10.11.05

American Dream

Ya muy pocos apostaban fuerte por la carrera de David Cronenberg, un interesante cineasta que, con el paso de los años, parecía ir acabando sus baterías. Sorprendentemente, resucitado de entre las cenizas, vuelve a la carga con Una Historia de Violencia, una excelente película que, basada en la novela gráfica de John Wagner y Vince Locke, se convierte en uno de esos títulos magnéticos que atrapan al espectador desde sus primeras imágenes.

En esta ocasión, el director canadiense ha dejado a un lado el cine fantástico, con mejores resultados que los que obtuvo con la cargante M. Butterfly. Renovarse o morir. Y Cronenberg, de manera indiscutible, ha optado por renovarse, aunque sin renunciar por ello a seguir manteniendo viva una de las constantes más visibles de su irregular (pero tentadora) filmografía. La degradación de una familia típica y tópica sustituye, en este caso, a la atracción que sentía el realizador por plasmar en pantalla, de manera morbosa, todo tipo de enfermedades degenerativas, tanto psíquicas como físicas.

Una Historia de Violencia muestra la madurez de Cronenberg. Dispara, con dardos envenenados, a esa corriente de cine yanqui que, en los últimos tiempos, idealiza y ensalza a la familia como uno de los mejores valores morales y socio-políticos del país. Y lo hace desde el mismo corazón de Norteamérica. El cacareado American Dream, tan idealizado por ese cine, queda por fin al desnudo, a punto para ser diseccionado con la ayuda de un fino y preciso bisturí que, en forma de meticuloso guión, expone al respetable lo que significa vivir al amparo de una gran mentira. Y, además, creérsela. Es cuestión de guardar las apariencias y fingir que todo funciona a las mil maravillas.

La película tiene estilo. Es fría y concisa, desde su primera y brutal secuencia. Se toma su tiempo pero, al contrario que en la de Jarmusch, ésta avanza paso a paso. Cada escena aporta un dato nuevo a la trama. Nunca se queda encallada. Todo liga a la perfección. La lógica se sitúa en primera línea. Y el realismo acaba siendo mucho más estremecedor que aquellas fábulas fantásticas y gores con las que antaño disfrutara el propio Cronenberg. Y es que el terror, a veces, puede habitar muy cerca de nosotros. Incluso podría dormir en nuestra propia cama, a nuestro lado.

Y, al igual que en la vida real, la violencia que expone es seca, cortante, inesperada y rauda. Como un cegador golpe de flash. Disparan, mueren y sangran. No hay ni superhéroes ni tipos ágiles haciendo piruetas. Sólo seres de carne y hueso, dispuestos a sobrevivir al precio que sea. El engaño siempre funciona, a no ser que un hecho aislado e imprevisto lo acabe dejando al descubierto, en pelota picada. Y es aquí cuando el melodrama y el thriller se aunan en perfecta armonía. Algo similar a lo que consiguió Clint Eastwood con la magistral Mystic River.

Imáginense si es buena esta película que incluso Viggo Mortensen da el pego. Con un look a lo Kirk Douglas de los años 50, recrea a un personaje totalmente creíble, salido directamente del cine negro más emblemático; por no hablar de los siempre magníficos Ed Harris y William Hurt, el par de secundarios de lujo que se merecía un brillante producto como éste. Y ya, como remate final, la presencia de Maria Bello, una mujer que cada día que pasa resulta mucho más atractiva (tanto en el plano físico como en el interpretativo).

A veces, como en este caso, vale la pena perder un rato en el cine.

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