
Su nombre era Arthur Penn. Revolucionó el cine norteamericano en muchos aspectos, acercándolo un tanto a unas coordenadas más europeas. Anteayer, a los 88 años de edad y en la ciudad de Nueva York, nos abandonó para siempre.

Descanse en paz.
Un Santiago Segura menos pasado de rosca de lo habitual, y fan confeso del universo de Vázquez, se ha metido en la piel del dibujante, conviertiéndose, sin lugar a dudas, en lo más conseguido y compacto del largometraje. El espíritu crápula y pícaro del padre de las hermanas Gilda queda perfectamente perfilado a través de su interpretación, haciéndonos olvidar incluso a su inmortal Torrente. Y es que entre éste y Vázquez hay un gran abismo. Ambos tienen su parte oscura, aunque Torrente, al contrario que Vázquez, jamás ha dado muestras de su lado humano.
El gran defecto de El Gran Vázquez radica en su falta de cohesión argumental. Su extenso metraje (cercano a las dos horas), sólo gira en torno a un montón de anécdotas sobre el dibujante, olvidándose de una continuidad mínimamente lineal. Sus episodios resultan más o menos graciosos (genial su escena inicial o la excusa reiterativa de la muerte de su padre que utilizaba en el trabajo) y su tratamiento, en general, es similar al de las tiras de los tebeos infantiles de la editorial. La forma de acercarse a sus jefes más directos no desentona, en absoluto, con el modo en que Ibáñez se acercaba al superintendente de Mortadelo y Filemón, detalle éste que queda plasmado en la misma película. Una exageración que, de tan histriónica, le resta fuerza y credibilidad a la historia aunque, al mismo tiempo, potencia el despotismo que se gastaban en la Bruguera con sus trabajadores.
Su inconsistente guión y su pobre (¡pobrísima!) escenografía, no significan impedimento alguno para que el espectador acabe disfrutando con la jeta que le ponía a sus asuntos el amigo Manolo. Su morosidad, sus engaños y su poligamia son temas más que reincidentes en el film. Y por muy exagerados que parezcan, gente próxima al desaparecido Vázquez, dan fe de cuanto se explica en el film.
Una película irregular, aunque cargada de buenas intenciones y ciertamente curiosa para aquellos que, de pequeños, vivimos a tope las aventuras de Anacleto y compañía.
El Americano revisa un tema tratado en diversas ocasiones desde el cine negro, el del sicario dispuesto a empezar una nueva vida. Lo hace de manera tranquila, sosegada, sin prisas. Los que busquen en el film de Corbijn una película de acción, están muy equivocados. De hecho, ésta tiene todo el aspecto de un spaguetti-western de los de Sergio Leone. O sea, de ritmo pausado, numerosos primeros planos, alguna que otra explosión aislada de violencia y una banda sonora que, aunque firmada por Herbert Grönemeyer, bien podría haber sido compuesta por el Ennio Morricone de los viejos tiempos.
Toda su acción está planteada desde el punto de vista del personaje de Jack. Un festival Clooney en toda regla. No hay plano en el que no aparezca. Y no se trata de divismo o egocentrismo, pues toda la acción está planteada desde el punto de vista de su protagonista quien, en esta ocasión, revalida su carisma y su gran capacidad interpretativa a través de un personaje silencioso y de pasado oscuro. Una sola mirada del actor vale por mil palabras.
Un film con gente dura y solitaria. Y, al igual que en los buenos westerns, con un par de personajes, perfectamente perfilados y de profesiones antagónicas, rodeando al misterioso recién llegado. Un sacerdote y una prostituta serán los dos únicos puntos de apoyo del forastero en su lucha contra los remordimientos y ante otro posible brote de violencia.
Un guión intachable, cierta (aunque controlada y necesaria) parsimonia narrativa, un irreprochable amor por la naturaleza y alguna que otra licencia poética (centrada, ante todo, en el tatuaje de una mariposa), marcan una de las propuestas más interesantes de las últimas semanas. Cine de suspense aliñado con todo tipo de sentimientos. Y, de propina, un George Clooney que se sale de la pantalla.
Otro cantar, y al margen de la película, es la maltrecha copia que se exhibe en los cines Yelmo Icaria de Barcelona: una copia mal contrastada, rayada y con unos subtítulos pésimamente definidos y difíciles de seguir. De juzgado de guardia tratándose de un estreno reciente. Luego se quejarán cuando se tira de Internet.
Una historia sobre espías e infiltrados debería tener un guión sólido, compacto y bien narrado. Salt finge apoyarse en un guión, pero es pura fachada. Cuanto expone no tiene ni pies ni cabeza. Nada cuadra. Todo está montado para el lucimiento Salt(imbanqui) de la mujercita del Brad. Un puro artificio sin lógica alguna. La cuestión es mantener al espectador enganchado a la pantalla a golpe de chorradas. Los giros argumentales que propone, en lugar de sorprender, convierten a la trama en algo aún más inexplicable.
Un consejo: al finalizar, no intenten analizar su argumento. No les servirá de nada. Es imposible comulgar con ruedas de molino.
Otra de acción estrenada hace poco es Repo Men. Ésta va de ese palo del fantástico visual que copia descaradamente el mundo futurista expuesto por Ridley Scott en Blade Runner. Pero, en su propuesta, se ve incapaz de ir más allá de la estética y de su prometedor planteamiento inicial pues, cuando intenta avanzar en su argumento, se va perdiendo por momentos.
Una sociedad futura en el que la medicina se ha convertido en el negocio más grande. Los transplantes de órganos se pagan a precios astronómicos. Al contado o a cómodos plazos..., como desee el cliente. ¡Pero ay pobre de aquel que deje de pagar una sola letra! A los pocos días, un sicario de la empresa sanitaria les hará una visita para “recuperar”, a lo vivo y sin miramientos, el órgano implantado. La única solución es enfrentarse al sistema... aunque sea desde dentro del mismo sistema.
La idea, repito, es interesante. El problema estriba en que Miguel Sapochnik, su director, no sabe conducirla a buen puerto. Su guión patina y pierde agua por todos lados. Asimismo, los personajes se me antojan antipáticos e incluso, como en el caso del interpretado por un desmadrado Forest Whitaker (cada día que pasa, peor actor), resulta totalmente irritante. Por otra parte, el precipitadísimo proceso de maduración del rol con el que carga un esforzado Jude Law no termina de ser en absoluto creible.
Una serie B sin ángel, deslucida, que sin embargo posee algún pasaje ciertamente original, como una violentísima y sanguinolenta escena entre Law y Alicia Braga tras la que se esconde la declaración de amor más heavy en el cine de los últimos años.
Tipos duros, solitarios, cafres y descerebrados... ¡altamente descerebrados! Enamorarse es casi un delito para ellos, un acto prohibitivo que podría trastocar sus planes. Los tatoos, el heavy metal y las motos son sus únicas vávulas de escape, sus distracciones favoritas durante los mínimos paréntesis de tranquilidad de que disponen.
El resto es de lo siempre, pero magnificado y exagerado de manera burda. En la platea, el consumo compulsivo de palomitas está asegurado durante su hora y media de metraje. Más que suficiente. El tiempo justo para no quemarse y disfrutar ante la irracionalidad visceral de un grupo pasado de rosca. Yo, al menos, no me aburrí. Al contrario, me reí con tanto desquicio. Cosas peores me he tragado en un cine. Al menos, no tiene pretensiones y su aspecto crepuscular y cutre me mola un rato largo.
Y atención, ante todo, a un par de puntos de inflexión irrepetibles. Uno es el ya citado encuentro tripartito entre Stallone, Willis y Arnold; el otro se encuentra en la primera y celebrada aparición de un atrotinado Mickey Rourke, montado en una Harley y en compañía de un putón verbenero que tumba de espaldas. Por algo, en tiempos, fue el chico de la moto. Para poner los pelos de punta.