23.2.05

Dogma (y polla) a la catalana

Entré de manera accidental. No era mi intención ver Amor Idiota, la nueva película de Ventura Pons. Por muchas razones, empezando por la soberbia que se esconde tras ese director catalán, un hombre engreído y convencido de ser el mejor realizador, no sólo de Catalunya, sino de todo el país. Y es que, en muy pocas ocasiones, sus películas me han convencido en absoluto. Es más, sus comedias iniciales me daban pena y su cambio hacia el melodrama más intimista me aburrió. Todas esos detalles me habían inducido a pasar de la película.

Nunca digas nunca jamás. Eso está claro. Ayer por la tarde, dispuesto a degustar alguna que otra película de la cartelera actual, tuve que acabar eligiendo Amor Idiota, por cuestiones de horarios y temas familiares que tenía que resolver un par de horas después. Ningún título me cuadraba dentro de mi limitado horario. Solo esa, la del Ventura. "Pues nada", me dije, "haz de tripas corazón y a soportarla". Sólo me reconforté pensando que hoy le podría dar una caña terrible a ese realizador soberbio y convencido de ser la voz cinematográfica de Catalunya.

Y la verdad, me acabé cabreando conmigo mismo por prejuzgar un producto que, al fin y al cabo, no está tan mal como esperaba. Está claro que prejuzgar es feo, pero a todos nos gusta. Y lo seguiré haciendo, siempre que después, como en este caso, sepa rectificar (pues eso es de sabios, según dicen).

Amor Idiota es la historia de una obsesión, la de un tipo solitario, Pere-Lluc, un idiota integral (según sus propias palabras) que, traumatizado por la inesperada muerte de su mejor amigo, acabará colgándose por la visión de una mujer casada, hermosa y tentadora, pero imposible para él. Sin dejarse vencer ante la ignorancia que ella le demuestra en sus encuentros, iniciará un acoso silencioso siguiéndola a todas partes, buscando tan sólo un pequeño retazo de esperanza que le deja acercarse a ella.

La película está basada en la novela homónima de Lluís-Anton Baulenas y, para su adaptación cinematográfica, Ventura Pons ha optado, en parte, por seguir las atípicas normas dictadas desde el decálogo Dogma, empezando por la utilización de una temblorosa e histérica cámara en mano. He de reconocer que, en sus primeros quince minutos, me saco un tanto de quicio esa opción, pero al final acabé comprendiendo que era la mejor elección para seguir los actos de un tipo inquieto y de reacciones inesperadas, las de un idiota con todas las de la ley.

La cinta funciona por ese disfuncional tratamiento que hace de una historia en parte perversa y obscena, de sexo sucio (tal y como lo define su protagonista), de decisiones inmorales (y absurdas) y con muchos puntos de contacto con Bilbao, otra película catalana que llevó el morbo al límite del abismo. De todas maneras, Ventura Pons no llega tan lejos como Bigas Luna en su ópera prima. Es más sutil y esa sutileza, en ocasiones, le aleja de la morbosidad que hubiera sido necesaria en ciertas escenas en donde el sexo toma vertientes salvajes y perturbadoras.

En cuanto a los actores, poca cosa a destacar. Tanto ella, Cayetana Guillén Cuervo, como él, Santi Millán, salvan correctamente sus respectivos roles, sin demasiada ampulosidad ni histrionismos innecesarios. Y cada uno habla su lengua materna, mezclándose, en total armonía y sin desafinar, el castellano y el catalán, creando, con ese bilingüismo natural y típico de Barcelona, cierto halo de realidad que aún hace más atractivo el producto. Lástima, de todas maneras, de ese afán exhibicionista de Santi Millán que, a la mínima de cambio, no duda en absoluto en enseñar su miembro viril; vaya, su polla, para ser más claros. Es más, a los cinco minutos de proyección (y un poco sin venir a cuento), el pene del Millán, en primerísimo plano, se acaba mezclando con la carne hervida del caldo, lo que en casa llamamos la carn d'olla. Y la verdad, tanta polla, a lo largo de la película, se me acabó atragantando.

En definitiva, contra todo pronóstico, Amor Idiota es un trabajo correcto, con más aciertos que defectos, pues su historia engancha, retratando con cierta estilo (aunque sea copiado del Dogma) una historia enfermiza, en la que la pasión y el sexo cobran un fuerte protagonismo. Tan sólo por criticar algo, citar la abusiva utilización de la voz en off del protagonista, trivial en la mayor parte de ocasiones, así como esas cargantes ansias de Pons (como en la mayoría de sus productos) de vendernos Barcelona, visualmente hablando, desde el punto de vista más turístico, de revista de agencia de viajes, así como su desmesura en mostrar los restaurantes y bares de copas nocturnos de la ciudad que el realizador debe frecuentar más a menudo.

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