16.11.05

¿... pero qué culpa tiene Spaulding?

No vi la primera entrega, pero después de sufrir su nefasta secuela, Los Renegados del Diablo, les puedo asegurar que tardaré años en enfrentarme a La Casa de los 1000 Cadáveres.

Rob Zombie es su realizador, el que ya se encargara del título original. O lo que es lo mismo, Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. Director, guionista, productor y responsable de la banda sonora del engendro. De hecho, su oficio natural es el de músico (aunque, en su caso, lo de la palabra músico sea mucho decir). Y, claro, con esas pretensiones de yo puedo con todo, sale lo que sale. O sea, una película con forma de zurullo. Y de zurullo inmenso, gigantesco.

No hay historia alguna. Con la excusa de retomar a los supervivientes de una familia de cruentos asesinos sanguinarios (aquellos que dieron título al film anterior), el tal Zombie se monta un festival de disparos y toques gores de lo más innecesario. Repesca al jefe del clan, un perverso y obsceno payaso que atiende, de manera vergonzosa, por el nombre de Capitán Spaulding. Otros apodos, para distintos miembros de esa banda, sacados de los personajes interpretados por Groucho, sirven para insertar en su metraje un lastimoso y forzado guiño al cine de los hermanos Marx. De puta pena, la verdad.

Violencia por violencia. Sin más. Sangre y más sangre. Numerosos diálogos para besugos. Disparos. Cerebros desparramados. No hay lógica alguna en su narración. La inteligencia brilla por su ausencia. Ni siquiera un mínimo detalle de credibilidad. Siete balazos en el cuerpo del mentecato Spaulding no son suficientes para acabar con su vida. Lamentable. Ahora me matas, ahora me levanto ¡Zombie tenía que llamarse el tipo!

Y como acompañamiento sonoro a tanto despropósito descarnado y virulento, una atronadora y molesta música envuelve a sus imágenes. Es posible que me haga viejo a marchas forzadas, no lo niego. O, en el peor de los casos, puede que esté transformándome en una ave de corral, pues la tos, el cansancio y las rápidas visitas al lavabo continúan. La cuestión es que, como aún no me han salido alas y plumas, supongo que sigo en mis cabales. Y que esto de Los Renegados del Diablo, para mí, no es cine ni es nada. Nada de nada. Pura bazofia.

Un mero circo, sin pies ni cabeza y con demasiados payasos. Y, para más desgracia, con un inacabable y ralentizado final (de juzgado de guardia) a modo de homenaje a Dos Hombres y Un Destino. Eso sí que era cine.

Les aseguro que nunca hubiera jurado que algún día acabaría cagándome (con perdón) en Spaulding. Me voy a poner el termómetro y a tomarme la medicación.

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