15.2.05

El crepúsculo de los Dioses

Vidas Rebeldes fue concebida como una especie de regalo de Arthur Miller a su esposa, Marilyn Monroe, pero el malvado destino quiso que ese guión fuera adaptado para la pantalla grande justo el año en que estos acababan de divorciarse. Y es que, en el fondo, ello no deja de formar parte de esa leyenda maldita, casi kafkiana, que envuelve a una de las películas más sombrías y crepusculares de John Huston.

Clark Gable participó en la película a pesar de no encontrarse muy bien de salud. Un infarto hizo que jamás pudiera asistir el estreno de la misma.

Marilyn Monroe estaba en plena depresión, enganchada a las anfetaminas y al alcohol. Moriría por una sobredosis de pastillas sin acabar su siguiente film, Something's Got to Give.

Montgomery Clift aceptó formar parte de ese rodaje a pesar de estar, como Marilyn, pillado por todo tipo de estupefacientes, alcoholizado y fuertemente traumatizado por su latente homosexualidad y por su enfermiza salud desde que, en 1957 y durante la filmación de El Árbol de la Vida, sufriera un accidente automovilístico que le acabó marcando de por vida. Tras el rodaje de Vidas Rebeldes, aún participó en cuatro películas más, entre ellas la muy interesante Vencedores o Vencidos, hasta que en 1966, a los 45 años de edad, su secretario particular y amante, Lorenzo James, lo encontrara muerto y desnudo encima de su cama. La autopsia, a pesar de los distintos rumores sobre su defunción, certificó que fue debida a un ataque al corazón.

Ese halo catastrófico, de manera morbosa, siempre ha jugado en favor de la película de John Huston ya que, en el fondo, esos grandes actores, en la peor de sus épocas, se estaban interpretando a sí mismos. Y Huston, supongo que de manera inconsciente, estaba dejando, al mismo tiempo, un gran legado cinematográfico, pues con Vidas Rebeldes se encuentra también el final de una manera muy concreta de hacer cine, justo cuando el star system de los grandes estudios estaba a punto de desmoronarse

Poco hay que contar de la película. De hecho, en ella, se esconde la historia de seis personajes solitarios y desengañados en sus ambiciones, aferrados a un pasado que, como ellos, hacía ya tiempo que se había eclipsado. Ninguno de ellos quiere reconocer su decadencia personal. Ellas, Roslyn e Isabelle, o lo que es lo mismo, Marilyn Monroe y Thelma Ritter, viven amargadas por sus fallidas relaciones sentimentales. Ellos, Gay, Guido y Perce (Clark Gable, Eli Wallach y Monty Clift) son viejos vaqueros sin oficio ni beneficio, pues su antiguo negocio ya no es rentable y malviven a salto de mata. Gay añora seguir cazando caballos salvajes, a Guido sólo le apasiona su afición por las avionetas y Perce subsiste a base de maltratarse el cuerpo en denostados rodeos. Y todos, del primero al último, encontrarán un nexo de unión en común, pues ninguno de esos cuatro hombres podrá resistirse a la tentadora presencia de Roslyn, la exhuberante rubia desvalida y temerosa.

La cinta, vista años después de su estreno, ha perdido parte de su fuerza inicial e incluso, en ciertos aspectos, puede dar la impresión de ser un producto desangelado. Algunas de sus escenas ahora nos suenan a improbables, a demasiado exageradas, así como las interpretaciones un tanto desmelenadas de Monty Clift y de la propia Marilyn, en contraposición a la de un sobrio y elegante Gable, ese viejo cowboy amante de la libertad que le otorgan los grandes espacios abiertos, su verdadero hogar, tal y como confiesa, en varias ocasiones, a lo largo de la proyección.

Una cinta con perdedores, de aquellas que le encantaba rodar a John Huston, pesimista al cien por cien, llena de puertas que se cierran para no volverse a abrir jamás. Un producto mítico en donde los haya, aunque sólo sea por la presencia de esos tres monstruos cinematográficos, los cuales, a buen seguro, deberían ser totalmente conscientes, durante su rodaje, de que ellos también estaban cerrando un ciclo de cine tan apasionado e irrepetible como sus propias vidas.

Recuperándola el otro día, me vino a la memoria la primera vez que la vi. Fue en televisión. Era yo muy jovencito, debería tener unos doce años y no entendí mucho la historia que me contaban. Pero, a pesar de ello, he de confesar que, en aquella ocasión, me enamoré por primera vez. Allí estaba ella, la MUJER, con mayúsculas, Marilyn Monroe. Nunca antes había visto nada igual. Mis padres me contaron que había muerto, que se había suicidado. Esa noche dormí poco y mal, pues no pude sacarme de mi cabeza la turbadora imagen de esa mujer tan bella y con la mirada más triste que jamás hubiera visto.

Hay películas únicas e irrepetibles y ésta, a pesar de sus defectos, es una de ellas.

No hay comentarios: