18.2.05

La punta del iceberg

Él estaba allí. Todo ese corpachón gigantesco, sólo, en medio de la sala de proyección privada de su gran mansión. Con tres pasos torpes, pues a sus pequeños pies les costaba soportar el peso de su voluminoso propietario, se acercó a su mullido butacón de piel, enfocado directamente a la gran pantalla. Se derrumbó en él, pues hacía tiempo que no se sentaba delicadamente. Su peso le obligaba a derrumbarse. Su peso y su pedantería egocéntrica.

Para enviar su voz al interior de la cabina de proyección pulsó un botón adherido a su butaca:

- Wondorf, ¿qué película tiene hoy?

La débil voz de Wondorf sonó trémula e insegura por los altavoces de la sala:

- Una producción polaca. Los Aledaños del Ciruelo Sombreado.

- Vaya título - susurró el voluminoso- ¿De quién es?

- De Anchoviovski Krimatolawski, el mismo que dirigiera Las Vituallas del Olivar.

- Wondorf, ¿recuerda qué dije, hace años, de esa película? - preguntó el gordo espatarrado en su mullido butacón-. Refrésqueme la memoria.

Él era el gran crítico. El mejor considerado en su especie. Él marcaba los cánones y todos los otros se guiaban por estos. Era referencia mundial. Y ahora, mientras esperaba el dictamen de su proyeccionista y secretario particular, se estaba hurgando sus dientes y muelas con un palillo.

- Ya he recuperado su fantástica crítica de hace seis años para el Vatycinien - contestó Wondorf a través de los altavoces.

- Hágame un resumen, para ponerme en antecedentes - ordenó el crítico.

- Película maravillosa. Obra maestra indiscutible. Difícil para el público. Metáfora sin par de la sinrazón y el despotismo. Deudora de los primeros films de Pesivakiek Putavski, aunque con cierto toque pastoril. Una de las maravillas más bellas del mundo.

- Vaya, veo que me gustó - asintió el máximo pontífice del Séptimo Arte -. Proyécteme la nueva de este hombre... ¿Me dijo que su título era La Sombra de la Ciruela en el Peldaño, verdad? ¿Sueca?

- Más o menos, señor.

- Pues, ¿a qué espera?, venga. Conéctela ya, coño.

Dicho y hecho. Las luces de la sala se apagaron y, en la pantalla, aparecieron las primeras imágenes. Un ciruelo y un labriego mirándolo. Los acordes musicales de una arpa empezaron a acompañar los títulos de crédito sobre la imagen bucólica del labriego y el ciruelo. Un gran fundido en negro. Nuestro obeso crítico se había quedado dormido durante las más de dos horas y media de proyección. Wondorf, el sufrido proyeccionista y hombre de confianza, se la había tenido que tragar toda, de cabo a rabo. Y se había aburrido como nunca en su vida. Era el film más pedante e insoportable que jamás se había tirado en cara. Llevaba casi 30 años trabajando al servicio del gran profeta del cine actual y estaba acostumbrado a ello.

Las luces de la sala se encendieron y, con ellas, volvió a abrir los ojos el gigantón petulante. Su voz volvió a atronar en la cabina de Wondorf:

- No ha estado mal la película, ¿verdad, Wondorf?

Siempre lo mismo. El gordinflón se quedaba frito y Wondorf tenía que fingir que no se había dado cuenta de ello.

- Maravillosa, señor - mintió, como siempre durante esos casi 30 años.

- Dígame, Wondorf... a usted, ¿qué le ha parecido?

- Única en su género. Sutil. Entrañable. Fascinante. Llena de dobles lecturas. Axioma de axiomas. El zenit de la cinematografía polaca. Una obra de culto. Referencia de futuros títulos.

Wondorf mentía y mentía, como de costumbre. Cuanto más mala y pedante le parecía una película, le decía a su amo que se trataba de lo más grande jamás filmado.

- Gracias Wondorf. Puede retirarse. Voy a escribir la crítica para mañana.

Y así lo hizo nuestro hombre, como cada día durante las últimas tres décadas. Estaba en la cumbre. Y lo seguiría estando por muchos años. Al día siguiente se publicó en Vatycinien. Y todos los sabios del mundo, antes de mojarse ante la nueva película del vanagloriado Krimatolawski, darían un vistazo a la imponderable visión crítica del voluminoso dormilón

A las dos semanas, una prestigiosa revista francesa sobre el mundo del cine, Les Libretons du Pantalleta, aseguraba que Los Aledaños del Ciruelo Sombreado era la obra cumbre del cine, mientras que Pablo Culturetas, desde el periódico El Universo, destacaba la inteligencia con que su realizador había tramado una historia llena de axiomas dentro de otros axiomas. Y así, crítica fabulosa tras crítica fabulosa, gracias a las diarias venganzas de Wondorf, el mundo vio como bodrios como éste eran premiados en los Festivales más insospechados.

Y María Asunción García Ponferrosa, de 54 años de edad, soltera y portera del inmueble número 324 de la calle Puruleza de una pequeña ciudad de provincias española, el día que fue al cine a verla y con toda la razón del mundo, se cagó en la puta madre que parió a los críticos que le habían aconsejado esa bazofia.

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