12.11.07

Desde la mesa de autopsias

Es innegable que lo de Saw ya es toda una franquicia que, nos guste o no, sus responsables irán explotando año tras año. Si no teníamos suficiente con Freddy, Jason y Michael Myers, desde el 2004 se añadió a la lista al perverso y maquiavélico Jigsaw el cual, a partir de la segunda entrega de la serie, empezó a tomar una relevancia mucho más específica. Es de suponer que, en las intenciones del film original (el dirigido por James Wan), no existía aún la idea de crear una saga protagonizada por tal psicópata, pero fue tan inesperada la buena acogida popular que, la codiciosa máquina de fabricar dinero, empezó a barruntar la idea de explotar la imagen del enfermizo Jigsaw.

Saw 2 y 3 no poseen la originalidad de la primera, pero igualmente resultan entretenidas y no se me antojan tan tramposas. Al contrario; en este aspecto, da la impresión de que a Darren Lynn Bousman, el relizador de ambas, le diera la neura de ir tapando agujeros y revestir de explicaciones (más o menos lógicas) a los numerosos engaños y truculencias de la película de Wan. El 2 y el 3 son un par de films que se complementan el uno al otro y que no aspiran a otra cosa que no sea la fidelidad hacia el primer título de la serie.

Saw 4 ya me parece un título menos lícito y maquinado para seguir adelante con la saga. De hecho, el director es el mismo de los dos anteriores, pero el guión ha caído en manos de otros. Y ello se nota, sobre todo en el exagerado aumento de falsos artificios que van apareciendo a la largo de la narración, empezando por la (desagradable) autopsia inicial del cadáver de Jigsaw; una escena ésta que más que abrir, tendría que cerrar el capítulo ya que, en realidad, la cinta ofrece una historia paralela a la de los hechos que ocurrían en la tercera parte, para acabar desembocando en la citada escena de la autopsia. Pero ello resulta tan pésimamente escrito y plasmado en imágenes que lo único que consigue es despistar y liar innnecesariamente al espectador durante casi todo el metraje.

Es tanto el abuso rocambolesco de flash-backs que, en esta ocasión, incluso se olvidan de crear algún mínimo retazo de tensión. Tan sólo se esfuerzan en buscar la brutalidad visual a todos los niveles y, sobre todo, en recrearse en el diseño de esos potros particulares de tortura que tanto le encantan a Jigsaw. Para los padres de la criatura deber de ser un mal menor que el público tenga dificultades para pillar, al cien por cien, cuanto acontece en pantalla. Su gran meta es organizar un festival de sangre y de mal gusto que, al mismo tiempo, dé la posibilidad de ir preparando a los menos exigentes para una nueva entrega, la cual, a pesar de que su personaje principal descanse con las tripas al aire en una mesa de autopsias, seguirá siendo protagonizada por éste. Tal y como desgrana la voz de una cassette localizada en el estómago del difunto Jigsaw, “el juego acaba de empezar”.

Saw ha entrado en un bucle difícil de encauzar. La desmesura es ahora su marca de presentación. El guión a duras penas existe. Éste ha cedido su lugar a un inenarrable festival de sangre y miembros amputados que apunta, directamente y casi en exclusiva, a los amantes del gore más salvaje. A quién le guste la propuesta, que la aproveche. Yo, me apeo.

Por muy correctos que resultaran sus siguientes capítulos, nunca se tendría que haber ido más allá de la cinta original. Al menos, James Wan, a pesar de sus trampas y falsedades narrativas, en ningún momento pretendió excusar la maldad de su juguetón psicópata, tal y como ocurre en esta última entrega.

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