28.2.15
Vulcano se viste de luto
Mal día para los trekkis. Leonard Nimoy ha iniciado un viaje interestelar sin retorno y más allá de la Enterprise.
Descanse en paz.
27.2.15
A la mañana siguiente
No Confíes en Nadie es el estúpido título español
del más apropiado Before I Go to Sleep inglés (antes de ir a dormir), aunque,
al mismo tiempo, significa un tremendo aviso, ya que muy bien, a ese "no confíes en nadie", se le podría haber añadido la coletilla “ni siquiera en Rowan Joffe”, el
director de este thriller protagonizado por Nicole Kidman y Colin Firth, dos
actores que repiten juntos en pantalla tras habernos aburrido soberanamente, el
pasado verano, con la insulsa Un Largo Viaje.
En esta ocasión, Kidman y Firth dan vida a un
matrimonio que está pasando por un mal momento. Ella, después de sufrir un
accidente, se ve afectada de un peculiar tipo de amnesia, ya que cada día, al despertar, no
recuerda absolutamente nada de su vida anterior, pudiendo retener las
nuevas informaciones que le llegan durante tan sólo ese día ya que, a la mañana
siguiente, tras haber dormido, volverá a tener su mente en blanco. Un extraño
bucle tras el que, en realidad, se esconde mucho más que un simple accidente.
La propuesta, en un principio, engancha. Incluso,
para dar más aliciente a la cosa, aparece un tercero en discordia, el siempre
efectivo Mark Strong, dando vida a un psiquiatra que trata a la amnésica de la
Kidman en secreto, a expensas de su marido. Hasta aquí, todo bien. Después, el
invento empieza a torcerse de mala manera.
El gran problema estriba en la realización y en el
guión del propio Rowan Joffe quien, basándose en la novela de S. J. Watson, de
tanto estirar y remachar las mismas situaciones una y otra vez, transforma a la
cinta en una especie de pez, poco apetecible, que no para de morderse la cola.
Tanto llega a mordérsela que, por el camino, deja un montón de agujeros sin
respuesta y de pasajes totalmente ilógicos, aparte de convertirse en una
intriga llena de truculencias y de sorpresas (teóricamente inesperadas) de lo más tramposo.
Un thriller rutinario, falso y exento de cualquier
tipo de personalidad. Por mucho que Nicole Kidman se esfuerce en llorar y sufrir de
lo lindo y que Colin Firth (igual de pasmarote que casi siempre) intente
dotar de cierta entidad y misterio a su personaje, a la película le cuesta
muchísimo arrancar. Y, cuando por fin lo logra, lo hace mal, precipitadamente y
dejando un rastro de inexplicables enigmas por resolver.
No confíe en nadie… y mucho menos en quien pueda
recomendarle una nimiedad como esta.
24.2.15
El sueño de una noche de invierno (Oscar 2015)
Fue una noche larga, como ya es habitual, y llena de
reivindicaciones de todo tipo. La gente de color reclamó sus derechos una y
otra vez, mientras que Patricia Arquette, ejerciendo de feliz matrona con el
Oscar en una mano, vivía su momento Norma Rae exigiendo un mejor lugar para las
mujeres dentro de la industria del cine, al tiempo que una desbocada Meryl Streep se unía a
sus quejas desde el patio de butacas.
Neil Patrick Harris se estrenaba como maestro de
ceremonias, haciéndose pasar por mago, quedándose en gayumbos ante todo el
personal, cantando y bailando para dar un repaso a la historia del cine y a las
ocho películas nominadas e insistiendo para que Eddie Redmayne despertara, de
vez en cuando, a su vecino de butacas, un Robert Duvall que acudió a la cita
disfrazado de juez senil.
Travolta demostró que a él también le encanta jugar
al tocador de la señorita Pepis en plan Renée Zellweger y Lady Gaga se transformó por unos minutos en una Julie
Andrews tatuada para marcarse un homenaje a los 50 años de Sonrisas y Lágrimas
y a los 80 tacos de Maria von Trapp.
Interpretativamente hablando, las enfermedades
fueron las triunfadoras de la noche: el alzheimer (Julianne Moore) y el ELA (Eddie Redmayne) se impusieron por sobre del colectivo gay (Benedict Cumberbacht), los
derechos laborales (Marion Cotillard), mochileras en busca de redención (Reese Whiterspoon), millonarios narigudos y disfuncionales (Steve Carell), esposas
sufridoras (Felicity Jones), heroicos veteranos de guerra (Bradley Cooper),
mujeres psicópatas (Rosamund Pike) y actores en crisis con ganas de volver a
alcanzar el estrellato (Michael Keaton).
Por otra parte y en un apartado más secundario, maestros de música despóticos (J. K.Simmons) y madres abnegadas (Patricia Arquette) desbancaron a enfermos
terminales de cáncer (Laura Dern), jueces homicidas (Robert Duvall), jovencitas
con problemas de drogadicción (Emma Stone), padres esforzados (Ethan Hawke),
chicas crucigramistas (Keira Knightley), actores engreídos (Edward Norton) y
brujas desmelenadas (Meryl Streep).
Seis superhéroes y un primo hermano del muñeco de Michelín (Big Hero 6) dejaron arrinconados a un dragón medio desdentado (Cómo Entrenar a tu Dragón 2) y a un grupo de monstruitos envueltos en cajitas (Los Boxtrolls), mientras un ejército
de Legos ninguneados se miraban la ceremonia con cierta distancia emotiva.
Una monja judía que atendía por Ida, mediante su
particular leviatán y pegándose un fenomenal atracón de mandarinas, protagonizó uno de los relatos salvajes de la noche, dejando
más lejos que nunca a la localidad de Timbuktu.
Y allí, en la ciudad de Selma y sobre la azotea de
un hotel premiado por el lujo de su arquitectura
y diseño (El Gran Hotel Budapest), un francotirador apostado erró todos sus disparos, dejando que se
escapara volando hacia la gloria un hombre pájaro (Birdman) que dejó boquiabierto
a un jovencito al que vio crecer durante 12 años (Boyhood), al tiempo que,
mediante un complicado juego de imitación (The Imitation Game) y un fuerte y sonoro latigazo (Whiplash), dejaba con un palmo de narices al mismísimo Stephen
Hopkins (La Teoría del Todo).
El año que viene, más. Mientras, pueden consultar
toda la lista de ganadores en este link.
21.2.15
Nacío pá matar
Tras su discutida aunque ligera y agradable incursión en el
musical con Jersey Boys, Clint Eastwood vuelve a lo suyo con El Francotirador,
un film bélico que narra la vida de un personaje real, Chris Kyle, un francotirador
de los Navy Seal que terminó convirtiéndose en “leyenda” por la precisión de
sus disparos y cuya misión era proteger las incursiones de los marines durante
la guerra de Irak. Todo un hombre "nacío pá matar".
Bradley Cooper, un actor con ganas de dar un giro
radical en su carrera y encarnar a un personaje que le permitiera jugar con su
físico, compró los derechos del libro sobre las hazañas belicosas y familiares
del tal Chris Kyle y le ofreció a Steven Spielberg la posibilidad de
convertirlo en película. Este puso manos a la obra pero, a la hora de empezar a
rodar, se echó “patrás” y le endosó la patata caliente al amigo Eastwood, quien
aceptó el reto y tiró “palante” el proyecto de forma bastante desinteresada,
tal y como puede apreciarse con el resultado final.
El Francotirador es un trabajo sin ángel. No
emociona ni con los conflictos sentimentales, familiares y matrimoniales del
héroe americano, ni tiene el mínimo brío necesario para desarrollar sus escenas
de acción. La monotonía y el automatismo de Eastwood tras la cámara resultan
ciertamente preocupantes. Tan poco interés demuestra el “maestro” en esta
ocasión que, por ejemplo, en la escena del nacimiento de la hija de Kyle, en
lugar de contar con la presencia de un bebé real, nos endilga, con todo el
descaro del mundo, un muñeco de lo más descarado cuya única gran proeza es ir
moviendo delicadamente una de sus manitas. De juzgado de guardia, al igual que
el desmesurado barrigón de plastilina de la esposa del protagonista (una desaprovechada, por cargante, Sienna Miller) durante su
primer embarazo.
Clint Eastwood ha ido a cubrir el expediente bajo
mínimos, dejando al descubierto a un Bradley Cooper que, a pesar de su esfuerzo
en conseguir una sorprendente transformación física para adoptar el aspecto de
un soldado brutote, parece totalmente perdido a bordo de un papel que ansiaba
con todas sus fuerzas, el de un héroe yanqui que decidió alistarse al cuerpo de
los Navy Seal tras ver por televisión el efecto de un atentado iraquí a una
embajada norteamericana. Y no les cuento lo del encabronamiento posterior de
nuestro matador condecorado cuando ve caer, también a través de la tele, las dos
torres gemelas el 11 de setiembre de 2001.
La cinta, aparte de innecesariamente alargada, queda
totalmente deslavazada. Los saltos temporales son tan descontrolados que
incluso, por momentos, parece perder la noción del paso del tiempo y la de realidad (tienen delito las llamadas telefónicas a la esposa en pleno combate). Los hijos
de Kyle crecen a pasos agigantados, mientras que las continuas idas y venidas
de Irak a su hogar en Norteamérica, lo único que hacen es romper totalmente el
ritmo en los dos frentes de narración que se van alternando a lo largo de su
cansina proyección, diluyéndose todo en una narrativa anodina en donde lo único
que sobresale es un tufillo fascistoide y patriótico que tira totalmente de
espaldas.
20.2.15
Olorcillo corporal
El canadiense Jean-Marc Vallée, tras haber dirigido esa interesante Dallas Buyers Club que le valió el Oscar a mejor actor a Matthew McConaughey, vuelve a colocarse tras la cámara para afrontar, con Alma Salvaje, un nuevo biopic en forma de odisea excursionista: la aventura que vivió en solitario la escritora Cheryl Strayed para salir del pozo en el que había caído; un pozo en donde se mezcla un matrimonio fallido, su drogodependencia, sus escarceos sexuales con hombres de todo tipo y condición y, de propina, los recuerdos de una madre que lo fue todo para ella. Una aventura sudorosa cuya principal meta, aparte de asustar fantasmas personales, fue hacer una caminata de más de mil millas a través del Sendero de las Cimas del Pacífico.
Alma Salvaje arranca cuando una joven Cheryl Strayed
decide abandonar su mierda de vida actual y se carga a la espalda una mochila
(o, mejor dicho, una mochilaza) para pegarse una inmensa caminata, en plena
naturaleza y sin experiencia alguna, en busca de cierta redención espiritual. A
partir de ahí, el espectador asistirá a los avatares de la excursionista
durante su viaje de exoneración y a un sinfín de flash-backs que van enseñando,
un poco sin orden ni concierto y metidos un tanto con calzador, los motivos que
llevaron a la literata a tan dura prueba.
Es innegable que la cinta está cargada de buenas
intenciones; muy buenas intenciones, cosa que no evita que algunos de sus
pasajes (aparte de reiterativos) resulten de lo más aburrido. En su recorrido,
alterna la suciedad, el dolor de pies y las gachas frías, con un desfile de personajes de lo
más variopinto, desde su madre (a la que da vida una magnífica, aunque
envejecida, Laura Dern), con la que mantuvo una fuerte relación emotiva, hasta
el calvario con su marido, pasando por los distintos individuos que se va cruzando en su
camino.
Un camino arduo, largo y que, para muchos (yo me
incluyo entre ellos) puede parecer francamente interminable ya que, uno de sus mayores
defectos, estriba en el cansino ritmo que Vallée le ha imprimido a su narración;
una narración que parece adormecerse demasiado a menudo para, en su recta
final, terminar de forma precipitada la historia propuesta, dando la impresión
de que a su guionista, Nick Horby (basándose en las memorias de la propia
Strayed), se le habían acabado todos los recursos melodramáticos de su
exposición.
Si algo tiene de bueno este producto, aparte de
las “buenas intenciones” antes señaladas, es la compacta interpretación de Reese
Whiterspoon (productora también del mismo) quien, por su perfecto trabajo metiéndose en la piel de la autora,
ha sido nominada al Oscar a mejor actriz, al igual que la también excelente
Laura Dern que, en las funciones de su progenitora, ha conseguido la nominación
a mejor secundaria.
En definitiva, una especie de telefilme, de los que
las televisiones emiten los domingos por la tarde, sobre historias de superación personal
de esas que tanto gustan al público norteamericano. Un film que, sin embargo,
hubiera resultado ideal filmarlo con aquel sistema que años ha ideó John Waters
para su Polyester: el Odorama; un precario sistema que permitía al espectador
sufrir los olores de la película. ¿No sería encantador, en Alma Salvaje, notar
el tufillo corporal que desprende la Whiterspoon tras andar días y días, a
pleno sol, y sin una puta ducha en su camino? Pues eso.
18.2.15
Descolorida
Nominada al Oscar como mejor película y mejor tema musical por la canción Glory y no previsto su estreno en España hasta el próximo 6 de marzo, Selma, de Ava DuVernay y producida, entre otros por la omnipresente Oprah Winfrey (con pequeño papel incluido) y Brad Pitt, narra la lucha de Martin Luther King Jr. por el derecho al voto de la gente de color que culminó en una multitudinaria marcha pacífica desde la ciudad de Selma a Montgomery (Alabama) a mediados de los años 60.
Centrada, principalmente, en la figura de Martin
Luther King (interpretado, con muy poca convicción, por David Oyelowo), Selma
indaga (también con poquísima convicción) en la campaña iniciada por el líder
afroamericano y en sus enfrentamientos dialécticos con Lyndon B. Johnson, el
por entonces presidente de los EE.UU., intentando reflejar, al mismo tiempo, la
crispación racial existente, las divergencias ideológicas con los partidarios de Malcom X y los efectos que esa lucha causaron en el seno familiar del propio Luther King.
Selma, por su aséptico tratamiento cinematográfico, es una película
sin alma; una especie de telefilme que, por mucho que su directora se empeñe en
llenarlo de rostros conocidos para darle más empaque a la cosa (Tom Wilkinson,
Giovanni Ribisi, Dylan Baker o Tim Roth, sin ir más lejos), acaba resultando un
producto sin garra ni magnetismo alguno, aunque, eso sí, cargado de buenísimas
intenciones. Pero, como ya he dicho en muchas ocasiones, las “buenas
intenciones” (en este caso, políticas y sociales) no son suficientes para elaborar
un buen trabajo.
Un espléndido ejemplo de la poca fuerza que destila
Selma y de la mínima destreza como realizadora de la tal Ava DuVernay, se encuentra
en la minimalista forma de rodar la violenta carga policial que desmanteló a un
numeroso grupo de manifestantes negros que intentaban iniciar una marcha, de
forma pacífica, en el puente de Edmund Pettus de la citada ciudad de Selma. Es
tan nula su habilidad a la hora de poner la cámara, que la brutalidad policial
que pretende mostrar al espectador se queda en agua de borrajas.
El año pasado, 12 Años de Esclavitud (producida
también, curiosamente, entre otros, por Brad Pitt) consiguió el Oscar a mejor película,
mejor actor y mejor guión adaptado. Con Selma, incidiendo de nuevo en el tema
de la segregación racial, vuelven a intentar una jugada similar. Pero, en esta
ocasión y vistos los pobres resultados del invento, tienen todas las de perder.
11.2.15
Como una cabra
Foxcatcher es un film cargado de ambientes
enrarecidos. De pausada progresión narrativa, la cinta se centra, ante todo, en
la obsesión del tal du Pont por apadrinar, de cara a las olimpiadas de Seúl de
1988, al joven Mark, el pequeño y acomplejado de los hermanos Schultz, al
tiempo que contrata como entrenador del equipo que ha montado con el nombre de
sus granjas a David, un deportista que, al igual que su hermano, soportará las
neuras del acomodado millonario debido a las buenas condiciones económicas que
le aporta dicha colaboración.
La lentitud con la que afronta los hechos sucedidos
en la gran mansión de du Pont y sus alrededores, hace que el film pueda
parecer, aparte de aburrido, bastante vacío de contenido. Aburrido sí, lo es,
pero vacío, en absoluto. La fuerza del trabajo de Miller radica en el excelente
retrato que hace del extravagante magnate, un tipo pirado por coleccionar armas
de fuego, sospechosamente patriótico, amante de la lucha libre, cocainómano y capaz
de definirse a si mismo como “ornitólogo, filántropo y filatélico”; definición
a la que se le podría añadir “… y loco de atar”.
Steve Carell, nominado al Oscar por su trabajo, deja a un
lado su habitual faceta de comediante para correr, de forma brillante,
contundente y a través de un impresionante cambio fisionómico (en donde el
maquillaje ha tenido mucho que ver), con el papel de John du Pont mediante un
registro tan sorprendente como totalmente calibrado ya que, en momento alguno,
se le escapa de sus manos el conflictivo personaje, al igual que hacen con los
suyos Channing Tatum y Mark Ruffalo; el primero dando vida al retraído Mark Schultz en una de las mejores
interpretaciones de su carrera y, el segundo, nominado al Oscar como secundario, metiéndose en la piel de David,
la figura más humana y normal de los tres. Y ello sin contar con una aparición estelar
(aunque fugaz) de Vanessa Redgrave en el rol de la dominante madre del también edípico
du Pont.
Una película extraña, capaz de entrar a saco en el
malsano universo de las enfermedades mentales, al tiempo que deja bien claro el
peligro que supone dejar en manos de ciertas fortunas, un tanto delirantes, buena
parte del poder de un país. Un producto de esos que hay que asimilar poco a
poco para digerirlo de forma apropiada.
10.2.15
Ninguneo
Tras un enloquecido trhiller como fue Headhunters,
el noruego Morten Tyldum se apalanca en territorio inglés y nos traslada justo a una vieja fábrica de componentes electrónicos a pocos
quilómetros de Londres, lugar en donde el Servicio Secreto Británico estableció
un centro en el que, durante la Segunda Guerra Mundial, se intentaban
descodificar cuantos mensajes salían de la inquebrantable máquina alemana
Enigma por parte de un grupo de sabios capitaneados por Alan Turing, uno de los
pioneros de la informática actual y que, a pesar de convertirse en héroe de
guerra, en los años 50 fue procesado por las autoridades británicas al ser
acusado de “indecencia grave” al descubrir su condición de homosexual.
Centrándose en la figura de Turing y repasando la
historia de su vida desde temprana edad, este es un entretenido y crítico
biopic sobre ese matemático al que, a pesar de haber ayudado a acelerar el fin
de la contienda, se le acabó ninguneando debido a sus preferencias sexuales; un
Alan Tuning al que da vida, de forma portentosa, un Benedict Cumberbatch en
plena forma y que dota a su particular personaje (solitario, acomplejado y
obsesionado con resolver cuantos más enigmas mejor) de algunas de las
características con las que construyó a su moderno Sherlock Holmes televisivo.
La cinta se inicia en 1952, justo con la detención
del matemático para, a los pocos minutos, iniciar un seguido de flash-backs que
se alternan entre la lucha por descifrar los mensajes emitidos por Enigma, su tensa correspondencia con sus compañeros de trabajo, la relación que mantuvo
con una de sus colaboradoras (interpretada con total atino por Keira Knightley)
y sus problemas de entendimiento con altos militares y con gente directamente
ligada al MI6, así como un sensible acercamiento a sus años mozos, cuando
empezó a sentir su gran pasión por las matemáticas y su más íntima concomitancia
con un joven colega de escuela.
The Imitation Game es un trabajo ciertamente
atractivo. Perfectamente ambientado y alternando a la perfección, y sin ningún
tipo de rotura en su narración, las tres épocas que muestra de la vida de
Turing, construyendo de forma eficaz una hábil mezcla de thriller, melodrama y
cine de denuncia, al tiempo que plantea, de forma muy meritoria, algunos
dilemas morales que tuvieron que plantearse esos investigadores una vez
descodificados los mensaje emitidos por el ejército nazi.
Valga, si más no, para reivindicar la figura de un
personaje que fue despreciado y maltratado al descubrir que tras tan insigne
matemático se escondía un homosexual.
9.2.15
Hijoputa
Nightcrawler significa el debut como director de Dan
Gilroy tras haber escrito varios guiones para la gran pantalla. Nominado a
mejor guión (del propio Gilroy), se trata de un trhiller sencillamente
espeluznante que, centrándose en la figura de un hijoputa integral, se adentra
en los rincones más oscuros y perversos del periodismo sensacionalista; de esa
prensa que se alimenta, cual vampiros, de aquellas noticias que sean capaces de
salpicar da sangre los titulares de los noticieros televisivos y así remover el estómago de sus televidentes. Y es que el morbo, nos guste o
no, sigue vendiendo y subiendo los niveles de audiencia. Así nos va.
Jake Gyllenhaal, también acreditado en funciones de
productor, está espléndido, y al mismo tiempo repulsivo, encarnando a Louis
Bloom, el impresentable protagonista de
esta fábula negra ambientada entre cameramans freelances que viven del
filmar accidentes de todo tipo para vender después sus imágenes al mejor
postor.
Bloom es un buitre carroñero de muchísimo cuidado: un
tipo sin oficio ni beneficio que, una buena noche, de forma casual, descubre la
posibilidad de hacer dinero acercando, cuanto más mejor, el objetivo de su cámara de video a las víctimas de cualquier tipo de percance, ya sea
automovilístico, a resultas de un tiroteo o de un violento asalto. Miente,
manipula y se salta todos los límites. Su meta es llegar al lugar de los hechos
antes que la propia policía o de los servicios sanitarios y empezar a usar su filmadora para obtener las mejores tomas. Todo vale para
cumplir sus malsanos objetivos. Después, ya con las imágenes en la recámara de
su grabadora, tocará lidiar con la cadena televisiva que más se adapte a sus
ruines intenciones.
Nightcrawler es un film sólido, capaz de ir directo
al grano y de dejar en pelotas el negocio sucio de ciertas televisiones, al
tiempo que hace un magistral dibujo de un ser altamente desagradable. No
escamotea en detalles ni en gruesas gotas de humor negro para mostrar, paso a
paso, el crescendo del floreciente negocio montado por el tal Louis Bloom, un
tipo capaz de aliarse hasta con el diablo para su propio beneficio.
Sobria, visceral y, por momentos, aterradora.
Algunos apuntan a que pasará a convertirse automáticamente en una película de
culto. Y es que, en realidad, no van nada desencaminados.
6.2.15
El pintamonas y la pintora
El cine de Tim Burton hace tiempo que pedía a gritos un cambio de orientación, de huir de ese sempiterno espíritu
gótico y siniestro, ya un tanto cansino, que alumbraba sus últimas
producciones. Con Big Eyes parece haberlo conseguido. Cambia la oscuridad por
una luminosidad y un colorismo poco habitual en su universo, aunque conserva
sus señas de identidad en varios aspectos, empezando por el sinfín de pinturas
que acompañan a sus dos personajes principales a lo largo y ancho de su
metraje; unas pinturas cuyas protagonistas, siempre niñas tristonas y de ojos
grandes, parecen escapadas directamente de alguno de los films anteriores
del director.
Hablando de pinturas, lo que hace Tim Burton en su
película, es otro tipo de retrato: el de un tipo que, en complicidad con su esposa y durante muchos
años, consiguió tomarle el pelo a toda la sociedad, cometiendo un gigantesco fraude
que, de pasada, anuló por completo a su mujer Margaret como persona y creadora
ya que, en realidad, ella era la pintora, la que realizaba todos los cuadros de
las niñas big eyes y de las que Walter se apropió descaradamente
otorgándose su autoría ya que, según él -todo un experto a la hora de vender un
producto-, “el arte femenino no vendía”.
La cinta se centra, principalmente, en el despertar
de Margaret como mujer y como artista y en la lucha de ésta por huir de la
sumisión que demostró ante el despotismo de su esposo, un tipo mentiroso,
machista y, a pesar de su aspecto campechano, de un mal carácter asombroso. Y
allí, para dar vida a esa mujer resignada y acobardada, está una sobria Amy
Adams que, con su magnífica interpretación se come con patatas a un apayasado
Christoph Waltz que, con su desmadrada actuación, se convierte en lo peor de la
propuesta de un Burton que, en su posición de director, se debió ver sobrepasado
por la intensidad histriónica del actor austríaco.
San Francisco y Hawái como dos puntos geográficos
referenciales y un montón de citas sobre personajes del mundo de la cultura de
esa época (empezando por Andy Warhol, el otra gran promotor del merchandising
pictórico), son algunos de los grandes puntales que utiliza el realizador de
Mars Attacks!, para narrarnos, bajo el aspecto de cuento cruel infantil, la
historia de un fraude que demuestra que, en ocasiones, la realidad va mucho más
allá que la ficción.
Ciertamente curiosa.
4.2.15
YoGa 2015
El colectivo Catacric (Catalans Critics), reunido en
la noche del 3 de febrero del 2015, en un céntrico lugar de Barcelona, ha
decidido otorgar los 26º anti-premios YoGa a lo peorcito de la producción
cinematográfica del año 2014.
En sus deliberaciones, el jurado, anónimo y mutante,
como cada año, desde hace 26 inviernos, ha tenido en cuenta las apreciaciones,
comentarios y sugerencias de los lectores de su web y de redes sociales como
Facebook y Twitter.
Cine extranjero
- Peor película: YoGa Réquiem por un leño, a Noé, de
Darren Aronofsky.
- Peor director: YoGa Pepi, Lucy, Bom y otras chicas
de (Luc) Besson, por Lucy.
- Peor actor: YoGa Bastardo desencadenado, a Christoph
Waltz, por Big eyes y The Zero Theorem.
- Peor actriz: YoGa Más dura será la caída (algo pasa
en la nube), a Jennifer Lawrence, por Serena, Juegos del Hambre: Sinsajo - Parte 1, X-Men: Días del Futuro Pasado y La Gran Estafa Americana.
Cine español
- Peor película: YoGa En casa de Herrero, guionista de
palo, a La Ignorancia de la Sangre, de Manuel Gómez Pereira.
- Peor director: YoGa Con De la Iglesia hemos topado,
a Juanfer Andrés y Esteban Roel, por Musarañas.
- Peor actor: YoGa Actor mínimo a Jesús big eyes
Castro, por El Niño y La Isla Mínima.
- Peor actriz: YoGa Resacón en la Vega 3, a Paz Vega,
por Matar al Mensajero, Grace de Mónaco y La Ignorancia de la Sangre.
Premios especiales
- YoGa Los abuelos que saltaron por la ventana y… a
Clint Eastwood, Jean-Luc Godard y Woody Allen.
- YoGa Uno de los Nuestros a Andreu Buenafuente por su
egotrip en El Culo del Mundo.
- Yoga Cultura morta a TV-3 por sus secretas
intenciones con respecto a Ànima, Cinema 3 y Via Llibre.
3.2.15
La teoría de la nada
Pocas sorpresas alberga en su proyección La Teoría del Todo, biopic sobre Stephen Hawking, uno de los físicos de más renombre de
la actualidad que, anclado desde hace años en una silla de ruedas a causa de una
enfermedad genética y degenerativa, se ha convertido en todo un icono
popular junto al del desaparecido Albert Einstein.
James Marsh, su director, se centra principalmente en
la relación sentimental entre el físico y Jane Wilde, la mujer con la que
contrajo matrimonio y con la que tendría tres hijos. Una relación que se inició
durante sus años de estudiantes en Cambridge. Él era de ciencias, ella de
letras. Fue un amor a primera vista que ni siquiera logró truncar la terrible
enfermedad motoneuronal que le diagnosticaron a un joven Stephen y que no le auguraba
más de un par de años de vida.
Si algo tiene de interesante el film de Marsh es,
ante todo, el buen hacer de sus dos principales protagonistas, Mientras Eddie
Redmayne, en la piel de Stephen Hawking, se relame de forma exquisita en uno de
esos papeles que todo actor querría interpretar, sacando un magnífico provecho
de los impedimentos físicos del científico a base de un duro trabajo actoral
(de los que, no nos engañemos, encandilan a los miembros de la Academia de
Hollywood), ella, Felicity Jones, corre con el papel menos vistoso de la cinta,
el de Jane, la sufrida y compleja esposa del científico y que, en el fondo, es
en la que más se centra el trabajo del director.
En La Teoría del Todo, lo que menos le importa a su
realizador es hablar precisamente de eso, de “la teoría del todo”. Agujeros
negros, formación del universo, galaxias y la relatividad están siempre
presentes en la narración, pero de forma puramente anecdótica. Lo que le va a
James Marsh es la parte más melodramática, el mal rollito que, con el paso del
tiempo, se creó entre el genio y su mujer; un proceso de dependencia igual de
degenerativo que el sufrido físicamente por el propio Hawking y que, sobre todo
para ella, significó el fin del amor que sentía por su marido.
Apunta, sin demasiado hincapié, en el peculiar
sentido del humor del que siempre ha hecho gala el eminente físico pero, sin
embargo, profundiza en exceso en todos aquellos aspectos que puedan resultar
más lacrimógenos para el espectador. Y es que, en realidad, lo que pretende el realizador es hurgar descaradamente en el proceso de destrucción
del matrimonio Hawking, convirtiéndose por ello en un aburrido melodrama más del montón,
aunque con el morboso aliciente de contar con el protagonismo de una figura
popular y físicamente impedida como la del genio.
A parte de las interpretaciones de Redmayne y Jones,
si hay algo que salve de la nada más absoluta a la película es su emotivo apartado final, en
donde una mágica ensoñación, directamente ligada a la relatividad del tiempo, entronca
de forma imaginativa con algunos de los deseos científicos y sentimentales del amigo Hawking. Y
paren de contar.
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