15.9.04

Spots, llamadas y cintas de vídeo

Tengo por costumbre no mirar nunca ninguna película o serie en directo vía televisión. Por varias razones. Una de ellas, la primordial, es la publicidad machacona; la segunda, las interrupciones telefónicas que siempre le pillan a uno a contrapelo y, la tercera y última, el sueño inesperado, la cabezada traicionera que puede hacer desaparecer de todos sus sentidos (incluido el del tacto, durante una porno) cualquier película en el momento más inoportuno. Por eso, en casa, sólo vemos películas grabadas en VHS o en formato DVD.

De ese modo, la primera razón se mitiga totalmente, ya que no hay publicista en este mundo que pueda amargarle la escena más interesante de ninguna manera. Aún recuerdo, años ha, la sensación de coitus interruptus que me quedó cuando, durante la emisión de Con la muerte en los talones (¡gran película donde las haya!), alguien, sin dos dedos de frente, decidió pegar el corte publicitario en la escena más milimetrada de la película, cuando Cary Grant se encuentra en medio de una carretera desértica, recelando del extraño tipo que tiene enfrente y justo segundos antes de que una avioneta fumigadora (ya mítica) entre en escena... Esa experiencia vergonzosa (y, casi, casi, castrante), me enseñó a tomar medidas para evitar más malos tragos en el futuro (un futuro incierto, por otra parte).

En cuanto a las llamadas telefónicas impertinentes, el visionado en VHS o DVD de cualquier título, permite el no perderse nada del argumento, pero aún así sigue siendo un tema ciertamente molesto. En mi caso, da la impresión de que todos mis allegados (y algún que otro encuestador pelma) se ponen de acuerdo para iniciar una serie de llamaditas cortas (aunque interminables e innecesarias), que me obligan a fraccionar las cintas en infinidad de capítulos. Otras, cuando la llamada es de la suegra, la película se acaba bruscamente, pues la mujer puede estar colgada más de una hora al teléfono charlando con su hija...

De todos modos, el evitar el sueño con el vídeo sigue siendo un imposible. Éste aparece igualmente (sin avisar, por sus huevos), con la salvedad de que, una vez despierto de nuevo, siempre puede rebobinar y buscar el punto fatídico en el que desapareció de escena espontáneamente, viajando a saber a que extraños parajes oníricos.

De todas maneras, les sigo aconsejando el ir al cine. Éste método es el mejor y más sano. De hecho, es la única manera real de disfrutar de un buen (o mal) largometraje... aunque también tiene sus inconvenientes (que serán reflejados el día menos pensado en este Blog), pero allí, arropadito en la butaca de la sala oscura, a buen seguro, nadie va a llamarle por teléfono... a no ser que usted sea uno de esos hijos de puta que se dejan el móvil conectado.

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