La verdad es que me apetecía mucho ver el primer film
del día, Muse, la nueva del catalán Jaume Balagueró, un cineasta del que suelen
engancharme la mayoría de sus propuestas, con lo cual, tras la proyección, la
decepción fue aún mayor. La historia que plantea, llena de sectas y sueños
premonitorios, aparte de resultar descabellada e ilógica, está llena de poros
por todas partes. Más allá de cuatro escenas oníricas impactantes arropadas por
una brillante dirección artística, del correcto trabajo interpretativo de su
plantel de actores y de su cuidada interpretación, la cinta se pierde en medio de
un guión un tanto ridículo y deslavazado, pues es tan poca la fuerza narrativa empleada que,
al espectador, le acaban importando un pimiento los avatares de dos personajes
desconocidos que, en sus respectivos sueños repetitivos, ven siempre a la misma
mujer morir de idéntica manera. Por cierto, qué pena da ver lo que se ha llegado a envejecer Franka Potente.
La mañana siguió de forma aún mucho más pesarosa con la
proyección del film británico The Book of Birdie, una paja mental, cargada de
simbología religiosa, lenta y repetitiva, en la que su realizadora, Elizabeth
E. Schuch, a través de una joven adolescente huérfana cuya abuela la interna en
un convento, intenta orquestar una intelectualoide crítica sobre la religión y
la fe difícil de digerir. Su cargante puesta en escena (en la que incluso, sin
venir a cuento, inserta escenas de animación), su somnoliento ritmo narrativo y
la insulsez de su protagonista, Ilirida Memedovski, hacen de éste un producto
tedioso y totalmente olvidable. La primera menstruación, los escarceos sexuales
de la novicia con la hija del jardinero del lugar y las conversaciones de la
joven con el cadáver de una monja suicida, son algunos de los ingredientes del
patético y pretencioso cóctel en donde el toque onírico, al igual que en el
título de Balagueró, tampoco podía faltar.
Con The Bad Batch la cosa no es que mejorara mucho.
La cinta, dirigida por Ana Lily Amirpour (la misma que presentara en Sitges
hace unos años Una Chica Vuelve a Casa Sola de Noche), nos presenta una historia
distópica ambientada en una apocalíptica sociedad futura muy al estilo de Mad Max en la que, en pleno desierto de Texas, conviven caníbales, drogadictos e
inmigrantes sin papeles. No se puede negar que la cinta empieza de forma prometedora con el
secuestro de una joven a la que un grupo de caníbales le amputan una pierna y
un brazo, aunque todo comienza a desinflarse tras lograr escapar de ellos para
llegar a una nueva comuna dominada por un ser mesiánico (un engordado Keanu
Reeves) que obliga a comulgar con tripis a sus súbditos. La lógica de su
primera parte desaparece por completo, convirtiéndose en una locura sin sentido
y sin lograr hacer creíbles los actos y las decisiones de su protagonista
femenina, una espléndida Suki Waterhouse, lo mejor del producto, sin lugar a dudas,
junto con la extraña colaboración de un desconocidísimo Jim Carrey dando vida a
un solitario y sucio vagabundo mudo. Por cierto, si alguien me explica el
significado de la escena final, me hará un favor inmenso.
Por suerte, con la proyección de la excelente Wind River se logró encauzar de alguna manera la patética jornada. Dirigida por Taylor
Sheridan (guionista de Sicario y Comanchería), este es un magnético thriller
que transcurre en los alrededores de una reserva india y en la que un cazador
de animales depredadores descubre el cadáver de una joven asesinada medio
enterrada en la nieve. La cinta se centra en la investigación que éste y una
novata agente del FBI inician para dar con el asesino. Sobria, perfectamente
narrada, con un modélico dibujo de sus principales personajes y con un spring
final digno de tener en cuenta: más no se puede pedir. Jeremy Renner, Elizabeth
Olsen y Graham Greene se llevan el gato al agua con su solvencia en un producto
en donde el misterio, el racismo y los malos rollos de un pasado muy cercano se
mezclan con perfecta fluidez. De lo mejor del Festival hasta el momento.
Ya, en sesión golfa, se volvió de nuevo al
sinsentido total y absoluto con Tonight She Comes, un delirante producto imposible de definir y en la que un grupo de jóvenes
(dos chicas y dos chicos) se verán envueltos en una enloquecida y absurda
patraña, sin pies ni cabeza, en donde rituales satánicos, muertos vivientes,
sangre a borbotones y fenómenos inexplicables que ni siquiera su propio
director y guionista entiende, un tal Matt Stuertz que, en sus delirios
visuales y narrativos, demuestra ser un completo inútil: de hecho, a él sólo le
interesaba verter gore al precio que fuera (tampones ensangrentados incluidos),
cuatro desnudos femeninos y unas gotitas de humor de lo más burdo para amenizar
la función. El guión es lo de menos, la cuestión es hacer ruido, mucho ruido,
cuanto más mejor y, a ser posible, apoyándose en una música machacona y
repetitiva. Lo más preocupante del asunto es saber el porqué, con una calidad
tan ínfima, esta cinta ha sido seleccionada para ser proyectada en este
Festival.
To be continued…
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