8.4.08

La Prehisteria

El alemán Roland Emmerich siempre ha querido ir tras los pasos de Spielberg. Con su insano empeño, ha castigado a las plateas de todo el mundo, entre otros caos cinematográficos, con películas como Independence Day o El Día de Mañana. No satisfecho con ello, y sin ser completamente consciente de no llegarle ni a la suelo del zapato al director de Jurassic Park, va ahora y nos endilga, con toda la tranquilidad, una de cavernícolas a la que no hay por dónde pillar. 10.000 es su título y, en ella, plantea un batiburrillo de mucho cuidado en la que, excepto rigor histórico, hay un poco de todo.

Mamuts en plena efervescencia, tigretones desmesurados, tribus salvajes y civilizaciones perdidas (al más puro estilo de Stargate, otro de los fiascos del realizador), componen uno de los mayores desvaríos que jamás se hayan filmado sobre los tiempos prehistóricos. A su lado, la sencillez económica e infantil de viejas cintas de la Hammer como Hace Un Millón de Años o Cuando los Dinosaurios Dominaban La Tierra, se convierten en suculentas obras maestras.

Al Emmerich tanto le da que su trama no posea ni una pizca de coherencia. Él va de frente, pasando del guión, a lo bruto. Como (mayúsculo) argumento, presenta a un pequeño grupo de cazadores que, tras dejar atrás su aldea natal, se enfrascan en la persecución de los sanguinarios raptores de la bella Evolet, la llamada niña de los ojos azules y que, de hecho, es la novieta del joven D’Leh, el aguerrido joven que -cargando sobre sus espaldas con un nombre de rapero marginal- encabeza la expedición de rescate. En pocas palabras: Centauros del Desierto, en versión Picapiedra y bajo el prisma particular del miope cineasta. Añádanle unas gotitas (o directamente un chorro) de Apocalypto, y obtendrán el resultado final. Y es que el Emmerich es el copión número uno de la clase; tanto le encanta robar ideas que incluso, para su póster publicitario, se atreve a fusilar el cartel original de 300.

Además de ser un calco de varios productos ajenos, remezclados sin orden ni concierto, 10.000 tan sólo se apoya en una inmensa croma, un montón de efectos especiales y poco más. Una manada de mamuts, cuatro embestidas de éstos, algún que otro monstruito en forma de T.Rex (¿o de flamenco cavernario?) y un mucho de cultura egípcia con pirámides incluidas: casi, casi, los mismos efectos provocados por una dosis de LSD. Los actores - pésimos todos ellos y contratados en un mercadillo de rebajas- podrían haber sido sustituidos por muñecotes informáticos y, a buen seguro, el espectador habría salido ganando... a pesar de que ya no sería posible el entretenimiento de descubrir la presencia de un anciano Omar Sharif (en plan ¿Dónde está Wally?) interpretando a uno de los personajes del film. Tela marinera.

Como mínimo, y teniendo en cuenta que lo que más le gusta al titánico Emmerich es la cosa esta de los monstruos, podría haber cuidado más al detalle el tema de las proporciones entre éstos y los humanos. Hay planos en los cuales los indígenas no llegan ni a la altura de las pezuñas de los mamuts y en cambio, en otros, alcanzan el nivel de las rodillas de los mastodónticos animalejos... ¡Para qué luego algunos vayan diciendo por ahí que el tamaño no importa!

Y tengan cuidado que, en la actualidad, este tipo anda metido en un remake de la deliciosa Viaje Alucinante. Sí Fleischer levantara la cabeza...

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