14.3.05

Ustedes lo han querido: EL ABUELO TIENE UN PLAN

El Abuelo Tiene un Plan se estrenó en España a principios de los años 70. Faltaban solo un par de años para que Franco pringara y, mientras, nuestro cine patrio se alimentaba de unos productos incalificables. Por un lado teníamos ese cine fantástico casposo y delirante con Naschy, Ossorio y Franco (Jess, que no Francisco) como cabezas más visibles; Saura, Borau y otros por el estilo, más comprometidos, iban a su bola, con películas plagadas de segundas lecturas e intentando establecer paralelismos simbólicos con la dictadura que nos había tocado en gracia (o en desgracia, mejor dicho) y, como estandarte de culturas y cinematografía nacional quedaba todo el resto. La flor y nata de los actores y directores que, con mínimos medios y tolerados perfectamente por el gobierno, nos hablaban de las calenturas del españolito de a pie o bien, como en el caso del cine de y con Paco Martínez Soria (ese maño que se tendría que escribir de un solo trazo, Pacomartinezsoria, tal y como pronunciamos su nombre) del que, en sus comedias, siempre se podía atisbar un toque moralista en sus continuos halagos a la familia y a la religión. Y si esas familias retratadas eran numerosas, mejor que mejor. La sombra de Escrivá de Balaguer estaba próxima, indudablemente.

Pacomartinezsoria siempre hacía la misma película, con variaciones (mínimas), pero siempre la misma, interpretano a abueletes, generalmente viudos y rodeados de hijos y nietos por todas partes. Y siempre afloraba en la trama algún que otro conflicto generacional que el yayo arreglaba de la mejor manera y, a ser posible, con la apostólica presencia de algún sacerdote chapado a la antigua, de esos con sotana y olor a naftalina.

El Abuelo Tiene un Plan bien podría haberse titulado El Abuelo Tiene Delito, pues no dejaba de ser otra reiteración más sobre su basta/vasta filmografía anterior (aplicable en los dos términos). Su responsable fue Pedro Lazaga, un tipo acostumbrado a lidiar con los personajes (o personaje) de nuestro actor aragonés. La cinta está narrada por un invitado especial de excepción, responsable, por otra parte, de la obra de teatro en la que se basa la misma; se trata de Alfonso Paso, uno de los escritores más reaccionarios de nuestro país, especializado en comedia afables y fieles al régimen. Pues bien, Alfonso Paso se convierte en Juan G. Bolt, médico de cabecera y narrador por excelencia de todo lo que le va a ocurrir a Don Leandro. El tal Leandro no podía ser otro que Pacomartinezsoria repitiendo, de nuevo y sin temor al desdén, su eterno rol de jubilado viudo, un anciano apagado y moribundo que ha de ser trasladado al hospital tras un arrechucho. Pero Don Leandro no tiene nada por lo que luchar, está cansado de vivir y de notar que se ha convertido en un cero a la izquierda, una carga para sus familiares, pasando unas temporadas en casa de su hija y otras en la de su hijo, de aquí para allá, como si se tratara de una pelota vapuleada. Y quiere abandonarlos para siempre.

El doctor Bolt, tipo astuto y sagaz, como aún no ha visto Mar Adentro y huele a socio fundador del Opus Dei que atufa, le da cuatro friegas y un masajito, le suelta una enfermera culona por la habitación, para que me lo reanime con su presencia, y lo larga para casa. Los males y la tristeza siguen golpeando a Don Leandro. Pero una estrategia de la avispada sobrina de Doña Elena, otra ancianita con ganas de dejar este mundo y que había sido hospitalizada en el mismo centro de nuestro abuelo protagonista, hará que esas dos almas desangeladas acaben uniéndose.

Ella, la tal Doña Elena, está interpretada por Isabel Garcés, una mujer que salía en todas las películas protagonizadas por Marisol cuando era niña y que, físicamente, recuerda un tanto a Carlos Pumares, siempre y cuando éste llevara peluca y vistiese como una ancianita. O sea, el destrempe total. Pero Don Leandro, tras conocerla mediante una cita un tanto a ciegas -montada por la sobrina casamentera-, notará ciertos calores en sus bajos ya que, en el fondo, no deja de ser el típico españolito calentorro de las películas de Landa y Joseluislopezvazquez, aunque en mañico, vejete y cascarrabias. Y demasiados años de viudo sin catar fémina consiguen que se ponga tontito por llevarse a Doña Elena al huerto. Y la Elena, pizpireta ella, se deja engatusar por ese viejito verde, pues con una sola frase castiza logra conquistarla: "donde no llega la estatura de un caballero español, llega la punta de su espada". ¡Olé!

A escondidas de sus respectivas familias, tendrán varios encuentros furtivos. Y no irán más allá de los encuentros. O sea, no llegarán a mayores, pues ella es recatada y por muy lanzado que sea Don Leandro, quiere conservarse virgen hasta el matrimonio, pues ella nunca ha sido viuda; es una soltera católica y apostólica, a mucha honra, y solo empezará a ceder un poco ante la insistencia de nuestro maño salido cuando éste, tirando de sus ahorrillos, le acabe montando un apartamento en donde todo, absolutamente todo, está pintado de color verde, pues es el color preferido de Isabel Garcés.

Antes han habido algunos malentendidos, pues su yerno, el mismísimo José Sacristán, ha creído ver a su suegro por la calle en compañía de una rubia despampanante y escotada, cosa que chiva al resto de la familia ante los posibles temores de que el abuelete se gaste la futura herencia en una pilingui. Pilingui, curioso término empleado a lo largo y ancho de todo el metraje para sustituir otros calificativos más sonoros y agresivos. Pues eso, que lo de la pilingui (o pelandusca, igualmente usado en el film) ha sido un error que, en el fondo, servirá para desbaratar los intentos de boda planeados por Leandro y Pumares (perdón, Elena). Y es que, tras emborracharla en el apartamento verdoso con un champagne catalán (en esa época aún no existía la terminología cava), verá que Elena, por muchos ardores que tenga, no va a ceder en eso de encamarse. No sea que, a su edad, vaya a perder la virginidad antes del matrimonio, ¡qué caray!.

Ambas familias acaban separándolos, ya que no entienden que esos abuelos quieran casarse. El único que lo tiene claro es el Sacristán, que es un malpensado y apunta a que la tal Elena lo único que quiere es patearse la pasta de Don Leandro. Mientras, la sobrinita que ideó el plan para juntarlos ha desaparecido de la historia, seguramente para que no haya ningún familiar que pueda echarles un cable a esos dos ancianos. Pero el Pacomartinezsoria, que ha leído muchos tebeos de Mortadelo y Filemón, se disfrazará de fontanero, se colará en el domicilio de Doña Elena y, tras inundarles el piso en la que ésta vive en compañía de su hermana sorda, huirán raudos a un lujoso hotel de las afueras de Madrid.

Pero no crean que muy lejos, ya que acaban alojándose en un parador de El Escorial, a muy pocos kilómetros de esa cosa llamada El Valle de los Caídos. Allí se pondrán su ropa de noche, o sea, pijamas y saltos de cama. No tiene desperdicio alguno ese pijama rosado que me lleva Pacomartinezsoria, convirtiéndose con él en un émulo humano de La Pantera Rosa. Y ella, Isabel Garcés, con un recatado salto de cama que más parece un tupido abrigo de plena temporada invernal. Allí se encaman, sin hacer nada, sólo tapaditos bajo sábanas y mantas, preparando un plan para hacer que sus dos familias viajen hasta ese nido de amor, lugar desde el que exigirán que les permitan casarse por la Iglesia. Que emocionante... ¡Cuantos enredos hay en ese hotel! Y, por en medio, paseándose y robando planos, Valeriano Andrés, como un camarero comprensivo con la pareja de amantes furtivos.

Total, aparece la familia, dimes y diretes varios entre ellos que, en el fondo, servirán para arreglar definitivamente el desaguisado. Y al final, la última escena: la gran boda en la que todos están contentos, excepto el Sacristán, pues ese tipo, como mínimo, debería ser militante del Partido Comunista.

Como ven, todas esas películas son iguales. Penosas, patéticas pero, al fin y al cabo, un desalentador fresco de esa España tan desgraciada que nos tocó vivir y desde la que alimentaban nuestras ansias cinéfilas con productos como éste. Ese cine del que se está nutriendo, desde hace demasiados años, Cine de Barrio y que, en el fondo, no deja de ser un documento histórico inigualable... siempre y cuando sepamos entrever aquello que se escondía tras tanta mentira. Suerte tuvimos que Berlanga supo darle la vuelta adecuadamente.

De todas maneras no negaré que, viendo El Abuelo Tiene un Plan, me reí en un par o tres de ocasiones, Siempre gracias a esas bromas cazurras lanzadas al aire por Pacomartinezsoria. Y poca cosa más, aparte de alucinar un tanto con el travelling más patatero que jamás haya visto (subjetivo, avanzando hacia delante, de manera temblorosa y a saltitos, mostrando la entrada de Isabel Garcés en su casa tras el primer encuentro con Don Leandro) o con alguna que otra frase de guión digna del peor de los sainetes. Como muestra un botón; la hermana sorda de Doña Elena, tras un pequeño discurso de Sacristán criticando a los dos novios otoñales, va y suelta: "¿Dice usted que van a tener un niño?". Respuesta de Sacristán, con ese habitual tono ofensivo de falsete: "¡pero señora, a su edad esos dos lo único que pueden tener es un tocadiscos".

Aplausos, ovación y vuelta al ruedo. Personalmente, quiero la cabeza de esos guionistas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

vete a tomar por culo pilar lópez

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo