El cine de Tim Burton hace tiempo que pedía a gritos un cambio de orientación, de huir de ese sempiterno espíritu
gótico y siniestro, ya un tanto cansino, que alumbraba sus últimas
producciones. Con Big Eyes parece haberlo conseguido. Cambia la oscuridad por
una luminosidad y un colorismo poco habitual en su universo, aunque conserva
sus señas de identidad en varios aspectos, empezando por el sinfín de pinturas
que acompañan a sus dos personajes principales a lo largo y ancho de su
metraje; unas pinturas cuyas protagonistas, siempre niñas tristonas y de ojos
grandes, parecen escapadas directamente de alguno de los films anteriores
del director.
Hablando de pinturas, lo que hace Tim Burton en su
película, es otro tipo de retrato: el de un tipo que, en complicidad con su esposa y durante muchos
años, consiguió tomarle el pelo a toda la sociedad, cometiendo un gigantesco fraude
que, de pasada, anuló por completo a su mujer Margaret como persona y creadora
ya que, en realidad, ella era la pintora, la que realizaba todos los cuadros de
las niñas big eyes y de las que Walter se apropió descaradamente
otorgándose su autoría ya que, según él -todo un experto a la hora de vender un
producto-, “el arte femenino no vendía”.
La cinta se centra, principalmente, en el despertar
de Margaret como mujer y como artista y en la lucha de ésta por huir de la
sumisión que demostró ante el despotismo de su esposo, un tipo mentiroso,
machista y, a pesar de su aspecto campechano, de un mal carácter asombroso. Y
allí, para dar vida a esa mujer resignada y acobardada, está una sobria Amy
Adams que, con su magnífica interpretación se come con patatas a un apayasado
Christoph Waltz que, con su desmadrada actuación, se convierte en lo peor de la
propuesta de un Burton que, en su posición de director, se debió ver sobrepasado
por la intensidad histriónica del actor austríaco.
San Francisco y Hawái como dos puntos geográficos
referenciales y un montón de citas sobre personajes del mundo de la cultura de
esa época (empezando por Andy Warhol, el otra gran promotor del merchandising
pictórico), son algunos de los grandes puntales que utiliza el realizador de
Mars Attacks!, para narrarnos, bajo el aspecto de cuento cruel infantil, la
historia de un fraude que demuestra que, en ocasiones, la realidad va mucho más
allá que la ficción.
Ciertamente curiosa.
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