24.3.10

La gran mentira

Paul Greengrass, el artífice de los dos últimos Bourne, en Green Zone vuelve a echar mano de Matt Damon para, en esta ocasión, convertirle en un subteniente de los marines norteamericanos que, durante la ocupación de Bagdad en 2003, recibe la orden de descubrir las putas armas de destrucción masiva teóricamente escondidas a lo largo y ancho de Irak.

Un thriller político y de acción, desde el que se denuncia, con total lucidez, el engaño gubernamental con el que se inició la guerra de Irak. El gran engaño que se escondía tras la tan cacareada acumulación armas químicas por parte del gobierno de Sadam, es claramente el leit motiv de la cinta de Greengrass.
Más cercana a las coordenadas visuales y de estilo de la serie sobre el amnésico Bourne que a las del cine de denuncia política made in Costa-Gavras, Green Zone cumple perfectamente con su cometido. Entretiene, posee un ritmo y un montaje frenéticos y, al mismo tiempo, arroja un mucho de luz sobre los intríngulis urdidos por el entonces presidente de los EE.UU., George Bush, y todos sus lameculos más cercanos.

Matt Damon, a pesar de haber encontrado su huequecito en la industria hollywoodiense interpretando a personajes más o menos inocentes, con su papel en el film, sigue demostrando, con total validez, que también le van como anillo al dedo los héroes de acción. Él, en Green Zone, es Roy Millar, ese militar norteamericano que, al mando de su grupo, debe encargarse de desmantelar aquellos escondrijos en donde supuestamente se esconden los letales agentes químicos anunciados y al que, por culpa de sus frustradas incursiones militares con resultados nulos, se le acaba montando la mosca en la nariz.

Y allí, respaldando el buen trabajo de Damon, dos actores de envergadura: el todoterreno y gigantón Brendan Gleeson y el siempre eficaz Greg Kinnear. El primero, en la piel de un particularísimo agente de la CIA enviado a Bagdad, mientras que el segundo lo hace en la de un “diplomático” yanqui con poquísimos escrúpulos, uno más de los hombres de paja de su gobierno.

Greengrass salva con nota alta un nuevo film de acción. No aburre, va al grano en todo momento y no tiene pelos en la lengua. Lástima que, fiel a su método, la mayoría de escenas trepidantes (que haberlas, haylas, y en cantidad), se le va un tanto la bola con su sincopado montaje y sus encuadres poco explícitos, lo cual no permite disfrutar al espectador, al cien por cien, de cuanto sucede en pantalla. Un vicio, el del director británico, que resultará muy difícil de pulir.

No hay comentarios: