22.3.06

Desterrando fantasmas

Volver significa una ocasión de oro para reconciliarse con Almodóvar. El cineasta ha lavado la cara a su estilo: sigue fiel a sus tics, pero en compensación y después de mucho tiempo perfila una historia emotiva; un drama con ribetes de comedia, en donde los toques de buen vodevil se alternan con momentos de una emoción casi lindante con la tragedia. Sin caer en la pedantería, ni tan siquiera rozarla, se hace un guiño a sí mismo. Autocomplacencia (o como quieran llamarle), pero el homenaje que le monta a la ama de casa de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? tiene su mérito.

Definitivamente, el realizador manchego ha madurado. Ya dio muestras de ello en Todo Sobre mi Madre, aunque después se quedó encorsetado. Y ahora, tras haber despertado de su declive creativo, regresa con la fuerza de un hermoso guión que le ha transportado hasta la tierra que le vio nacer. Al igual que las protagonistas de la película, está dispuesto a desterrar fantasmas del pasado; a enfrentarse con ellos cara a cara. Para ello, sigue con la terapia personal y habitual en su cine: vuelca sus miedos y sus pasiones, aunque de un modo diferente a lo que nos tenía acostumbrados, de manera mucho más sutil. Ya no busca la provocación, sólo pretende hacer buen cine; y lo consigue. Tampoco juega a crear situaciones estrambóticas y rocambolescas. Por suerte, sólo le interesa la conjunción entre la cámara, la historia y sus actrices. Es una película femenina, delicada. Y eso se nota, pues sabe desenvolverse mucho mejor en el mundo de la mujer que en el del hombre. Consciente de ello, hace que la presencia de éste sea puramente anecdótica, aunque también imprescindible. Ellas, sus mujeres, de la primera a la última, son el alma mater del producto.

Volver es un film mucho más sencillo de lo que cabría esperar. Sencillo y efectivo. Todo se resume en su mismo título. Un retorno a su tierra, a su adorado mundo femenino y a ese “mínimo” toque de (particular) comedia que tanto se echaba de menos en sus últimas películas. Incluso, desterrando fantasmas, recupera a una magnífica y madura Carmen Maura, ausente de su universo personal desde que protagonizara Mujeres Al Borde de un Ataque de Nervios. Y no contento con ello, retoma la eterna colaboración con Chus Lampreave, regalándole un papel antológico, mínimo pero esencial dentro de la trama.

Volver es ante todo una película de madres. De madres e hijas. De grandes madres. De hijas que, al igual que sus propias madres, han acabado siendo matronas. Matronas de esas que serían capaces de lo más impensable con tal de seguir luchando. Como aquellas que, en el cine italiano de la posguerra, interpretaron damas de la talla de Anna Magnani o Sophia Loren. No en vano, en una de las escenas, Carmen Maura está ante el televisor visionando Bellissima, una obra marcada igualmente por la relación entre una madre y su hija. Y, como dedicatoria a esas maravillosas actrices, transforma a Penélope Cruz en una nueva Loren, acrecentándole las nalgas, resaltándole los pechos y, ante todo, exprimiendo al máximo sus discutidas dotes como actriz. Y la verdad es que, en esta ocasión, la Penélope se sale. Está soberbia. Incluso por momentos desbanca a la propia Carmen Maura. Y eso es mucho decir.

Almodóvar tendrá sus defectos, pero es innegable que siempre ha sido un gran director de actrices. Aparte de descubrirnos a Blanca Portillo (una vecina con antecedentes hippies) y redescubrirnos la ternura en la mirada de Yohana Cobo –después de Saura y El Séptimo Día-, acaba sacándole el máximo partido a Lola Dueñas, la hermana de Penélope en el film; la cara opuesta de la moneda, a la que convierte en conductora por excelencia de una de las mejores escenas de comedia que he visto en mucho tiempo: un regalo impresionante para ese pedazo de actriz.

Una película completa, sin fisuras ni tiempos muertos. Todo cuanto expone es necesario. Todo tiene su lugar apropiado. Explora en su propia memoria y adorna su trabajo con multitud de detalles (ornamentales y religiosos) sacados de su infancia en La Mancha, dándole una especial relevancia al viento y al estilo interior de las casas del lugar. Asesta una estocada mortal a la tele basura y los talk shows y, al mismo tiempo, flirtea con la muerte, un tema tabú para muchos. Incluso consigue seducirla y hacerla propia: tras ese jamonazo histórico a la cocorota de Ángel de Andrés, vuelve a utilizar su peculiar sentido del humor (negro, negrísimo), en una larga escena de aquellas que, a buen seguro, hubiera querido filmar Álex de la Iglesia en su fallida Crimen Ferpecto.

Cuatro mujeres. Tres generaciones, Un enclave geográfico con vida propia. Un misterio del pasado por enterrar... Parece poco para una película, pero es mucho más de lo que algunos puedan esperar.

Por cierto, por si no lo sabían, les diré que no hay mejor ataúd que una buena nevera. Si dudan de ello, pregúntenle a Walt Disney, que aún se conserva fresco y lozano como el primer día.

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