Así charlamos de nuestras obsesiones y maldecimos un poquito a Steven Spielberg y a todos esos papanatas que le rodean, ¿qué te parece?
- ¡Perfecto! Gran velada: tú hablas de religión y de la muerte, y yo te comento mis desamores y los tiempos muertos. Deja que acabe de aposentarme y luego nos vemos. Aprovechando la coyuntura, llama también a Billy Wilder para que venga... Me apetecería volver a verlo.
- Lo intenté antes, pero se ha hecho el sueco. Como excusa me ha asegurado que tiene una cita con Jack y Walter.
- ¿El sueco...? – se extraña Antonioni -. ¿Pero el sueco no eras tú...?
Un silencio sepulcral denota el malestar de Bergman. Carraspea y luego vuelve a hablar:

Mientras, abajo, en la Tierra, miles de tipos cincuentones, barbudos y luciendo gafas de montura de pasta, visitan la consulta de sus respectivos psiconalistas. Todos creen haber perdido el rumbo de sus vidas y aseguran, entre sollozos y al unísono, que en dos días se han quedado sin referentes.
Descanse en paz Michelangelo Antonioni.