
Poco pienso escribir sobre Buried. Su historia es tan precisa, mínima y tensa, que no querría desvelar ninguno de los aspectos que envuelven a una de las pesadillas más angustiantes vistas en una sala cinematográfica. Sólo avanzarles que Cortés ha ido mucho más allá de los enterrados vivos anteriormente por Tarantino (Kill Bill 2 y C.S.I. Las Vegas). Su minuciosidad descriptiva, su ritmo trepidante y la originalidad de la puesta en escena (exenta de trampas narrativas tipo flash-back), hacen de ella una propuesta singular e irrepetible. Noventa minutos de alto voltaje total.
Un desierto en Irak y un tipo en un sobrio ataúd sepultado unos cuantos metros bajo tierra. Oscuridad, miedo y claustrofobia son sus principales parámetros. El escenario es único y la habilidad de su montaje es mayúscula. Con cuatro detalles de guión y un par de movimientos de cámara, se transmite fácilmente la ansiedad de su protagonista al espectador. Sólo hay que añadirle la solvencia interpretativa de Ryan Reynolds para ayudar a traspasar la impotencia que siente su atemorizado personaje, Paul Conroy, un transportista norteamericano atrapado en vida bajo la arena iraquí.

Por cierto: pongan mucha atención en sus títulos de crédito iniciales y en la maravillosa banda sonora compuesta por Víctor Reyes. Punto.
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