31.3.08

Anestesia de garrafón

Ignoro si el debutante Joby Harold estaba despejado o no cuando dirigió y escribió Despierto. Lo que sí tengo claro es que muy lúcido no debería estar, ya que el resultado final de su trabajo no se aleja mucho de un batiburrillo de ideas mal ensartadas y de una mezcla de géneros que le resultan imposibles de combinar.

La primera media hora está dedicada al completo a una de esas historias de amor difíciles de soportar: azucarada y extremadamente cursi. Un inicio para el único y exclusivo lucimiento físico (que no artístico) de la pareja protagonista, Hayden Christensen y Jessica Alba. Ella es guapa; él también. Él es un niño pijo, heredero de las millonarias empresas y de la envidiable fortuna de su difunto padre. Ella es una chica de procedencia humilde que, casualmente, ejerce como secretaria de la posesiva madre de él. Ambos se quieren mucho, no paran de darse arrumacos y se profesan amor eterno, aunque mantienen en secreto su idilio para no despertar los celos y la mala baba de la progenitora del jovencito. Él está enfermo y por ello, antes de someterse a un arriesgado transplante de corazón, decide casarse con ella... Todo muy lindo, muy rosado, al más puro estilo de la ñoñez que desprendía la ya arcaica Love Story.

Una vez se le ha inyectado a la platea la dosis de almíbar suficiente, la cinta va a por otros derroteros. Con la entrada en quirófano del personaje de Christensen, cambia de tercio y adquiere las coordenadas de una película de horror de serie B. Es, justo en ese momento, cuando el trabajo de Joby Harold adquiere su punto más álgido. Los efectos de la anestesia son negativos y, a pesar de dormir al cuerpo del paciente, éste mantiene su mente despierta y es capaz de percibir incluso el dolor físico. Una pesadilla infernal que promete mucho y tan sólo se queda en un simple apunte pasajero.

Es innegable que se trata de una buena idea la de mostrar las sensaciones de un tipo durante una intervención quirúrgica a corazón abierto... pero el problema es que no va más allá del esbozo, pues Despierto vuelve a corregir el estilo y se aposenta, definitivamente, sobre las bases de un thriller con connotaciones fantásticas. Si su primera parte ya daba mala espina, su intrincada carrera en pos de una situación laberíntica y nada creíble, acaba por romper con las buenas (y prometedoras) intenciones conseguidas con lo del efecto negativo de la anestesia.

¿Realidad o sueño?; ahí está el interrogante con el que se pretende mantener el interés del espectador y que, por su propio peso, se desploma ante el desmelene narrativo con el que afronta el fragmento que debiera el ser más atractivo de la trama. La verdad es que, el tal Harold, se despacha a gusto con una intriga demasiado complicada y patatera como para resultar mínimamente creíble. Y digo yo: sí la mejor manera de llegar a A a B es la línea recta, ¿por qué se ha de pasar antes por la Z, la R, la T y W, dando bandazos y vericuetos y robando toda lógica posible a un misterio de baratillo?

Tras Despierto se esconde un experimento cinematográfico tan falso como un duro sevillano en el que, por parte del director, se barajan las ganas de epatar con las ansias por crear un producto diferente a toda costa. En su guión vale todo, incluidas las cartas marcadas con tal de engañar al respetable, al que ha retado en un juego en el que nada es lo que parece, ni siquiera su edulcorada introducción. Una falsedad construida a golpe de trampas, en la que lo único cierto es descubrir lo mal que plásticamente han reconstruido a Lena Olin, madre del anestesiado Christiansen en el film.

Me voy a chutar un poco de novocaína... Cuando me recupere, regreso.

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