Con Mamá, Guillermo del Toro vuelve a apadrinar a un
director, en este caso Andy Muschietti, en su primer largometraje. Basada en el
cortometraje que, con idéntico título, realizará el realizador debutante en el 2008, nos
proponen una nueva historia de terror gótico que bebe directamente del cine de
fantasmas japonés. Un buen look visual al servicio de un producto con poquísima
personalidad.
Mamá nos presenta la tensa experiencia que vivirá
una pareja (él, pintor de cuadros; ella, rockera de tres al cuarto) cuando deciden
adoptar a las dos sobrinas de él tras la desaparición de su hermano y la muerte
de su cuñada. Lo que ignoran es que las dos niñas, que han pasado cinco años en
cautiverio en una aislada cabaña del bosque, llegarán a su domicilio
en estado salvaje y acompañadas de una madre muy particular en forma de
espectro letal.
En el arranque de la cinta se encuentra su parte más
brillante y atractiva. Filmado con ritmo y mucho nervio, Muschietti logra un
epílogo cautivador, misterioso y fantasmagórico. Después, con la aparición del
tío (el mismo e inexpresivo Nikolaj Coster-Waldau que innecesariamente también da vida al padre
biológico de las pequeñas) y de su compañera (una poco creíble Jessica
Chastain que últimamente aparece hasta en la sopa), la cosa empieza a perder fuelle. Los sustos se hacen cada vez más
previsibles y sólo se aguanta por algún que otro momento aislado (ese magnífico
e inquietante plano fijo con Chastain en un pasillo, justo lado de la
habitación en donde la más pequeña de las hermanas juega con el fantasma de su “mamá”)
y, ante todo, por el buen dominio de sus efectos digitales y sonoros.
Muy poca chicha para su cuidadísima escenografía. Los personajes
aparecen y desaparecen de escena como el Guadiana. El guión es como un
gigantesco queso gruyere, lleno de agujeros negros y extensas lagunas. Todo
sucede porque sí. Por muy fantástico que pretenda ser, no hay una mínima explicación
sobre los hechos que suceden en pantalla, a excepción de un flash-back
(bastante desastroso, por cierto) que revela lo sucedido en el pasado con la figura
de la madre espectral y que, en parte, tendrá mucho que ver con el final
propuesto por Muschietti.
En definitiva, Mamá se queda en un film vacío,
exento de emoción pero que, por su cuidada realización y su buen manejo de todo
lo que hace referencia a su apartado más técnico, demuestra maneras en su
realizador. Quizás, en un futuro, Muschietti y su hermana Barbara (co-guionista
y co-productora), sean unos valores a tener en cuenta. Por ahora, esto es lo
que hay: muy poquita cosa.