El estreno la última película de Fernando Trueba, La Reina de España, ha provocado una estúpida polémica totalmente al margen de la
misma; polémica que ha desembocado en una llamada de boicot a la cinta. Todo se
remonta a hace más o menos un año, cuando Trueba, al recoger el Premio
Nacional de Cinematografía afirmó, entre otras cosas, que no se había sentido
español en su vida ni durante cinco minutos. Pepistas y españolistas de pro
lanzaron el grito al cielo; otros, como en mi caso, nos pegamos un panzón de
reír. Está claro que, en este país, no tenemos derecho a opinar libremente,
o sino que se lo pregunten al desaparecido y gran Pepe Rubianes, al que le
acabaron amargando la vida. Y ahora, le ha caído un castigo similar por sus
palabras al director de Ópera Prima.
Pues bien, como he dicho anteriormente, esta condena
se ha extendido a ningunear a La Reina de España, esa continuación tardía de la
ya irregular La Niña de Tus Ojos. Vale que la película no sea nada del otro
mundo; más bien diría que es una mala película, pero no se puede prejuzgar sin verla sencillamente porque algunos le han pillado tirria a su
principal responsable. Una pena de país, la verdad.
Dejando este surrealista boicot a un lado, toca
centrarse en la película en sí misma; una cinta que recoge a los mismos
personajes de la ya citada La Niña de Tus Ojos unos años más tarde: ese elenco
de actores y profesionales del cine que, durante la Guerra Civil, se desplazaron
a los estudios Ufa de Berlín a filmar una coproducción con Alemania. Ahora, en
La Reina de España y contando con los mismos actores (más alguna nueva
incorporación), Trueba vuelve a reunirlos y los sitúa en esa negrísima España
de postguerra enfrascados en un nuevo rodaje que, en este caso, ha de ser
realizado por un veterano director norteamericano, una extraña mezcla entre John Ford y Nicholas Ray.
Penélope Cruz, Antonio Resines, Santiago Segura,
Jorge Sanz, Loles León, Rosa María Sardà, Jesús Bonilla y Neus Asensi, entre otros, repiten sus
papeles. A estos se les suman gente como Javier Cámara, Ana Belén, Chino Darín y extranjeros como Clive Revill, Cary Elwes y
Mandy Patinkin. Y, de entre todos ellos, no hay ninguno que parezca cómodo con
su papel ya que, interpretativamente hablando, se trata de un desastre
completo, empezando por los actores foráneos, quienes dan la impresión de
pasearse como zombis ante la cámara sin saber que narices están haciendo. Por
salvar algún que otro aspecto actoral, quizás remarcar ciertos pasajes de Penélope Cruz (aka Macarena Granada) y, sobre todo, la fugaz y divertida aparición
de Carlos Areces quien, metido en la piel del innombrable Caudillo, alegra los
últimos minutos de proyección.
Uno de los principales problemas de La Reina de
España, aparte de poseer un guión ciertamente nefasto y deslavazado (¡cómo se
echa en falta a Rafael Azcona a la hora de urdir un libreto tan coral como éste!),
radica en que Trueba no ha sabido nivelar bien la balanza entre la comedia y el
melodrama. En ningún momento, a lo largo y ancho de su dilatado metraje, uno no
sabe distinguir si nos ha querido contar una historia dramática o una
paupérrima farsa sobre el mundo del cine y la política; una farsa, por cierto,
repleta de chistes facilones y en nada trabajados. Ya, su primera entrega, era
flojita, pero al menos poseía media hora inicial digna del mejor cine de
Berlanga. En ésta, sólo brillan unos escasos minutos, entre los que incluyo la jocosa
colaboración de Areces reconvertido en el dictador por la gracia de Dios y, ante todo, por ese
juego cinéfilo plagado de guiños a la historia del cine de los años 50, tanto
nacional como de allende nuestras fronteras.
En definitiva, que si se niegan a ver el nuevo film
de Trueba que sea por sus nulos valores cinematográficos y no porque, en su
día, el director tuvo la osadía de decir que cuando juega la selección española
de fútbol siempre suele ir a favor del equipo rival. Todo el mundo tiene el
derecho a opinar lo que le venga en gana. Incluso de despotricar de una España
que rezuma franquismo por todas partes.
7 comentarios:
Hombre, cuando se reciben subvenciones del mismo país, algo incongruente sí que queda. Un poco a lo Almodóvar en los papeles panameños. Tan respetable es una opinión como pueden serlo las reacciones.
Pero esas subvenciones no se las queda él. Son para la película, no para él. Sólo faltaría que la poca "cultura" que nos queda en el país, dejara de ser subvencionada.
Para una película que es suya y que también tiene parte de negocio. Un poco de congruencia no viene mal.
Si la filma en España, tiene todo el derecho del mundo a solicitar una subvención aunque no se sienta español. Bien que el gobierno español subvenciona también a empresas extranjeras.
Parece que ya nadie se acuerda de que este hombre ganó un oscar para España con la Belle Epoque.
Yo lo recuerdo y me pregunto hasta qué punto el ganador de un Oscar debe seguir tirando de subvenciones... aunque no es menos cierto que Trueba no pasa por su mejor época.
El derecho es innegable, igual que la posibilidad de Almodóvar de montar empresa en un paraíso fiscal. O de Bertín Osborne, ya puestos. Lo que se discute es la coherencia, que no es materia de leyes sino de personas.
Por cierto, que se ha muerto Alan Thicke, un actor de televisión, bien conocido por ser el sufrido padre de Kirk Cameron en «Los problemas crecen».
Y en otro orden de cosas, habitualmente el señor Calígula y yo venimos a dar un parte de bajas, pero hoy me gustaría recordar a Kirk Douglas, que como mamá, también ha cumplido cien años.
Respecto a Kikiriki Douglas... twitter leído esta mañana!!
"Lo más fascinante de que Kirk Douglas cumpla 100 años es que a él le seguimos llamando Kirk 'Duglas' y a su hijo Michael 'Daglas'"... lo mismo sucede con Sin Cónery y Shohn Penn... o Yeims Estiguar y Kirsten Stuart... Cómo pasa el tiempo y cómo evoluciona el lenguaje!!
Respecto a la peli del Trueba, lo siento pero este tío me da mucha pereza, sobre todo cuando se pone profundo. En comedias lo hace bien y con un equipo bueno con decorados y vestuario y tal y cual, pero en cuanto a historia y guión se nota demasiado que ya no está Azcona y que se repite más que el ajo.
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