29.1.13

El abuelo Cebolleta

Con Lincoln, Steven Spielberg deja asomar su cara más didáctica, alejándose del gran espectáculo que sería previsible en un realizador como él y apostando por una puesta en escena y una trama más intimistas, en donde debates políticos y tensiones familiares se convierten en sus verdaderos protagonistas.


La cinta se aproxima a los agitados últimos tres meses de vida del que fuera uno de los Presidentes más queridos de los EE.UU., enmarcados durante la guerra civil y, durante los cuales, el político luchó por conseguir la paz que uniera de nuevo el país y, ante todo, para lograr la abolición de la esclavitud a través de la aprobación de la 13ª Enmienda.

No busquen en Lincoln grandes batallas ni agitadas escenas de acción, sino todo lo contrario. La película transcurre entre despachos, pasillos y alcobas. En este aspecto, se trata de un producto frío, cuyo único punto de calor aparece cuando hurga en el lado más humano del político; ese Lincoln al que, a modo de abuelo Cebolleta, le encantaba intercalar batallitas personales a la menor ocasión posible; un Abraham Lincoln al que un fantástico Daniel Day-Lewis se acerca de una manera asombrosa.

La lucha interna del partido republicano al que pertenecía el propio Presidente, sus divergencias con los demócratas defensores de la esclavitud, su acercamiento a ciertas acciones corruptas para sumar votos a favor de la 13ª Enmienda o, en el plano más íntimo y humano, los malos rollos del matrimonio Lincoln provocados por la muerte de uno de sus hijos, son los focos principales de un film que se aleja de las coordenadas habituales de la filmografía del realizador y que, en parte, complementa las (buenas) intenciones de Amistad, su otro film didáctico que, en su estreno, supuso un estrepitoso fracaso.


Un trabajo interesante, totalmente pedagógico que, sin embargo y por momentos, se me antoja un tanto aburrido y de metraje en exceso desmesurado. Dos largas horas y media que podrían haber sido aligeradas en muchos aspectos, sobre todo en esa reiteración discursiva del personaje de Lincoln.

A pesar de los pesares, y teniendo en cuenta la  importancia histórica de lo que en ella se narra, se trata de una película a tener en cuenta, tanto por la capacidad reflexiva de su director como por la deslumbrante cantidad de buenas interpretaciones que la amparan pues, aparte del citado Daniel Day-Lewis, disfrutarán de lo lindo con los trabajos, entre otros, de una soberbia Sally Field (la amargada esposa del Presidente) y un mayúsculo y sorprendente (nunca mejor dicho lo de “sorprendente”) Tommy Lee Jones, con pelucón incluido.


Que su tonillo discursivo les sea leve.

28.1.13

Días de vino y rosas


Hace unos diez años, y tras haber flirteado con el cine de animación a finales de los 80 con ¿Quién Engañó a Roger Rabbit?, a Robert Zemeckis le entró la pájara por entrar a saco en eso de la animación vía motion capture. Su primera intentona fue con Polar Express, título al que siguieron Beowulf y Cuento de Navidad; tres productos no muy bien comprendidos que rebajaron un tanto el prestigio del realizador. Ahora, una vez decidido a aparcar a un lado su neura (espero que pasajera), regresa al cine con personajes de carne y hueso. Y lo hace a través de El Vuelo, un brillante film que navega entre la producción made in Hollywood y el cine independiente.

Con El Vuelo, Zemeckis se reafirmarse como gran cineasta y, al igual que hicieran antaño otros directores (como por ejemplo Blake Edwards con la magistral Días de Vino y Rosas), se aparta de su faceta más comercial y abierta para enfrentarse a un tema tan duro como el del alcoholismo y las drogodependencias. Para ello se vale de Whip Whitaker, un experto y habilidoso piloto aéreo de una línea comercial quien, una buena mañana y tras una de tantas noches de borrachera, al mando de un avión en malas condiciones mecánicas y con la resaca a cuestas, logra hacer un milagroso aterrizaje forzoso.


La cinta, más que en la investigación pertinente al suceso, se centra en la figura de ese piloto pillado por el alcohol. Un Denzel Washington fuera de serie, digno de hacerse con el Oscar de este año, es el encargado de dar vida al comandante Whitaker, un hombre que niega su adicción y que, ante la posibilidad de ser llevado a los tribunales, intentará dejar la bebida para siempre. Pero la tentación y la ansiedad por volver a las andadas serán demasiado fuertes como para cumplir con su propósito.


Todo un festival Washington perfectamente arropado por un envidiable plantel de secundarios, de entre los que destacaría el magnífico trabajo de Keilly Reilly, esa heroinómana que decide compartir su vida sentimental y “desenganche” con Whitaker y, ante todo, el de un deslumbrante  y "satánico" John Goodman quien, con sólo dos únicas apariciones (¡atención a su segunda aparición!), logra darle un puntito de humor (políticamente incorrecto) a una historia ciertamente desgarradora.


Casi 140 minutos de proyección de los que no sobra ni un solo segundo. Cuanta información vierte, escena a escena, es válida al cien por cien, desde la espectacularidad del accidente aéreo a esa parte más intimista en la que profundiza, con extrema seriedad, en un asunto tan delicado como el del alcoholismo, al tiempo que consigue que el espectador empatice totalmente con un personaje a punto de lanzarse al vacío.

25.1.13

Oda al primer plano

Tom Hooper, el director de la efectiva y oscarizada El Discurso del Rey, ha sido el responsable de llevar a la gran pantalla LosMiserables, la adaptación cinematográfica de uno de los musicales más exitosos y populares de las últimas décadas, osado por ponerle música a la célebre obra de Victor Hugo y sorprendente por su imaginativo despliegue escenográfico.


Pues bien, ahora llega Hooper , un tipo que demostró su profesionalidad tanto en la citada El Discurso del Rey como en The DamnedUnited y, con su rácana revisión de Los Miserables, pierde todo el prestigio alcanzado de un solo plumazo. Y digo rácana porque jamás me había enfrentado a un musical tan “miserable” en imágenes, incapaz de filmar un solo número con generosos planos abiertos. En la mayor parte de su metraje, se dedica a cortísimos primeros plano mientras que, en poquísimas ocasiones y siempre recurriendo a la ayuda de descaradas cromas y retoques informáticos, se atreve a ofrecer visiones más generales.

Su historia es idéntica a la del musical original. Ha respetado el libreto teatral casi al cien por cien. Pocas variaciones musicales y argumentales (por no decir ninguna) van a encontrar en cuanto a los avatares del prófugo Jean Valjean y su eterno acosador, Javert, un atormentado policía que le hará la vida imposible. La pena es que no le haya dado más fuerza a la imagen, para así compensar una partitura musical que siempre se me ha antojado bastante insoportable. Y es que, incluso, con su falta de trempera narrativa, aún me resultan más ridículos ciertos pasajes cantados en su integridad.


La verdad es que cada vez que aparece en escena un acartonado Russell Crowe, a quien le ha caído en gracia (o desgracia) dar vida al inspector Javert, a mí, particularmente, se me escapa la risa tonta. Es tan grotesco que incluso, con su papel, hace un poquito más naturales al resto de personajes. Un Crowe al que Hugh Jackman, por su esfuerzo en darle veracidad y humanidad al rol de Valjean, se lo come con patatas. Aunque quien de verdad destaca por encima de todo el casting es una admirable Anne Hathaway, la enfermiza Fantine y madre de Cosette, actriz que consigue el único momento interesante y emotivo del film con la interpretación del tema I Dreamed A Dream.


Un punto y aparte merece la rocambolesca y apayasada pareja compuesta por un insoportable Sacha Baron Cohen y una Helena Bonham Carter que, por su vestuario y pinta, parece totalmente escapada de SweeneyTodd (¡esa si que era una excelente adaptación de un musical!); pareja cuyos números musicales (y además bailados) han sido filmados como meros vídeo-clips.


Una película soporífera. Dos horas y media interminables y aburridísimas, amén de ridículas. Mucho talento reunido para tan poca chica. Y es que, repito, ¿a quién narices se le ocurre rodar un musical con tantísimos primeros planos? En definitiva, una revolución francesa de opereta que no va más allá del plano corto y cerradísimo.

23.1.13

Reciclando, que es gerundio


Tarantino está que se sale. Él va a lo suyo y, con Djando Desencadenado, sigue aproximándose al cine más popular, a ese cine de barrio que, entre otras muchas cosas, hizo grande un género como el del spaghetti western. Y lo hace a través de una más de tantas secuelas falsas que, en la época, se realizaron a partir del título del Djando de Sergio Corbucci.

Aquí Django (“pronúnciese con la D muda”) es un hombre de color que, tras haber sido liberado como esclavo por un dentista reconvertido en cazarrecompenas, se aliará con éste con una única intención: la de salvar de las garras del hombre blanco a su amada esposa.

La venganza, al igual que en Kill Bill, vuelve a ser el tema central; una venganza que se mezcla con una ácida crítica a la época del esclavismo y las plantaciones de algodón en el sur de los EE.UU., justo un par de años antes de empezar la guerra civil. Para ello, el director urde una trama sencilla y efectiva, en nada complicada. Divide la película en dos claras mitades: en la primera, se acerca al trabajo de los dos cazadores de recompensas y, en la segunda, a partir de la aparición del malvado personaje al que da vida un contundente Leonardo DiCaprio, se adentra en el núcleo de la revancha y el rescate de su mujer.

Casi tres horas de proyección que pasan en un abrir y cerrar de ojos. Su guión destila cinismo y sentido del humor; mucho sentido del humor (como referencia, resaltar el pasaje de los encapuchados del Ku Klux Klan, todo un guiño al cine de los Monty Python, o la fabulosa escena inicial). Más cercano a la comedia que en anteriores trabajos suyos, sigue siendo fiel a esos diálogos tan particulares que ya se han convertido en aclamada marca de la casa y, por descontado, a ese toque de violencia que, de tan exagerado, resulta perversamente divertido.

El cine del realizador de Pulp Fiction tiene personalidad propia. Continúa rompiendo límites, tanto literales como visuales, y se alimenta de un sinfín de homenajes musicales y cinéfilos de todo tipo, incluida una aparición estelar de Franco Nero, el Django del Corbucci de 1966. Está claro que al hombre le encantan las referencias y que, a través de ellas, demuestra su sabiduría y brillantez.


Quizás no sea la película más redonda de su carrera, pero sí una de las más atractivas de la cartelera actual. Tiene ritmo, no aburre en absoluto, vuelve a colocar al western en el lugar que se merece y, de propina, cuenta con un montón de interpretaciones de órdago, empezando por el ya citado DiCaprio y acabando por ese esclavo sumiso, perverso y lameculos que construye de forma genial un Samuel L. Jackson fuera de serie, sin olvidar, por supuesto a un sobrio Jamie Foxx (el Django protagonista) quien, por desgracia, se ve un tanto desdibujado por la solidez (eso sí, un tanto truculenta) de un tipo como Christoph Waltz, ese nazi repulsivo de Malditos Bastardos reconvertido, para la ocasión, en un dentista alemán metido a digno cazarrecompensas.


Qué bien se le da a Quentin Tarantino eso de reciclar géneros referenciales. Les lava la cara, los pule y los potencia a la máxima expresión. Y además, entretiene. Quiero más películas como ésta.

18.1.13

Virgen a los 40


Las Sesiones es un film pequeño, aunque grande en exposición, humanismo y en el modo de afrontar un tema tan peliagudo como el del sexo en el mundo de los minusválidos. Dirige Ben Lewin, un hombre nacido en Polonia, hijo de emigrantes australianos y afincado en los Estados Unidos.

Siguiendo los pasos de la reciente Intocable, Las Sesiones cuenta la historia real de Marc O’Brien, un hombre de 38 años que, afectado de polio a temprana edad, lleva toda su vida dependiente de un pulmón de acero. Su cuerpo, de cuello para abajo, está totalmente impedido, aunque no ha perdido la sensibilidad, con lo cual tiene las mismas necesidades sexuales que el resto de adultos. Sus atípicas y calentorras confesiones con un párroco muy especial y la tanda de sesiones que vivirá con una terapeuta sexual, le darán un tono muy distinto a su complicada existencia.


Ambientada en los años 80 en la ciudad de Boston, la cinta de Lewin, al igual que la citada Intocable, rehúye cualquier tipo de moralina y apuesta por la comedia. Una comedia tierna y emotiva que, inteligentemente, se aleja en todo momento de provocar la lágrima fácil en el espectador. Apuesta por el positivismo y el sentido del humor, al tiempo que se acerca a la religión desde una óptica crítica aunque no destructiva.

  
De narrativa ágil y yendo al grano en todo momento, la película, aparte de su excelente guión y sus brillantes diálogos, se apoya en el trabajo de tres actores de solemnidad: John Hawkes, rompiendo con sus habituales personajes oscuros (recuerden su inquietante rol en Winter’s Bone), se transforma en ese magnético Marc O’Brien que, desde su invalidez, lucha por vivir su sexo y perder la virginidad al igual que cualquier otro hijo de vecino; una inmensa Helen Hunt (merecidamente nominada al Oscar por esta interpretación) que, de forma valiente y sin tapujos (casi con 50 tacos a sus espaldas, no hace remilgos por mostrar su cuerpo desnudo), se mete en la piel de Cheryl, esa “sustituta sexual” que, a través de sus sesiones terapéuticas, se ganará el corazón de su cliente y, por último (sin olvidar por ello a un buen número de secundarios espléndidos), un "rumboso" William H. Macy dando vida a un insólito párroco que se convierte en el consejero y amigo del postrado O’Brien.


No más de hora y media de proyección al servicio de un producto agradable, sencillo, divertido y efectivo; diría yo que casi, casi, imprescindible. En los tiempos tan oscuros que vivimos, bien vale la pena dejarse llevar por las emociones que desprenden Las Sesiones. Y es que un buen chute de pragmatismo y buen rollo nunca va nada mal.

14.1.13

Con la muerte en los talones


Amor es la prueba palpable de que el cine del alemán Michael Haneke es duro y difícil a partes iguales. Duro debido a las temáticas que suele afrontar, y difícil por su particular narrativa; una narrativa que, por su lentitud expositiva y por esa cantidad innumerable de planos inmóviles e interminables, puede resultar complejo para muchos espectadores.

Inevitablemente, Amor posee las dos constantes. Por un lado, a través de un matrimonio octogenario, se acerca a una temática tan áspera como la de la tercera edad, la enfermedad y la degradación del cuerpo y la mente humanas, así como al derecho a una muerte digna. Y, por el otro, ello lo trata mediante su ya habitual y soporífero estilo narrativo, cosa que, en parte, merma un tanto la posibilidad de comunicar emotivamente y al cien por cien con la platea. A pesar de ello y debido al hiperrealismo con el que se plasma la relación de los dos ancianos, en ciertos pasajes llega a colapsar por completo los sentimientos del público.


La cinta se beneficia del brillante trabajo de sus actores. Jean-Louis Trintignant (alejado de las pantallas desde el 2004) y Emmanuelle Riva son Georges y Anne, esa pareja longeva, profesores de música retirados, que tendrán que superar una de las pruebas más espinosas de la condición humana, mientras que Isabelle Huppert, en una breve aunque consistente colaboración, borda el rol de una hija que no acaba de comprender la forma de actuar de un padre ante la inminente muerte de su madre.


Amor es como una especie de obra teatral minimalista. La cámara prácticamente no sale del domicilio del matrimonio protagonista. Indaga por todos los rincones de éste y, si es necesario, hasta se cuelga como una musaraña con primeros planos de las obras pictóricas que adornan sus paredes; un truco muy a lo Haneke para entusiasmar a la gafapastada y, al mismo tiempo, provocar cierta sensación de sopor en el resto de los parroquianos. Un sopor que, por cierto, rompe y anula totalmente a través de una escena lapidaria, tan cruda como inesperada; una escena sobre la cual se ha orquestado todo su argumento.

Un vaivén de impresiones contradictorias componen el metraje del film, desde esa sensación de aburrimiento que puede provocar el asistir, desde las sombras, a la intimidad del devenir diario y cansino de una pareja ante la enfermedad, hasta la sorpresa gélida (y en el fondo muy lógica y humanitaria) de la escena antes citada. En definitiva: Haneke aburre y conmociona a partes iguales. Y es que el tipo, por muy pedantillo que sea su cine, se mantiene fiel a sus principios: el mal rollo como gran paradigma y el silencio más categórico como resolución final.

10.1.13

La gran estafa


La máquina de hacer dinero que generó la trilogía de El Señor de los Anillos vuelve a ponerse en marcha. Y con una nueva trilogía basada, igualmente, en un libro cortito del propio Tolkien que, en este caso, Peter Jackson ha engordado truculentamente para sus propósitos. Su primera entrega es El Hobbit: Un Viaje Inesperado, un trabajo que, aparte de no ofrecer nada nuevo con respecto a lo ya visto con anterioridad, ha logrado aburrirme de forma soberana.

Confeccionada como una precuela de El Señor de los Anillos, cambia el protagonismo de Frodo Bolsón por el de Bilbo Bolsón y ambienta la acción 60 años antes de lo que ya conocíamos. Continúa con el mismo espíritu aventurero de la saga primeriza, aunque se repite en hazañas y combates con seres de todo tipo. Orcos, trasgos y huangos se enfrentan, a lo largo y anchísimo de su pesaroso metraje, con un grupo de enanos que, en compañía de Gandalf y de un joven Bilbo, se disponen a reconquistar la que fuera su patria, ahora en manos de un dragón enganchado por el oro que les pertenecía.



Al contrario que la trilogía inicial, a ésta le falta el alma y la fuerza necesarias para enganchar al espectador. Todo está descaradamente hinchado para lograr la friolera de tres películas de casi tres horas de duración cada una de ellas. Así, sus primeros sesenta minutos, están estirados hasta extremos impensados. Aparte del flash-back que abre la cinta (en dónde se narra la expulsión de los enanos de su tierra), la cosa no da para mucho. Peter Jackson se saca de la manga un extenso prólogo tan innecesario como pueril. El tedio que rezuma es tal que desconecta de la historia al más pintado. Puestos a dilatar el invento, el hombre hasta es capaz de regalar a la hastiada platea una cancioncilla interpretada por los invitados a una interminable fiesta en casa de Bilbo.

Luego empieza la acción. Una acción que ni emociona ni convence. Los efectos especiales y las cromas se suceden sin orden ni concierto. Los errores en las proporciones de los personajes (ya saben, la mayoría de ellos bajitos) son incalculables, así como soporífero el amplio pasaje dedicado a Gollum y sus acertijos. Vaya: un descomunal despropósito solo construido con la única finalidad de seguir engrandando las arcas.


La modorra está servida. Suerte que, para paliar tanto disparate, allí está la grandeza y profesionalidad de Ian McKellen en la piel del inefable Gandalf, casi el único acierto de la cinta ya que, en el papel de un joven Bilbo, toca sufrir las gracias y fáciles recursos de comediante de tres al cuarto de Martin Freeman, ese televisivo doctor Watson del moderno Sherlock de la BBC.



¡Qué duro resulta aguantar tres horas con las malditas gafas del 3D! Y más cuando uno piensa que aún faltan dos abultadas entregas más… Posiblemente, si la hubiera visto antes de acabar el año, habría figurado en un lugar de honor entre las diez peores del 2012.

8.1.13

El sexto sentido


Siguiendo los pasos de la interesante Los Mundos de Coraline, llega ahora El Alucinante Mundo de Norman, una nueva cinta de animación stop-motion que, más dirigida al público adulto que al infantil, significa un inmenso homenaje al cine fantástico (y a la serie B) en toda su extensión. Cadáveres purulentos, fantasmas parlanchines, brujas amargadas y zombis milenarios se aúnan para dar vida a un producto compacto que, a través del humor y también de la acidez, es capaz de sacarnos a flote aquel niño que todos llevamos en nuestro interior.

La cinta, dirigida al alimón por Chris Butler y Sam Fell, tiene como protagonista principal al joven Norman Babcock, un muchacho que, al igual que el pequeño Haley Joel Osment de El Sexto Sentido, posee la facultad de ver y hablar con los muertos; un poder que, ante los ojos de sus compañeros de escuela y de su propia familia, le han convertido en un friki de alto voltaje. Pronto, su paranormal talento, se convertirá en el principal aliado para conseguir acabar con una antigua maldición que, lanzada por una bruja, ha castigado a su pueblo. Las brujas de Salem tienen un mucho de culpa en toda la historia.


La locura está servida. Los guiños cinéfilos no sólo se acercan al género fantástico, sino que incluso van más allá: la locura colectiva de tan bien retrataba Arthur Penn en la magnífica La Jauría Humana vuelve a repetirse, ahora en forma de masa humana reclamando el cuello de seis zombis e incluso el del joven Norman. La bestialidad del ser humano tomando forma en un film de animación y llenando de violencia las calles de una pequeña villa con un pasado en forma de LetraEscarlata. Sencillamente sorprendente e ingenioso.


Con la imaginación que destila El Alucinante Mundo de Norman (innecesario título español para el más apropiado ParaNorman de su original), no era necesario recurrir a ese truco de feria barata del 3D para atraer a más espectadores. Y más cuando, como ocurre en este caso, no es ningún sistema tridimensional aparatoso ni deslumbrante. Hay más que suficiente con la ingeniosidad de su guión, la brillantez de su puesta en escena y la perfección de su stop-motion para disfrutar de lo lindo con la propuesta. Toda una gozada.

2.1.13

Recapitulando (y II): Lo más peor del 2012

Tal y como les prometí, ahí van los 10 peores títulos del 2012, de lo nefasto a lo más nefasto. O sea, del 10 al 1.

10.- Los infieles. Una película francesa de episodios que, girando todos ellos alrededor de la infidelidad masculina, nos ofrece todo un recital de chabacanería en su máxima expresión. Su principal reclamo comercial se basa en los nombres de Jean Dujardin y Michel Hazanavicius, actor y realizador respectivamente de la oscarizada The Artist: el primero sobrepasando los límites del histrionismo y el segundo demostrando, al igual que los otros tres realizadores, una merma de inspiración alarmante. De una simplicidad que tumba de espaldas. Básica, básica, básica. Su humor hortera rebasa los límites de lo tolerable. Landa, López Vázquez y Ozores, en sus tiempos, consiguieron incluso mejores resultados (¡qué ya es decir!) contando exactamente los mismo.


9.- Madrid, 1987. Más de hora y media soportando la voz de falsete de José Sacristán y la mala de dicción de María Valverde, ambos en pelota picada y encerrados accidentalmente en un cuarto de baño durante casi todo el metraje. La verborrea del primero y la poca química existente entre ambos actores se encargan de acabar con sus buenas intenciones. Más que tratarse de una película, da la impresión de estar ante un mal texto literario cargado de forzados guiños políticos, cinéfilos y sexuales. Un David Trueba más gafapastoso de lo normal se encarga de la dirección y del guión. De hecho, sus (nada naturales) diálogos recuerdan a los del cine más rancio de José Luis Garci. Soporífera y equivocadamente pedante.


8.- El Dictador. Tras esa especie de (sobrevaloradísimos) falsos documentales que significaron Borat y Bruno, la pareja compuesta por Larry Charles (director) y Sacha Baron Cohen (actor) vuelve a la carga con una ficción sobre un dictador norteafricano dispuesto a evitar que la democracia llegue a su país. A pesar del empeño de ambos por hacer reír, se me antoja una comedia de lo más burdo y patético. Su empeño por provocar no va más allá del humor grueso, en donde la escatología y la brutalidad sexual se alzan como grandes protagonistas, mientras que el discurso político resulta de lo más simplón y previsible. Ya es hora de que alguien diga que el Baron Cohen es un bluf de muchísimo cuidado. Aún es hora de que algunos de sus chistes me hagan sonreír.


7.- Año de Gracia (Any de Gràcia). A la última película de Ventura Pons no hay por donde pillarla. Más que un film dirigido por un profesional con años de experiencia, da la impresión de tratarse de un trabajo amateur firmado por un quinceañero con ganas de debutar en el cine. Un producto extremadamente básico, tanto en el aspecto temático como técnico, ya que su historia (centrada en la relación entre un joven estudiante y su casera, una mujer mayor y solitaria),  en su planteamiento, desarrollo y situaciones, no podría ser más simple, tontorrona y pueril. Costumbrismo de tres al cuarto, en donde los tópicos no dejan de sucederse: empezando por el buenismo de ciertos personajes y terminando por la postalita turística que nos ofrece del barcelonés barrio de Gràcia.


6.- El Exótico Hotel Marigold. Una comedia melodramática, amparada en la truculencia de la lágrima fácil y protagonizada por un grupo de jubilados británicos dispuestos a vivir sus últimos años en un hotel de la India. Sus chistes son fáciles, sus (buenos) actores parecen perdidos en medio de un montón de historias a cual más ridícula y los desenlaces de las diversas historias planteadas resultan de lo más previsible y cursilón. Melaza en grado sumo, de la que se indigesta durante varios días. El buenismo viejuno está servido.


5.- Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros. Lo que podría haber sido todo un delirio argumental y visual -al convertir al que fuera presidente de los EE.UU. en un experto matador de chupasangres- no es más que una chorrada pésimamente narrada y dotada de unos efectos especiales de lo más paupérrimo. Filmada sin convicción alguna, la cinta navega entre el biopic más alucinado (con continuas referencias a la lucha por terminar con el esclavismo) y el cine de acción al más puro estilo comiquero. No busquen ni un buen guión ni diálogos mínimamente inteligentes: la cosa no pasa de ser una oda a la croma y a la digitalización de la imagen. Tim Burton ejerce de productor. De juzgado de guardia.


4.- De Tu Ventana A La Mía. Un collage mal planteado y peor servido. Film de una pretenciosidad inmensa que pretende hablar de muchos (demasiados) temas sin decir  absolutamente nada. Tres historias distintas, entrecruzadas a lo largo del metraje, protagonizadas por mujeres y ambientadas en épocas diferentes. Un trabajo artificioso y aburrido, en donde priva más el continente que el contenido, de ritmo lentísimio y con tres interpretaciones afectadísimas. Da pena ver a toda una Maribel Verdú metida en un producto tan disperso y fatuo como éste.


3.- Blancanieves (Mirror, Mirror). Tres han sido las Blancanieves del 2012, aunque ninguna tan disparatada y delirante como la de Tarsem Singh. Una visión del cuento clásico en clave presumiblemente humorística. Y digo “presumiblemente” porque la cosa tiene la gracia directamente en el culo. Cercana en estética a los televisivos Chiripitifláuticos, esta execrable cinta posee en su haber una de las peores interpretaciones de Julia Roberts. Un producto ridículo y con unos efectos especiales ciertamente deplorables. Para mear y no echar gota.


2.- El Bosque (El Bosc). Una nimiedad de lo más cutre que, con todo el aspecto de una telemovie de poquísimo presupuesto, se muestra capaz de mezclar en su argumento a la guerra civil española con una historia de ciencia-ficción. Ambientada en el Bajo Aragón, se adentra en el seno de una familia de payeses en cuyos terrenos albergan una puerta hacia otro mundo; un portal luminoso (en plan disco de los 70) que, una vez iniciada la contienda, será utilizado bastante a menudo por el propietario para huir de los milicianos. Tras la cámara, un hombre de cierto prestigio: un Óscar Aibar que, en esta ocasión, ha perdido los papeles en el maremágnum de una fábula disparatada, ridícula y políticamente sospechosa. Tras su proyección, me quedé con una cara de besugo tremenda.


1.- Holy Motors. Soberana y aburridísima pedantería del francés Léos Carax. Una fábula onírica (o, mejor dicho, una colgada indignante) que, siguiendo al pasajero de una limusina en su larga travesía por las calles de París, hace un recorrido por los distintos roles del ser humano, tanto en la vida como en la muerte. Soledad, amor, sexo, violencia, hastío, cotidianeidad… centenares de conceptos amontonados sin orden ni concierto. El Carax usa el prestigio que le da su nombre, va de inteligente, lo sabe todo y se atreve con todo. Él es el gurú del cine actual. Para impartir su clase magistral se vale de Denis Lavant (el tío al que Eva Mendes se la pone palote), su claro alter ego, un cargante actor que representa a varios personajes distintos a lo largo de sus dos interminables horas de duración. Rayando el mal gusto en algunos episodios (ciertamente desagradable el protagonizado por la Mendes) y tremendamente irritante en otros (ese número musical interpretado por Kylie Minogue en plan peli del Jacques Demy), la cinta se me antoja como un gigantesco grano en el culo.