6.2.05

Cuerpo y alma

Hace unos cuantos años, con motivo de la emisión por televisión de La Huella, una de las joyas de Mankiewicz, con un duelo interpretativo de excepción entre Michael Caine y Laurence Olivier, un crítico reputado de un periódico de Barcelona, en su reseña sobre la película, no tuvo ningún reparo en contar el final de la misma. Ante alguna queja a ese medio, respondió, con toda la tranquilidad del mundo, que él daba por sentado que sus lectores ya la habían visto con anterioridad. Lo que no pensó ese iluminado es que, aparte de la imposibilidad de que todos esos lectores conocieran el final, también había nuevas generaciones de cinéfilos que, por su edad y de manera lógica, nunca habían visto ese film. Desde ese día dejé de seguir las opiniones de ese lumbreras.

El gran problema es que éste no es un caso aislado. Por desgracia, en estos últimos días, están proliferando numerosos imbuidos, imitadores de la proeza de ese iluminado, por todos los medios de comunicación. Prensa escrita, televisión, radio e Internet. Todos se creen en el deber de contarnos lo que en realidad deberían callarse. Una verdadera plaga de marmotas. Y, por culpa de esa caterva imparable, es casi imposible enfrentarse a la nueva película de Clint Eastwood, Million Dollar Baby, sin conocer el final de la misma. Y eso es vergonzoso, de juzgado de guardia. Así, sin más. Y esperen a que falten pocos días para otorgarse los Oscar. Eso ya será imparable. El caos, se lo aseguro.

Bueno, dejando las rabietas a un lado, vayamos al grano, pues en realidad lo que yo quería era hablarles de ese Million Dollar Baby, un film en el que Eastwood apuesta por narrarnos la historia de tres personajes solitarios. Tres perdedores sin rumbo aunque con un nexo en común, el boxeo: Frankie Dunn (Clint Eastwood), un envejecido entrenador, amargado, alejado de su familia y un tanto gafe con sus pupilos; Eddie Scrap-Iron Dupris (Morgan Freeman), un ex boxeador que, tras perder un ojo en el ring, acabó trabajando en el gimnasio propiedad de Frankie como chico para todo y la joven Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una muchacha dispuesta a convertirse en boxeadora, siempre y cuando sea adiestrada por el mortificado entrenador.

Deudora del universo creado por John Huston para su Fat City, Eastwood tan sólo toma el pretexto del boxeo para avanzar por un retrato angustioso sobre la vida y la amistad, así como para lanzar un dardo envenenado al dolor torturante que, ante ciertos actos individuales, puedan llegar a producir las creencias religiosas más arraigadas. Todo lo que cuenta en Million Dollar Baby también sería aplicable a cualquier otro trabajo o profesión, pero al centrarse en ese sobrio y oscuro mundo, al que el personaje de Frankie dice amar a pesar de su hedor, Eastwood se permite ciertas licencias narrativas que hacen que la película aún resulte más cruda de lo que se esconde tras sus intenciones finales, pues las tremendas y sanguinolentas palizas que los púgiles reciben sobre el cuadrilátero no son más que un efectivo paralelismo con la manera despiadada de golpear la vida a esos tres personajes.

La cinta, tras la que también se esconde alguna que otro pincelada simpática y cercana a la comedia (como los diálogos entre Frankie y su párroco o la divertida escena entre Eastwood y Freeman hablando sobre los patéticos calcetines de este último), es ciertamente desoladora y triste, a pesar de abrigar un pequeño toque de esperanza ante ciertas determinaciones de sus personajes. Y esos pequeños rasgos humorísticos están puestos allí, de manera inteligente, para suavizar un tanto los mazazos que, una tras otro, nos va soltando la proyección. Extremadamente realista y quizás demasiado violenta en sus bien filmados combates, el realizador, en su última media hora, da un cambio de tercio en la historia y, aprovechando el haber conseguido encariñar al espectador con esos tres seres maltratados por la vida, hace que acabemos de ver su propuesta con un nudo en la garganta y otro en el estómago. Una media hora difícil de superar sin sentirse asfixiado por todo lo que acontece en pantalla. Y eso lo consigue Eastwood gracias al perfecto dibujo anterior de esos personajes tan entrañables. Esa manera exhaustiva de perfilar hace que entendamos a la perfección el durísimo fragmento final de Million Dollar Baby y que es totalmente aplicable a la cotidianidad de nuestras vidas.

Hacía tiempo que Eastwood no conseguía una interpretación tan brillante y bien definida. Metódica pero deslumbrante, al igual que Morgan Freeman. Aunque quien nos deja realmente boquiabiertos con su trabajo es una camaleónica Hilary Swank, a través de la creación de la joven y persistente Maggie.

Religión, amistad, soledad, violencia, obstinación, culpabilidad, amor... Eso es Million Dollar Baby. La vida en su lado más perverso y estúpido. Como en Mystic River, aunque desde otra óptica. Mucho más cruda, ¡qué ya es decir!, aunque sin llegar a sus niveles de maestría. Véanla rápido, antes de que cuatro deslenguados les rompan la emotividad que contiene desde sus primeros minutos.

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