8.3.06

Ustedes lo han querido: EL COLOR PÚRPURA

El púrpura, el amarillo, el verde, el rojo... colores, todos ellos, intensificados en sus respectivas tonalidades; una de las constantes pictóricas (e incluso narrativas) que marcan la fotografía con la que Steven Spielberg enmarcó El Color Púrpura, su particular (y personal) adaptación de la novela homónima de Alice Walker y que acabó significándose como el título con el que el realizador empezó a alejarse un poco de sus temas habituales. El fantástico y el cine de aventuras quedaron arrinconados para entrar de lleno en un melodrama.

La película narra la vida de Celie, una mujer afroamericana que, nacida en el seno de una familia pobre y embarazada dos veces por su propio padre, dejará el hogar paterno para convertirse, de manera obligada, en la pareja de Albert, un hombre de color, viudo y con tres hijos. El carácter déspota y machista de éste definirá su tormentosa relación de pareja, la cual apartará a Celie de su estimada hermana y al mismo tiempo de la posibilidad de conocer a sus hijos.

El Color Púrpura, a pesar de su tinte melodramático, posee la habilidad de resultar un trabajo fresco y agradable. Las penurias y malos tratos que sufre su protagonista han sido enfundados en un suave y discreto tamiz perfilado a modo de cuento. Es por ello que, a pesar de mostrarse dura en muchos aspectos (violencia de género, racismo e incesto), la sensación de irrealidad que envuelve a toda la película ayuda a aligerar un poco el dolor físico y psíquico que sufre Celie, un personaje al que vemos crecer desde su misma infancia -al lado de su hermana- hasta la madurez.

Celie es Whoopi Goldberg; una debutante e inolvidable Whoopi Goldberg, sobria y concisa, casi irreconocible y alejada de sus posteriores y apayasadas interpretaciones. Sin casi diálogos, la actriz utilizó su mirada para expresar los sentimientos más íntimos de una mujer castigada e incomprendida. Con la única ayuda de sus ojos, logró transmitir todo tipo de sentimientos al espectador, consiguiendo por esa actuación una merecida nominación al Oscar.

El Color Púrpura fue una de esas películas que, en su día, fue castigada por la Academia, como ha ocurrido este año con Munich. 11 fueron las categorías nominadas, entre las que se encontraban -aparte de las de mejor película y actriz- dos de sus secundarias (una excelente Oprah Winfrey y Margaret Avery), la compacta banda sonora de Quincy Jones, la cuidadísima fotografía de Allen Daviau y el guión adaptado por Menno Meyjes. Y de entre las 11 nominaciones, no obtuvo ni una sola estatuilla.

Podría ser que la Academia no entendiera el cambio de estilo de Spielberg y no aceptara ese pequeño toque inconformista que fue vertiendo a lo largo de su película: la denuncia al racismo, un leve toque de lesbianismo y su defensa a ultranza del mundo de la mujer pudieron ser algunas de las razones por las cuales –sin ser un film redondo- quedara al margen del reparto de premios.

Un producto interesante que, sin embargo, pierde gas en sus últimos minutos de metraje. La acidez y crudeza con las que narra la triste vida de Celie, desaparecen por completo en su episodio final. La melaza habitual del cine de su director hace entonces su aparición, dispuesto a resolver de un plumazo todas las penurias de su protagonista. Con un leve pase de barita mágica, el decorado adquiere un tono rosado, entra de lleno en el musical y, a través de un número en el que el godspell adquiere un papel importante, arregla todos los problemas que rodean a Celie. Un canto a la hermandad un tanto light, made in Spielberg, en el que el malo se convierte en bueno y los buenos aún pasan a ser mucho más buenos. Y ello, en el fondo, no es más que una trampa para encaminar hacia su universo una historia que se decantaba demasiado por la tragedia.

Una pena de final. Y es que nadie es perfecto. Ni siquiera Spielberg.

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