10.2.05

Solo en la oscuridad

Tenía cierta curiosidad por ver Ray. Uno de los motivos es que siempre me ha gustado la música de Ray Charles, el hombre que supo aunar el soul con el godspell y que, entre otras, compuso Georgia on my Mind, una de las canciones más bellas de la historia. Nunca me he fiado en exceso de los biopics, pero tras la experiencia positiva del último Scorsese y recordando la fantástica Bird de Clint Eastwood, en la que nos hablaba, sin tapujos ni moralinas, de la cruda existencia del gran Charlie Parker, esperaba encontrarme con un producto, como mínimo, interesante.

Y la verdad es muy otra, ya que la visión que ofrece Taylor Hackford sobre ese mito me defraudó totalmente. La historia resulta light, sin fuerza alguna. Muestra muchos episodios de la vida del músico sin profundizar en ninguno de ellos. Todo muy milimetrado, como muy aséptico, de esas historias para contentar a todo el mundo, en el fondo, muy diplomática. Es tan respetuosa que, de manera osada, sólo esboza ciertos parámetros delicados pero, tal como los deja asomar tímidamente, los arrincona por completo a la mínima de cambio. No se moja en absoluto. Y eso que, repasando la vida de Ray Charles, tendría temas para mojarse (y casi ahogarse), pues parece ser (o, al menos, eso deja intuir la cinta) que, tras ese estupendo compositor ciego, se escondía un personaje oscuro (no precisamente por el color de su piel) y no muy santurrón que digamos. En ese aspecto, la cinta sólo muestra el periodo en que estuvo enganchado al jaco y sus continuas infidelidades matrimoniales, aunque entreabre la puerta, como de pasada, hacia su carácter un tanto déspota y esa nula benevolencia que pareció demostrar hacia su gente más cercana.

Es de suponer que Hackford se vio presionado directamente por uno de los hijos del músico, Ray Robinson Charles Jr., productor de la película, y al mismo tiempo influenciado por el propio cantante quien, antes de morir, se había implicado totalmente en el proyecto cinematográfico. O eso, o bien el realizador ha optado por hacer gala de esa falsa moral con la que tanto les gusta jugar a algunos norteamericanos. Y precisamente del hombre que dirigió un film como La Bamba (otro biopic musical un tanto endeble) se puede esperar de todo.

Narrado de manera lineal, Ray recoge la vida del músico hasta finales de los años 60. Esos más de treinta años restantes, hasta un poco antes de su muerte, lo resuelve a través de un minuto escaso de metraje, al estilo de "fueron felices y comieron perdices" y aprovecha, durante toda su proyección, para largarnos forzadísimos flash-backs, colocados aleatoriamente, para darnos a conocer ciertos episodios de su infancia. Y es allí en donde Hackford tiene su pequeño toque de originalidad pues, mediante una fotografía de colores chillones y basándose en el retrato de la aldea natal de Charles y de los habitantes de la misma, hace un simpático guiño a uno de los films menos valorados de Steven Spielberg, El Color Púrpura.

Si algo interesante tiene Ray es la composición transformista de Jamie Foxx aunque, en realidad, más que de un trabajo interpretativo se trata de un maquillaje encomiable ya que, por momentos, da la impresión de que estemos viendo cantar y tocar el piano al mismísimo Ray Charles. Sus movimientos corporales, sus típicos andares (un tanto simiescos) y ese famoso balanceo de cabeza durante sus actuaciones en directo, han sido los trucos más elaborados y conseguidos de Foxx para su actuación quien, curiosamente este año, ha sido nominado al Oscar por partida doble: mejor actor por este trabajo y mejor secundario por su sobria labor en Collateral.

Innegablemente, lo mejor de este biopic se encuentra en su fantástica banda sonora, un envidiable repaso a sus mejores e inmortales temas musicales, anclados, la mayoría de ellos, en la discografía inicial de Ray Charles, justo el periodo que abarca la película. Nuevos arreglos musicales, en algunos casos aprovechando la voz original del músico -sacada de las viejas grabaciones- y, en otros, la del propio Foxx haciendo sus pinitos como cantante. Una gozada para los oídos.

Pero lo que más me jodió de ver esta película es que he acabado odiando de por vida a los habitantes de Georgia. ¿Por qué coño ellos han de tener un himno tan hermoso como Georgia on my Mind y el resto de mortales nos hemos de conformar con irritantes fanfarrias militares o edulcoradas musiquillas desafinadas?

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