30.5.06

Caperucita, el Lobo... ¡y dos huevos duros!


Ella es una niña de 14 años, cándida, dulce y, a pesar de su clara inteligencia, aparentemente inocente. Su nombre es Hayley. En sus chats por Internet se deja seducir por la propuesta de Jeff, un fotógrafo dieciocho años mayor que ella que acaba convenciéndola para hacerse una sesión de fotos en su casa. La suerte está echada. Caperucita tendrá su cita con el Lobo... aunque nada será lo que parece.

Hard Candy es el primer largometraje de David Slade; un largometraje sorprendente cuya mayor fuerza radica, ante todo, en su meticuloso y ácido guión y en la más que correcta interpretación de sus dos protagonistas principales. Con un solo ambiente (el apartamento de Jeff) y casi dos personajes únicos, el realizador ha tenido más que suficiente para urdir una trama magnética y cargada de mala leche, plagada de sorpresas en su narración y con muy pocos giros argumentales en su haber. La intriga de Hard Candy va desvelándose al espectador poco a poco. Lo que a muchos les podrán parecer giros en la historia, son en realidad nuevos datos para ir finalizando el puzzle que ha empezado a construir uno de los dos personajes.

La filmación es enérgica, a veces un tanto neurótica: el tratamiento ideal para afrontar ciertas escenas. A veces, cuando parece que la marea se ha tranquilizado, su realización vuelve a ser pausada, tranquila, retoma la calma. Hasta que, de nuevo, la tormenta vuelve a enturbiar la existencia de Caperucita y su Lobo.

David Slade maneja a la perfección la tensión. El terror psicológico es su principal baza. Y en Hard Candy hay todo tipo de garrotazos, físicos y psíquicos, que afectarán tanto al verdugo como al ejecutado. Sus diálogos no tienen desperdicio alguno; su crescendo narrativo se ampara en éstos y, sobre todo, en el sabio manejo de la cámara. Ésta se amolda a sus protagonistas en todos los aspectos: los fotografía a golpes desenfocados y temblorosos cuando la tensión entre los dos supera toda clase de límetes y, por el contrario, se vuelve mimosa y suave cuando la relación entre ambos parece tranquilizarse.

Y digo “parece” de manera simbólica, ya que tras esa unión accidental establecida entre la niña y el fotógrafo no se vislumbra ni una pizca de apacibilidad. La rabia y el asco están presentes de manera continua. Igual que el cinismo, tanto del uno como del otro. Un cinismo lógico, ya que es el único antídoto para afrontar el conflicto surgido entre ambos.

La solución al mismo tiene varias lecturas. Detrás del último plano, pueden sacarse varias conclusiones. Se trata casi, casi de un self-service cinematográfico. Una especie de sírvase usted mismo en el que cada uno tendrá que añadir los ingredientes de su postre; el remate interactivo. La solución al dilema planteado (una disyuntiva que no pienso desvelar para no romper algunas de las claves del film), la deja el director en manos del espectador. Y eso está bien, pues Hard Candy resulta una película extremadamente cruda en muchos sentidos. Y más que en el aspecto físico, en el moral. Es por ello que, seguramente, el tal Slade ha optado por dejar que el público sea el encargado de dictar su propia sentencia. Un detalle arriesgado que, en el fondo, se convierte en el mejor the end posible para una historia como ésta.

Merecidamente, en la pasada edición del Festival de Sitges, Hard Candy se alzó con tres galardones: Mejor Película, Mejor Guión y el Premio del Público. Se olvidaron de sus dos magníficos actores, Patrick Wilson y Ellen Page. El Lobo y su Caperucita. O, según como se mire, El Coyote y El Correcaminos.

No la dejen escapar. A mí me encantó.

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