16.4.08

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La carrera de Gregory Hoblit va de mal en peor. Formado en la dirección gracias a series televisivas como Canción Triste de Hill Street, La Ley de Los Angeles o Policías de Nueva York, en 1996 dio un esperanzador salto a la gran pantalla con Las Dos Caras de la Verdad, un sorprendente thriller judicial al que siguió el escalofriante Fallen. A partir de ahí, sus films fueron perdiendo gancho, hasta llegar al que ahora nos ocupa, el reciente Rastro Oculto, otra intriga policiaca cuyo antecesor, el reciente e imposible Fracture, no predecía nada bueno. Con su nueva película, acaba de verter la gota que colma el vaso.

Es cierto que su premisa argumental promete. La historia de meter a un equipo del FBI de la ciudad de Portlan, especializado en la detección de delitos a través de Internet, en busca y captura de un tipo que realiza sus crímenes on-line desde su página web, tiene su gracia. Y más cuando el muy perverso, para proceder a sus asesinatos, se trabaja, en cada uno de ellos, un escenario y una forma distinta para terminar con la vida de sus víctimas. Es más, según el número de visitas que indique su contador, acelerará la muerte de los agraciados. Cuanto más personal entre, más rápido se producirá el deceso. Inicia sus maldades con un lindo gatito para, acto seguido, recurrir a seres humanos. Ni que decir tiene que su página, www.killwithme.com, pronto pasa a ser una de las más frecuentadas de la red.

El gran problema de Rastro Oculto es que se queda anclado en su excelente punto de partida, sin avanzar hacia ningún lado. En realidad, se trata de un thriller más, del montón, en donde la previsibilidad se convierte en su peor enemigo. Un trabajo rutinario en el que resulta facilísimo dar con todos los pasos que realizará el asesino y la forma (cantadísima) en la que el FBI procederá a su captura.

He de reconocer que Diane Lane, una actriz por la que siento una especial debilidad, en su rol de la llorica agente del FBI encargada del caso, no se vuelca al cien por cien en su interpretación como en otras ocasiones. Aparte de haber envejecido repentinamente (aunque conservando aún un puntito de su belleza), no es capaz de otorgar el suficiente empaque a su personaje como para resultar atractivo; un personaje que, por otra parte y debido a su irregular guión, no está bien desglosado, tal y como ocurre con el resto de las descripciones de sus protagonistas. Muy básico, vacío y extramadamente tópico.

Todo queda como muy pillado al vuelo. IP’s mutantes, servidores espejo y cuatro referencias más al abecedario propio de Internet, están metidos a saco para intentar complicar (sin conseguirlo) su simple y poco efectivo guión, al igual que queda un tanto forzada la inclusión en la trama del círculo familiar de la detective encarnada por Diane Lane. Una inserción que, en el fondo, pretende disfrazar la nula definición de una heroína que, tal y como demuestra en su (ridícula) escena final, denota un gran apego por su reluciente placa de agente federal.

Sin lugar a dudas, lo único atractivo y bien resulto de la cinta, se localiza en el macabro montaje teatral que el psicópata organiza para deshacerse de sus rehenes: un claro guiño a cuantos artefactos de tortura aparecen a lo largo de las cuatro entregas de Saw. Atención, ante todo, al innovador sistema de someter a una de las víctimas a un fresco baño de agua en un recipiente transparente; baño al que se le añade, al ritmo de visitas en la página, una solución de ácido sulfúrico. Un despelleje de lo más salvaje que, por su bestialidad, suma algunos puntos a tan irregular producto.

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