Ya han pasado 10 años del estreno de El Libro Negro,
la curiosa visión, a ritmo de tebeo, del realizador Paul Verhoeven sobre Segunda
Guerra Mundial. Ahora, siguiendo apartado de los lares de Hollywood, regresa desde Francia con Elle, una cinta nada convencional, que navega entre el thriller más
viscoso, la comedia negra y ácida, la amoralidad y, como plato fuerte de la
función, una disección gélida del mundo de la familia y de las relaciones
sociales.
La cinta se abre con una escena tan seca como
contundente, la de la violación de Michèle dentro de su casa y ante la atenta mirada de su propio gato; una mujer (en teoría) triunfadora y que ostenta un cargo
directivo en una empresa dedicada al universo de los video-juegos. De carácter osco,
decidirá no denunciar el hecho a las autoridades, aunque no descartará una
posible venganza.
La historia, en un principio, promete. Isabelle Huppert
está magnífica, atronadora, aunque un tanto siguiendo los mismo cánones del
personaje que interpretara para Michael Haneke en La Pianista. Todo parece indicar que
estamos ante una película magnífica, pero Verhoeven decide salirse por la
tangente y abrigar esas mismas atmósferas enfermizas que envolvieron sus primeros
trabajos cinematográficos. Delicias Turcas y El Cuarto Hombre vuelven a salir a
flote. Vaya, que el director holandés quiere demostrar que, a pesar de sus
devaneos norteamericanos, aún sigue siendo un AUTOR, con mayúsculas.
Y es allí, justo en esas ansias autorales, que al
hombre le da por obsequiarnos con una paja mental en la que se propone abarcar (y
salpicar) un montón de aspectos sociales de armas tomar. Y, lo único que consigue,
por mucho cinismo que intente verter en la historia narrada, es aburrirme
soberanamente.
De la venganza, pasa a un relato en donde el
sadomasoquismo se convierte en su protagonista más absoluto (en claro homenaje
al cine del ya citado Haneke) para, de golpe y porrazo y cerrar la cinta (un
tanto precipitadamente), vuelve a recuperar el tema de la venganza. A Verhoeven
se le ha ido un tanto la olla y algunos (muchos) intentan ver en ella una
película de culto; o sea, de las que recaudan poquísimo en taquilla y con el
paso de los años adquieren un pedigrí desmesurado.
Es innegable que, a pesar de su descarado interés en
captar la atención del público más gafapastoso, el tipo sabe colocar la cámara.
Momentos como el de la violación inicial o ciertos pasajes que no voy a desvelar,
poseen el sello y la firma de un gran director, así como la interesante subtrama
del pasado oscuro de la familia del personaje de una Isabelle Huppert inmensa
que, por derecho propio, se convierte en lo mejor y más atractivo de Elle.
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