21.2.05

Ustedes lo han querido: KARAKTER

Se estrenó en España con mucho retraso. Y casi de tapadillo, aprovechando los calores estivales. Llegó medio año después de que le hubiera sido otorgado el Oscar a mejor película de habla no inglesa de 1998. Se trata de Karakter, una producción holandesa, realizada por Mike Van Dier, un hombre procedente del mundo del teatro quien, con este trabajo, desbancó de la carrera por la estatuilla al film español que competía en esa misma edición, la estimable Secretos del Corazón de Montxo Armendáriz.

La cinta, tras la que se esconden claros retazos dickensonianos, tanto por los contornos sociales a los que recorre como por su melodramático guión, nos muestra el intrincado laberinto que tendrá que recorrer un joven adolescente, hijo de una mujer soltera, para que un déspota aguacil, solitario y bastante fachenda, acabe reconociendo su verdadera paternidad. Ambientada de manera minuciosa en la ciudad de Amsterdam de principios del siglo XX y cuidando hasta el último detalle como el más grande de los perfeccionistas, hay momentos en que Diem parece transportarnos al Londres ideado por Carol Reed para su maravillosa adaptación de Oliver Twist. Pero en ésta no hay números musicales, ya que sólo pilla la parte más oscura y sombría de esa estética. Pero eso sí, el hombre, hace bailar a todos sus personajes al son de la música que más le apetece tocar: la de la perversión humana, la del putear por putear, por el simple placer de causar malestar y dolor a los de su mismo género. Es por ello que centra toda su atención en la distante relación entre un padre maligno y un hijo con ganas de venganza. Y Karakter es eso: el juego pérfido establecido entre esos dos seres que, en el fondo, están maltratados por su propia soberbia. Y, en ese aspecto, la cinta tiene mucha fuerza, tanto como la de sus propias y sorprendentes imágenes, plasmadas gracias a una sinuosa cámara en busca de las desgracias y maquinaciones de ese par de personajes, incapaces de ponderar, tanto el uno como el otro, que están rodeados de más gente. El egoismo más embrutecido, vaya.

No contento con recrearse con las miserias y desgracias a las que enfrenta a sus personajes, el realizador holandés parece disfrutar y relamerse con la desmesura con que afronta los pasajes más comprometidos de su película, sin caer nunca en el ridículo y ponderando, en todo momento, la dureza de su argumento. Un argumento que mezcla un poco de todo en su sabroso (fuerte, casi explosivo) potaje, de manera acertada: pobreza, hambre, pederastia, enfermedad, desamor y soledad. Y, para suavizar tanta amargura, no duda en darle cierto toque de fábula moral a su historia, como si se tratara de un cuento. Como el Cuento de Navidad de Dickens, pero sin Navidad ni fantasmas. Aunque más que tacharla de fábula moral sería más apropiado tildarla de fábula amoral, en la que, aparte de ese par de seres desarraigados, deambulan un sinfín de secundarios dignos del film más surrealista de Fellini.

Apoyado fuertemente en la dirección de actores (no en vano Van Diem proviene de ese ambiente), consigue de sus dos principales protagonistas un par de interpretaciones soberbias: la del joven Fedja Van Huêt (de increíble semblanza física con Robert Downey Jr.), en el papel del hijo resentido, y la de Jan Decleir (una estrambótica mezcla entre Robert Mitchum, Michel Piccoli y Fernando Guillén), quien da vida a un padre cruel y sin escrúpulos.

Si algún pero tuviera que encontrarle a este título sería en la bajada de ritmo que hace aparición en su última media hora, y más teniendo en cuenta que se trata de un trabajo que se inicia con un ritmo frenético al que consigue mantener durante casi la totalidad de su metraje: un par de horas ciertamente sorprendentes.

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