Jueves 13, séptimo día de festival. Y, por la
mañana, a primerísima hora en el Auditorio, uno de los mejores títulos del
certamen, la española Que Dios Nos Perdone, un thriller duro ambientado en
2011, durante una visita del Papa, en un Madrid que nunca con anterioridad se
había retratado de una manera tan decadente como lo hace su director, Rodrigo Sorogoyen (el
de la contundente Stockholm). Llena de iconografía religiosa y buscando los
barrios más abandonados de la capital, Sorogoyen nos narra la historia de dos
policías de caracteres completamente diferentes -uno calmado, tartamudo y
solitario (genial Antonio de la Torre) y el otro tocado por un pronto violentísimo
(brillante Roberto Álamo)-, que se enfrascan en la caza y captura de un serial
killer al que le encanta asesinar a mujeres ancianas. Un film policiaco
distinto, que rompe con los típicos y tópicos de las buddy movies norteamericanas y
que, aparte de resultar acertadamente crítica con la sociedad actual, acarrea
un mucho de melodrama en su haber. Traumas del pasado, religión enfermiza por
un tubo y, de propina, un fuerte sablazo a la incompetencia de ciertos mandos
del cuerpo policial. Francamente, una gozada. Y atención a la sorprendente
caracterización de Javier Pereira.
Después, el día no podía continuar mejor, pues tuve
la oportunidad de acercarme a la rueda de prensa que dio Christopher Walken,
actor emblemático que se acercó al Festival para recoger un Premio Honorífico la
noche de la clausura del festival. Allí, el hombre, todo un señor, demostró no
ser tan inquietante como aparenta en sus películas. Abierto totalmente a la prensa, nos habló de
su carrera, de sus títulos más representativos y de unas cuantas anécdotas más,
entre ellas la de la historia del rodaje de una de sus escenas más emblemáticas, la
del tête à tête con Dennis Hopper en Amor a Quemarropa, film que curiosamente tuvo su premier europea en este mismo festival. Amable y dispuesto a responder
todo tipo de preguntas, dejó a todos los presentes con un buen sabor de boca
inolvidable. Todo un genio y un icono del Séptimo Arte. Lástima que a sus 73
años ya se le empiece a ver un tanto envejecido.
De la inolvidable rueda de prensa con Walken, pasé
de nuevo al Auditorio para sufrir una de las mayores fricadas de la década,
Swiss Army Man, el título que sorprendentemente ha ganado el premio a Mejor
Película del certamen. Dirigida por Daniels (que, en realidad, se trata del
binomio formado por Dan Kwan y Daniel Scheinert), se trata de una alucinada
total (o, mejor dicho, una inmensa tomadura de pelo) en la que se narra la
relación que se establece entre un (teórico) náufrago a punto de suicidarse y
un cadáver putrefacto y pedorro que el mar ha acercado a la playa. Escatológica
hasta extremos increíbles (pedos continuos propulsados por el muerto e incluso
morreos con el cadáver), aún no sé muy bien que es lo que pretenden con este
invento los Daniels de marras. Supongo que, sencillamente, provocar. Otros, por
el contrario, dicen que se trata de una emotiva historia de amor (???) y que se
trata de un film muy valiente. Yo, sencillamente, prefiero denominarlo “cosa”.
Pues nada, que lo mejor de la “cosa” se encuentra en el trabajo de Daniel
Radcliffe en la piel del fiambre flatulento, labor por la que ha conseguido el premio al
Mejor Actor del certamen y que eclipsa por completo la labor de su pareja en
pantalla, un sosísimo Paul Dano. Lo que ha de hacer el chaval para sacarse de
encima el estigma del niño Harry Potter: hasta incluso acepta meterse en la
piel de un difunto que no para de soltar ventosidades. Una pena. Y lo peor de
todo es que ha entusiasmado a más de uno.
Shelley, vista a continuación en el mismo Auditorio,
es otro despropósito simplemente olvidable y totalmente aburrido. De producción
danesa y dirigida por Ali Abbasi, cuenta la historia de una joven madre soltera
que entra a trabajar al servicio de un matrimonio que vive de forma austera,
sin agua corriente ni electricidad, en una casita a en medio de un solitario
bosque y que acepta convertirse en madre de alquiler para paliar la depresión
que sufre la señora del lugar tras haber sufrido un aborto. El embarazo será de
lo más maligno y pronto empezará a tener alucinaciones y dolores de todo tipo.
Una especie de La Semilla del Diablo pero en cazurro y absurdo, ya que su
director, el tal Abbasi, en su ópera prima, olvida por completo explicar algo
coherente al estupefacto y adormecido espectador que no para de mirar el reloj
suplicando que este engendro termine cuanto antes. Y así es tal y como ocurre:
hora y media de proyección (que, por cierto, se hace eterna) y, de golpe y
porrazo, llega el final; un final tan brusco y tan poco explícito como el resto de
su metraje. Otra de las de mear y no echar gota.
El siguiente título de la jornada fue I Am Not a Serial Killer, un film indie dirigido por el irlandés Billy O’Brien que se
acerca a la personalidad de un adolescente que, criado en el seno de una
familia propietaria de una funeraria en una pequeña localidad de Minessota,
empieza a hacerse pajas mentales barajando la posibilidad de que pueda acabar
convirtiéndose en un asesino en serie. La casualidad hará que en su pueblo
empiecen a cometerse varios crímenes y, en sus pesquisas, descubrirá que tras
la afable fachada de un achacoso y anciano vecino se esconde el misterioso y
sádico asesino. Hasta aquí todo promete y la cinta te mantiene enganchado a su
trama. Pero, a medida que se acerca a su recta final, la cosa cambia de tercio
y se convierte en una inaguantable e inexplicable locura de lo más absurdo. Una
lástima, pues hasta el momento, me lo estaba pasando la mar de bien. Eso sí, a
tener muy en cuenta la interpretación de un Christopher Lloyd imponente dando
vida al serial killer viejuno: para sacarse el sombrero.
El día, ya en sesión golfa, se cerró para mí con
Anguish, la ópera prima de Sonny Mallhi, otra film de factura indie que, en el
fondo, es otra tomadura de pelo más pues, desde un inicio, asegura basarse en
un caso verídico cuando, en el film, el fantasma de una joven atropellada campa
a sus anchas durante buena parte del metraje; un fantasma que, por cierto,
intenta meterse en el cuerpo de otra chica con problemas psicológicos para que
le sirva como médium y así poder contactar con su madre, a la que dejó con muy
mal rollo pues, antes de morir, había tenido una fuerte discusión con ella.
Aburrida, lenta, pésimamente filmada y sin apenas iluminación en muchos de sus
pasajes. Vaya, que al director le regalaron una cámara digital y se olvidó de
contratar a un buen director de fotografía que le arreglara ciertas situaciones anómalas.
Otra tontería insustancial más que me tuvo bostezando todo el rato.
En el próximo post, un poquito más.
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