Los hermanos Wachowski (Andy y la reconvertida Lana) junto a Tom Tykwer, han urdido una empanada mental que, con el título de El Atlas de las Nubes, explora en las causas y efectos futuros para toda la Humanidad de las acciones individuales. Casi tres horas de duración al servicio de un producto fragmentado, pretencioso y aburrido.
Seis son las historias por las que se mueven los
tres directores; seis fabulas que van alternándose de manera aleatoria a lo
largo de su dilatado metraje, un tanto sin orden ni concierto y con mínimos
puntos confluentes. La faraónica propuesta de los Wachowski & Tykwer abarca
la friolera de seis siglos, desde el XIX al XXIV. El pasado, el presente y el
futuro a golpe de actos que irán influyendo en el devenir de la historia del mundo, desde el esclavismo hasta un futuro desolador, pasando por un presente marcado por las fuentes
energéticas. Un collage cansino, tanto de personajes como de relatos, que
demuestra con claridad eso del que quien mucho abarca, poco aprieta.
Para el espectador, lo más distraído de la función
estriba en descubrir que actor se esconde tras el maquillaje y los disfraces de
la mayoría de los personajes, pues todos interpretan distintos roles. Así, por
ejemplo, Tom Hanks, Halle Berry o Jim Broadbent, dan vida, cada uno de ellos, a
más de media docena de personajes distintos, a veces a través de un trabajo de
maquillaje modélico y otras de forma bastante ridícula y acartonada. Sea como
sea, una vez transcurrida la primera hora de proyección, uno acaba hasta las
narices del inacabable baile de máscaras.
Pasajes que recuerdan en exceso a Matrix, como los
que transcurren en la futurista Neo-Seoul (con una estética muy a lo Blade Runner), o su
falta de nervio narrativo (a pesar de su cansino empeño en orquestar un
frenético montaje barajando todos los episodios), denotan la falta de
inspiración de un terceto de directores dispuestos a epatar (engañosamente) con
un film nacido con ganas de convertirse en película de culto.
Largo, presuntuoso y, con tanto disfraz, jodidamente
ridículo. Y lo peor de todo es que, en muchos casos, la (buscada) relación
entre historietas es francamente imperceptible.