El 12 de octubre de 2016, sexta jornada de festival,
los alrededores del Festival estaban a tope de gente por tratarse de un día
festivo, lo cual, a pesar de la fuerte lluvia que estuvo cayendo durante muchas
horas, provocó larguísimas colas ante todas las salas de proyección.
El día empezó en el Auditorio con Grave - Raw (Crudo), la
película que obtuvo los premios Citizen Kane a la mejor dirección novel y el
premio del jurado Carnet Jove a la mejor película. Se trata de una coproducción
franco-belga que, dirigida por una mujer en su ópera prima, Julia Ducournau, muestra el proceso
degenerativo de una joven vegetariana que, durante su primer año en la facultad
de veterinaria en la que estudia su hermana, descubre que en realidad le va mogollón la carne humana. Con el
canibalismo como tema central de la historia, lo que podría haber sido un film
ciertamente interesante, se ve lastrado por los excesos de todo tipo que usa la
realizadora para narrarnos los problemas existenciales de Justine, la chica
protagonista (excelente Garance Marillier), tanto a la hora de plasmar los
desmanes de los estudiantes más veteranos con los novatos de primer año (más
que una universidad parece una prisión en donde los vigilantes hacen la vista
gorda) como en el dibujo extremadamente desagradable del mal que se apodera de
la moza. Aburrida y de muy mal gusto, a mí, personalmente, me puso de mala
leche (que no de mal cuerpo, por mucho que quisiera la tal Ducournau), todo lo
contrario que le sucedió a buena parte de la audiencia, que salieron entusiasmados
con el desbarajuste propuesto.
A continuación, y aprovechando que este año el
certamen estaba dedicado a los 50 años de Star Trek (hasta los lavabos del hotel
Meliá aprovechaban el saludo trekkie clásico para distinguir entre los de
hombres y mujeres), se proyectó la versión íntegra del primer largometraje de
la saga, el Star Trek: La Película (1979) de Robert Wise, un
producto que no ha sido remontado por el desaparecido Wise y que, para
alargarlo en unos 15 minutos, se han utilizado varios descartes que en su día
el realizador dejó apartados del montaje final. Si ya en su época este Star
Trek me pareció aburridísimo debido a ese halo filosófico y pedantillo que
desprendía (y que, en parte, quería acercarse al de la magistral 2001), vista
hoy en día (y con el agravante de ser aún más larga, 146 minutejos de marras),
no hay quien la soporte, y más teniendo en cuenta que sus efectos especiales (en
su época innovadores) ya han quedado totalmente desfasados. Eso sí: siempre
queda la curiosidad de volver a ver en pantalla grande a tan míticos personajes
como el Capitán Kirk y Spok interpretados por sus actores originales. Sólo para
trekkies sin remisión, de esos que andaban toda la semana disfrazados por las
calles de Sitges.
Otra de las cintas que pudo verse ese día fue
Equals, un film de ciencia-ficción indie que, producido por Ridley Scott y
dirigido por el californiano Drake Doremus, retoma un tema ya clásico en el
género: el de una sociedad futura y aséptica en la que los sentimientos han
sido erradicados y en donde aquellos que se vean afectados por éstos serán
tratados como enfermos apestados. Pues nada, un poco más de lo de siempre.
Inevitable la parejita que empezará a sentirse atraída y dominada por los
sentimientos y que tendrán que apañárselas para relacionarse escondidos de todo
el mundo; una pareja compuesta por una irregular Kristen Stewart y un desaborido
Nicholas Hoult, o sea, Nia y Silas, los amantes de Teruel, tonta ella, tonto
él. La cinta posee buenas intenciones y emotivos y tensos pasajes, eso es
innegable, pero su cansino ritmo narrativo y una asfixiante filmación (casi en
su totalidad) construida a bases de primerísimos primeros planos (supongo que
para abaratar costes), hace que al final acabe aburriendo hasta a las
musarañas.
Más avanzada la tarde pudimos ver Detour, un film
inglés, dirigido por el británico Christopher Smith (el de Desmembrados) y
filmado íntegramente en los Estados Unidos. La cosa es trepidante, con lo cual
entretiene y sus 97 minutos de metraje pasan volando, pero su estrambótica narrativa
(a base de ir hacia adelante y hacia atrás en la historia), a pesar del nervio
que le imprime, se me antoja altamente truculenta. En ella, asistimos a las
aventuras y desventuras que habrá de vivir un joven pijo que, tras una noche
de borrachera, se dejará convencer por un enigmático y violento personaje que
le propondrá acabar con la vida de su padrastro si accede a pagarle veinte mil
dólares. Divertida pero más falsa que un duro sevillano. Lo mejor de la
propuesta, sin lugar a dudas, radica en la elección de Bel Powley para encarnar
a Cherry, la prostituta con la cara marcada que mantiene una extraña relación
de forzada sumisión con un truhan de muchísimo cuidado.
Por la noche, en el Auditorio y en sesión de gala,
llegó uno de los títulos más esperados del festival. Se trata de 31, el nuevo
film del para mi insoportable Rob Zombie, un producto que recoge, sin guión
alguno, lo más sanguinario y perverso del realizador y contando, para ello, con
su sempiterna pareja, la madura y aún atractiva Sheri Moon Zombie quien, en
esta ocasión, demuestra, con todas las de la ley, lo mala actriz que es. El
invento no es nada nuevo ni original. En él, cinco feriantes muy setenteros (lo
hippie parece funcionarle de maravillas al estrafalario de Zombie) son
secuestrados y encerrados en un gigantesco almacén abandonado. Allí, sometidos
a un pasatiempo de lo más sádico (llamado 31), habrán de aceptar un cruento juego de
supervivencia ante el ataque constante de personajes siniestros, sádicos y sin
escrúpulos. Un aburrimiento supino, sin sentido alguno, en donde domina el gore
por encima de todo. Este realizador está encallado en la misma película desde
hace muchísimos años. Ya se sabe, producto con Malcolm McDowell en su interior
(ya que el hombre forma parte del elenco) está destinado al fracaso. De nuevo,
caca de la vaca.
La jornada la acabé ya en horario golfo (a la 1 de
la madrugada) con Midnight Special, una cinta de factura muy spielberiana (por
eso de los Encuentros en la Tercera Fase) que, dirigida por Jeff Nichols (el de
las excelentes Mud y Take Shelter), nos muestra los avatares por los que pasará
un padre que, para proteger a un hijo con poderes extrasensoriales, habrá de
huir de una secta de fanáticos religiosos y del mismísimo FBI, ávidos éstos con
la posibilidad de hacerse con el pequeño. Su look es impresionante y atractivo,
el trabajo de Michael Shannon es espléndido (cada vez me gusta más este actor)
y su primera parte es magnética y te atrapa por completo. Lástima que, una vez
desvelado el porqué de los poderes del niño, al amigo Nichols se le va un tanto
la olla y nos endilga una recta final de lo más patético e incluso ridícula.
Una pena, pues la cosa prometía.
Y nada más. Viajecito hasta el hotel y a dormir, que
al día siguiente hay que estar fresco. To be continued…
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