El lunes 9 de octubre, la jornada empezó de forma
contundente con La Villana, un adrenalínico producto de Corea del Sur que,
dirigido por Byung-Gil Jung (el mismo de Confession of Murder), narra las
aventuras y desventuras de una mujer que, entrenada desde muy pequeña para
matar, saldará sus delitos trabajando durante 10 años para el servicio de
información bajo la falsa personalidad de una actriz teatral. Una cinta tan
entretenida como acelerada, con un montón de escenas de acción perfectamente
filmadas y coreografiadas tras el que, al servicio de un guión un tanto endeble aunque
efectivo, se esconde una especie de remake encubierto de la francesa Nikita y
de su homóloga americana La Asesina. Atención a sus delirantes (y
divertidísimos) primeros minutos de proyección, todo un guiño a los
video-juegos de acción en visión subjetiva y en los que, entre disparos y artes
marciales, no queda vivo ni el apuntador.
La segunda de la mañana fue Brawl in Cell Block 99,
un eficaz producto de serie B que, dirigido por S. Craig Zahlker tras haber
debutado el año pasado con Bone Tomahawk, nos acerca a un contundente thriller
urbano en el que un ex boxeador, después de trapichear para un narcotraficante,
acabará con sus huesos en una cárcel de pesadilla. Protagonizada por un creíble
(y brutal) Vince Vaughn y con una sorprendente colaboración de un desconocidísimo Don Johnson (en el rol de un alcaide sádico en dónde los haya), la curiosidad
de la película radica en que, tras poseer una parte inicial rodada y narrada de
manera totalmente realista (la degradación de un hombre al que la vida no ha
tratado muy bien), se va decantando, a marchas forzadas y de manera consciente,
hacia una locura tan irracional como violenta sin desdeñar, por ello, un
saludable (o insano, según se mire) sentido del humor negro, muy negro,
¡negrísimo!.
Dhogs significó el toque español de la jornada; una
película arriesgada, de producción gallega y hablada totalmente en gallego, en
la que su debutante director, Andrés Goteira, sumerge al espectador en una
espiral de violencia que se inicia con el encuentro fortuito en un hotel entre
una mujer y un yuppie estresado. Navegando entre el realismo más puro y el
surrealismo más descarnado, la cinta, estructurada a base de episodios relacionados
entre sí y a los que el realizador les otorga cierto toque de teatralidad, va
perdiendo gas a medida que avanza su proyección. Tanto es así que, al llegar a
su trágico desenlace, la cosa ya ha perdido todo el interés para un espectador
abrumado ante el mal rollo que se desprende de la mayoría de sus imágenes. Lo
mejor del irregular aunque bienintencionado film, se encuentra en el buen
hacer de sus actores y, ante todo y teniendo en cuenta su bajo presupuesto, en su cuidada y atractiva puesta en escena.
La cuarta jornada la terminé con The Little Hours,
una pequeña película norteamericana de Jeff Baena (el de Life After Beth) que,
ambientada en un convento durante la Edad Media e inspirándose directamente en
El Decamerón de Boccaccio, llena la pantalla de monjas mal habladas y
calenturientas que
pretenden encamarse con el nuevo mozo recién llegado al lugar. A destacar la
presencia de John C. Reilly encarnando a un curioso e inefable sacerdote y, ante todo, su primera media hora de proyección, tan divertida como sorprendente. Después
la cosa pierde fuelle y se adentra en asuntos demasiado forzados para seguir
llamando la atención de la platea. Una lástima todo ese guiño a las brujas de Shalem que adorna su apartado final. Humor gamberro venido a menos.
En la próxima entrega, un poquito más.
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