8.5.06

Ustedes lo han querido: LOS TRAMPOSOS

Virgilio y Paco o, lo que es lo mismo, Tony Leblanc y Antonio Ozores. Dos ases del timo, licenciados en la más pura escuela del pícaro español. Su despacho se localiza en cualquiera de las calles de Madrid, lugar en el que se encuentran sus mejores y más numerosos clientes. Sólo tienen que lanzar el anzuelo y esperar a que piquen. Ellos son Los Tramposos, el par de bribonzuelos que dan nombre a la película que Pedro Lazaga dirigiera en 1959. Una comedia hispana, hispánica y española. De las de entonces. De las que ahora desfilan cada sábado por ese Cine de Barrio televisivo.

Sin embargo, Los Tramposos tenía un puntito de atrevimiento que la diferenciaba de otras películas de coordenadas similares, pues ideológicamente, tras los dos personajes principales -un par de tipos que viven a salto de mata para llevarse un pedazo de pan a la boca a cambio de pasar alguna temporadita en Carabanchel-, se escondía un retrato un tanto cínico de una sociedad gris que inventaba las cosas más estrafalarias para sobrevivir. Una sociedad que, de manera alarmante, me recuerda cada vez más a la actual, aunque trocando la charanga y la pandereta por la globalización y el Imperio del Euro.

De hecho, con este film, la mayor pretensión de Lazaga y su productor, José Luis Dibildos, era aproximarse lo máximo posible al tipo de comedias italianas que, por aquel entonces, protagonizaban Mastroianni, Tognazzi y otras vacas sagradas de esa cinematografía. La intención era buena; sus resultados, no tanto. Dejaban bastante que desear. En Los Tramposos, por ejemplo, se echa de menos el cinismo y la desfachatez con el que ciertos realizadores italianos afrontaban sus productos. Todo se queda a medias tintas, excepto el respetable trabajo de su reparto.

El argumento de Los Tramposos es lo de menos. De hecho, casi no hay. Toda su historia está montada alrededor de una serie de gags (bastante baratos y simplones) en los que Leblanc y Ozores dan rienda suelta a su personal histrionismo para conseguir embaucar a cuentos pardillos se cruzan en su camino. De estos gags destacaría el que hace referencia al famoso timo de la estampita (todo un clásico del engaño callejero), rodado a través de una escena sarcástica y gamberra que a buen seguro, hoy en día, habría recibido todo tipo de airadas críticas debido a su incorrección política (algún que otro reaccionario habría denunciado los tarados ademanes de Leblanc fingiendo ser un subnormal profundo). Una escena que hubiera resultado más jugosa con un toque a lo Berlanga y Rafael Azcona, al igual que habría ocurrido con todas las que (ya de por sí hilarantes) hacen referencia a las cutronas excursiones que los dos fulleros montan para que los turistas conozcan Madrid. Pero ya se sabe: Lazaga era limitado y Dibildos, aparte de aumentar sus arcas, sólo buscaba potenciar al estrellato a su mujer, Laurita Valenzuela. El resto eran simples añadidos para amparar la taquillera fórmula de reunir en pantalla a Tony Leblanc y Concha Velasco (en aquella época aún acreditada como Conchita Velasco).


Precisamente es en los actores en quienes se localiza lo mejor de Los Tramposos. Y no sólo en el trabajo de sus principales protagonistas, pues sobre todo, como en la mayoría de esas producciones, acaban brillando con luz propia esos espléndidos secundarios que, por aquel entonces, aparecían y se multiplicaban como setas por nuestras pantallas. Se trataba de un cine que sobrevivía gracias a los numerosos y entrañables secundones que generó nuestro país y que siempre, casi siempre, tenían su esperada aparición en esos spanish shows de celuloide en los que se glosaba la boina calada y el jamón de jabugo. Gente como Manolo Gómez Bur, Venancio Muro, José Orjas o Fernando Sánchez Polack (el hermano del ilustrísimo Tip), son los que, en esta ocasión, pusieron su granito de arena en sus breves pero agradecidas exhibiciones. Siempre estaban allí: unos profesionales como la copa de un pino a los que, con el paso del tiempo, aún no se les han llegado a reconocer todos sus méritos. Y es que, para comer, se tenían que hacer cosas extrañísimas.

Los Tramposos: cine de doble sesión, de sesión continua, de cine de barrio, de aquellas salas que cambiaban la programación dos veces por semana. La película de relleno que siempre acompañaba a la superproducción norteamericana de turno. Un tipo de cine que (¿por suerte?, ¿por desgracia?) ya ha dejado de existir.. Una manera de hacer (y ver) cine que resulta difícil de entender hoy en día. Para ello serían necesarias esas mismas y añejas salas con olor a perfume barato, con grandes ventiladores en el techo, butacas ruidosas de madera y acomodadores con uniforme y linterna. Les puedo segurar que allí, en esos locales, Tony Leblanc y Conchita Velasco tenían mucho más carisma que los mismísimos Clark Gable y Ava Gardner juntos.

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