21.3.05

Ustedes lo han querido: EL IMPERIO DEL SOL

Recuerdo haber visto El Imperio del Sol en su estreno y salir maravillado del cine. Hasta ayer mismo mantenía la sensación de que se trataba de uno de los mejores trabajos de Steven Spielberg. Tanto es así que, después de que uno de ustedes la solicitara para colgar en esta sección, empecé a revisarla con la esperanza de disfrutar como en la primera ocasión. Pero no fue así, pues sus más de dos horas de metraje se me hicieron difíciles, ciertamente pesarosas. Me defraudó, vaya. No es de esas películas que aguanten bien un segundo visionado. Que conste que con ello no quiero decir que sea un mal producto, ya que se trata de un film digno, pero en exceso irregular y con demasiados altibajos en su proyección, lo cual me reafirma más en esa teoría que asegura que el paso del tiempo ayuda a valorar las películas en su justa medida. Y ésta, con los años, ha quedado muy por debajo de mi primera impresión.

Para los que nunca la hayan visto apuntaré que narra la odisea de un numeroso grupo de ingleses y norteamericanos que, viviendo en el Shanghai de los años 40, se vieron obligados a dejar la ciudad cuando ésta, el 8 de diciembre de 1941, fue literalmente tomada por el ejército japonés, siendo recluidos sus supervivientes y aquellos que no pudieron dejar el país, en varios campos de internamiento. Además, todo ello está contado desde el punto de vista de un niño de 13 años, Jim Graham, un chaval apasionado por el mundo de los aviones y que se vio separado de sus padres durante el alboroto inicial que supuso ese conflicto bélico.

Un jovencísimo Christian Bale fue el encargado de dar vida a Jim Graham. Y en este chiquillo, precisamente, se encuentra uno de los grandes defectos de la película, pues el actor, a través de una interpretación exagerada y chillona, acaba haciendo insoportable al personaje. Y no sólo esa interpretación daña a la figura del pequeño Jim, sino que también tiene parte de culpa el desmesurado dibujo que de éste hace el guión del prestigioso Tom Stoppard, basado a su vez, en la novela autobiográfica del propio James Graham (J. B. Ballard).

No negaré que la cinta tiene un gran punto a su favor y es que, técnicamente, resulta impecable, de una elegancia formal fuera de serie. La acción siempre es seguida gracias a una cámara en continuo movimiento, sin marear, exenta de tembleques innecesarios y apoyándose en sinuosos travellings o en imperceptibles desplazamientos de grúa. Una cámara que, por sí sola, se convierte en la principal protagonista invisible de El Imperio del Sol, en la innegable cronista de estilo de todo cuanto acontece en pantalla. Así, elevándose por encima del pequeño Jim y superando un montículo, nos descubre a un numeroso grupo de militares japoneses los cuales, horas antes de estallar la batalla, aguardan acechantes y en silencio las órdenes para iniciar la conquista de Shanghai o bien, a través de un elegante y ya clásico travelling lateral, haciendo el seguimiento del joven protagonista cuando, en una carrera en solitario y alborozado, contempla el bombardeo, por parte de la aviación norteamericana, del aeródromo contiguo al campo de concentración en el que se encuentra cautivo. Una espléndida manera de filmar de la que, por otra parte, ya había hecho gala en su anterior trabajo, El Color Púrpura.

Y es una lástima que, por culpa de un flojo y reiterativo guión, se desaproveche toda esa envidiable técnica de filmación. Y no sólo de esa filmación, ya que Spielberg demuestra, al mismo tiempo, un dominio absoluto de la imagen. La composición de todas las escenas que integran el ataque japonés a Shanghai, con las calles atestadas de gente alarmada, corriendo y atropellándose entre ellos, sin orden ni concierto, mientras los militares disparan sobre esa masa ingente, es ciertamente espeluznante. Y envidiable, tanto en su planificación como en la puesta en escena. En ese aspecto, resulta totalmente original la manera en que muestra la explosión de la bomba atómica sobre Hiroshima (aprovechando el rostro de una mujer muerta para reflejar el blanquecino resplandor creado), o en ese acercamiento visual al cine de Fellini a través de dos escenas muy concretas: el desfile de coches de lujo por las calles del Shanghai más miserable, con sus pasajeros disfrazados para un carnaval, o el descubrimiento de un estadio deportivo, por parte de un innumerable grupo de almas en pena y recién liberadas de un campo de concentración, en el que se almacenan los tesoros más dispares confiscados tras la toma de la capital, desde un piano de cola blanco a un lujoso Rolls-Royce, pasando por un sinfín de góticas estatuas doradas; un pasado de opulencias y riquezas que aparecerán ante los ojos de sus antiguos propietarios, ahora horrorizados y moribundos

Pero lo peor de todo, rompiendo sus buenas intenciones, es que su tiempo narrativo no le acompaña en absoluto. Se pierde, en multitud de ocasiones, en dejar bien claro que al joven protagonista sólo le interesan los aviones y poca cosa más, intentando excusar en todo momento que esa pasión sea una cuestión enfermiza. Tanto se encierra en ese tema que, por ejemplo, es incapaz de plasmar mejor esa extraña relación de autodependencia que se crea entre el joven Jim y el norteamericano Basie, esa especie de sustituto de la figura paterna, un tanto jetas y sin escrúpulos, al que da vida un encomiable John Malkovich y de la que no se acaban de entender algunas de las ilógicas reacciones que muestran, tanto el uno como el otro, a lo largo de todo el metraje. Y, como es habitual en Spielberg, se deja llevar de nuevo por esa dulzonería empalagosa que normalmente acompaña a su cine, cuando en realidad se trataba de un título que pedía a gritos ser más visceral y desgarrador en el modo de afrontar esa historia, tal y como hizo años después con la magistral La Lista de Schlinder.

Y poca cosa más, a parte de destacar la inconfundible banda sonora del sempiterno John Williams, fiel a su estilo de siempre, y de señalar un curioso detalle anecdótico ya que, buena parte de esta producción, las escenas que transcurren en el campo de internamiento, fueron filmadas en tierras españolas, concretamente en Cádiz, en el pueblo de Trebujena.

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