20.9.06

Corrupción en Paraguay, Haití, Cuba y (de paso) Miami

Después de estar seis años ejerciendo como productor ejecutivo en la serie televisiva Miami Vice, durante la década de los 80, el hoy reputado Michael Mann, aleccionado por el actor Jamie Foxx, se ha decidido a hacer una adaptación de la misma para la pantalla grande. De hecho, no se trata de ningún encargo de una major: simplemente es un deseo compartido por el propio realizador y el protagonista de Collateral, quienes, por cierto, tras terminar el rodaje de Corrupción en Miami, acabaron sin dirigirse la palabra.

El largometraje está basado en uno de los episodios de la serie protagonizada por Don Johnson y Philip Michael Thomas, aquí sustituidos respectivamente por Colin Farrell y el citado Jamie Foxx. O sea, Sonny Crockett y Ricardo "Rico" Tubbs, los dos detectives de la brigada antivicio del departamento de policía de la ciudad de Miami. Aquellos que en su día siguieron la serie, sabrán de su estética particular; una estética que, en esa época, revolucionó un tanto los derroteros de la imagen y las bandas sonoras en el mundo del cine y la televisión. De hecho, en un principio, se tenía que titular MTV Cops, a buen seguro por la imagen postmoderna y de diseño que ofrecían, con su impoluta vestimenta, la pareja protagónica y que, en parte, rompía una larga tradición con respecto a los ropajes de los polis e investigadores privados de toda la vida. ¿Alguien se puede imaginar a Cannon, Ironside o Mannix ataviados de esa guisa, igual que si fueran a desfilar por una pasarela? Sólo Sonny y Rico podían lucir tales prendas de escaparate de alta costura e, incluso, en el caso del primero, poner de moda un estilo de calzar que hasta ahora sólo aún sigue conservando el cutre de Julio Iglesias: los mocasines sin calcetines.

Michael Mann, en su puesta al día cinematográfica, ha atenuado un tanto los disfraces de sus héroes, aunque ha seguido fiel a la estética colorista y visual de la serie original, sobre todo en lo que hace referencia a su aspecto musical, ya que ha contado con la colaboración del mismo compositor de antaño, Jan Hammer. O sea, Crockett y Tubbs, en pleno siglo XXI, siguen moviéndose al ritmo de la música electrónica que tanto les caracterizó en los años 80. A pesar de ello, malas lenguas cuentan que Hammer se ha mosqueado bastante con el director por no dejarle utilizar, en ningún momento, la sintonía original. Y es que al Mann debe encantarle ir haciendo amigos por los rodajes...

La trama de Corrupción en Miami es más de lo mismo. Vaya, que la originalidad, en este caso, brilla por su ausencia. Un chivato, situado en un punto clave de alguno de los múltiples departamentos policiales de Miami, pone en alerta a un violento grupo de narcotraficantes cada vez que se intenta interceptar la entrada ilegal en el país de todo tipo de estupefacientes. Sonny y Rico, pactando con el FBI, se infiltrarán entre los narcos para desmantelar la organización y, al mismo tiempo, desvelar la identidad del topo: una misión que les alejará de Miami para hacer turismo por Paraguay, Haití y Cuba.

El guión de Corrupción en Miami es tan flojo que, por ejemplo, al finalizar la película, nadie se acuerda que, en un principio, existía un topo. Y como nadie se acuerda de él (ni siquiera el espectador), Michael Mann pasa da dar explicación alguna sobre el tema. Y es que al realizador se le han subido los humos a la cabeza. Ha oído en demasiadas ocasiones que se trata de uno realizadores más innovadores del momento y, en este film, convencido de ello, se ha preocupado más por la estética y la funcionalidad visual que por darle una mínima coherencia a la historia. Es innegable: sabe colocar muy bien la cámara; las escenas de acción (las poquitas que hay) le salen que ni pintadas; su fotografía, con esos tonos pastel que tanto glorificaron la serie original, es de sobresaliente alto... pero su argumento es de lo más endeble que jamás haya filmado. Él ya es un “autor” (entre comillas), cosa que se empeña en demostrar a lo largo y ancho de su producto, dándole a éste cierto aire de tragedia casi griega y acompañándolo de un sinfín innecesario de frases rimbombantes en boca de sus actores.

De thriller de acción tiene muy poquito. Un mínimo amago de tensión en su apartado inicial (una repetición descarada, sin tiroteo, de la escena de la discoteca de Collateral), un par de momentos vibrantes en sus últimos quince minutos y poca cosa más. Paren de contar. Al contrario que al espectador, a Michael Mann parece interesarle más la dulzona historia de amor que se saca de la manga, entre Colin Farrell y Gong Li, que orquestar una compacta historia de acción. Lo único que consigue con ello es aburrir soberanamente a la platea. Y es que Corrupción en Miami es una película tediosa. Un supuesto thriller de autor, con un Farrell que cada día está peor en sus actuaciones y con un odioso Jamie Foxx dándole un toque demasiado soberbio al personaje de Ricardo Tubbs. El Tosar, nunca mejor dicho, pasa por allí: el pobre hombre aparece y desaparece (con su barba y sus cejas pobladas) como el Guadiana. En el film atiende por el desmelenado nombre de Arcángel de Jesús Montoya y, además, es el villano de la función. Pero ese personaje tampoco parece llamarle mucho la atención a Mann: lo suyo es otorgarle todos los parabienes a la Li, la esposa del Tosar en la película y, al mismo tiempo, la amante adúltera del detective Sonny Crockett.

Y por si todo ello fuera poco, Corrupción en Miami rezuma un tufillo machista que tumba de espaldas. Ninguna de las chicas protagonistas (china incluida) hace algo positivo durante el film; al contrario, siempre meten la pata y estropean todo el tinglado. Y ellos, sus machos cabríos, se pasan el metraje entero desfaciendo sus entuertos... por no hablar de la relación sentimental (¡y su desenlace!) entre la Li y el Farrell.

Además, al contrario que Don Johnson, Colin Farrell lleva calcetines con sus mocasines. Y eso, siendo Miami Vice, no es nada serio. Suerte que al menos, los calcetines, no son de color blanco.

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