7.12.06

El Hombre del Tiempo

Paco Montesdeoca, José Antonio Maldonado, Alfred Rodríguez Picó... un grupo de personajes que, por su profesión, se han convertido en estudiosos del tan cacareado cambio climatológico; un grupo al que ahora se les une un nuevo compañero, Al Gore, el ex vicepresidente norteamericano de la época Clinton y el hombre que jamás llegó a alcanzar la presidencia de su país por culpa del polémico (y crónico) voto de Florida. Un perdedor nato que, harto de ocupar siempre el lugar del segundo de a bordo, decidió un buen día que lo suyo sería dar largos viajes a lo largo y ancho de este mundo (como el Capitán Tán), y convertirse en salvador de la Tierra mediante su ingenioso postulado a favor de un planeta menos contaminado y agredido.

Una Verdad Incómoda recoge parte de la perfomance que, a modo de hombre del tiempo superstar, se ha montado el bueno de Al Gore: en su escenificación no usa las típicas cromas de sus accidentales colegas televisivos, pero sí que echa mano de una inmensa pantalla de vídeo, en formato panorámico y gigantesca, en la que va mostrando a su público gráficos e imágenes sin cesar y a la que a veces ha de acceder, debido a su altura, con la ayuda de un pequeño gadget a manera de grúa unipersonal que le sube y baja del escenario. Todo un comprometido showman este Al Gore; un comunicador nato.

Que la Tierra está condenada a irse a la mierda a marchas forzadas, es una cosa que tengo clara desde hace bastante tiempo. A pesar de que muchos escépticos no quieran aceptarlo, se trata de una realidad casi incuestionable; una realidad que, de todos modos, podría tener soluciones a largo plazo. No es necesario que un político fracasado -aunque cargado de buenas intenciones- llegue ahora y lo proclame a los cuatro vientos a través de su personal (y respetable) show; un espectáculo del cual ya lleva más de mil representaciones ofrecidas en distintas ciudades del planeta al que tanto ama. Es innegable que el tipo está perfectamente informado, y que los numerosos datos científicos y estadísticos que ofrece a lo largo de su actuación son, al mismo tiempo, irreprochables y espeluznantes. No hay lugar a dudas de que, si seguimos maltratando a la naturaleza y a nuestra atmósfera, el mundo se irá al garete con nosotros a bordo. El deshielo polar es tan sólo un anuncio que puede acarrear graves consecuencias.

Hasta aquí, el film y la discursiva de Al Gore resultan totalmente loables. Pero, entre monólogo y monólogo, se han insertado un sinfín de pequeños documentos gráficos que giran, en su mayor parte, alrededor de la personalidad de su protagonista. Pura propaganda electoral servida en bandeja de plata. Él, como no es tonto, aprovecha para vender su imagen pública: no en vano, su propia voz en off se convierte en narradora de los mismos. Él es bueno; el mejor; el más enterado; el más sabio. Él y su familia, por supuesto. Su propio padre, un hombre que dedicó parte de su vida al cultivo y al cuidado del tabaco, abandonó esta labor al conocer la nocividad del producto. ¡Qué buena es la familia Gore!

A pesar del teórico progresismo del que hace gala sobre el escenario, en la recta final de su espectáculo, a nuestro nuevo hombre del tiempo le empiezan a patinar un poco las neuronas y, en lugar de apuntar hacia techos más elevados, acaba culpabilizando del cambio climático al ciudadano de a pié. Según Al Gore, éste es el único que puede evitar el caos climatológico, ya que los de arriba están más preocupados por la economía que por la salud del planeta. La falsa moral cabalga de nuevo; esa falsa moral capaz de encargarle al paupérrimo mileurista (que a duras penas pueda hacer frente a sus numerosas deudas y alimentar a su familia) la cruzada de la lucha ecológica, dando un giro revolucionario a su ya renqueante modo de vida para renovar todo cuanto le rodea: un coche híbrido, calefacción solar, energías verdes...

Tras Una Verdad Incómoda se encuentra un film cojitranco. Por un lado abriga una lección magistral, bien fundamentada y alarmante y, por el otro, hace gala de la soberbia de un político segundón que no puede evitar la tentación de vender su imagen de moderno Jesucristo en busca de causas justas... aunque para ello, de manera hipócrita y escudándose en la ineficacia de los gobernantes actuales, tenga que responsabilizar de la estabilidad del planeta a los mismos de siempre.

Más que Una Verdad Incómoda, personalmente lo dejaría en Una Verdad A Medias.

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