15.7.16

La niña que susurraba a los gigantes


Mi Amigo el Gigante significa el retorno de Steven Spielberg al cine familiar, ese cine que normalmente domina a la perfección. El guión de la recientemente desaparecida Melissa Mathison (la misma de E.T.) sobre la novela The BFG del prestigioso Roal Dahl publicada en 1982, sumada a la elección del gran John Williams para componer su (magnífica) banda sonora, apuntaba a que íbamos a encontrarnos ante una nueva y brillante fantasía orquestada por el Rey Midas de Hollywood.

Nada más lejos de la realidad. Todo se queda en su exquisita técnica cinematográfica, en el acierto de la atractiva fotografía de Janusz Kaminski y en 15 divertidísimos e ingeniosos minutos, bastante próximos al final de la cinta, en donde la reina de Inglaterra posee un protagonismo especial. Y es que, para narrar la amistad que surge entre una niña huérfana, Sophie, y un gigante bonachón que le hablará de las ventajas y desventajas de vivir en el País de los Gigantes, a Spielberg se le ha ido la mano en demasiados aspectos.

Su ritmo lento significa una enorme traba para que el público infantil (y también el más adulto) pueda conectar con la propuesta, consiguiendo, tan sólo con ello, que los más pequeños de la casa (y los más mayores también) acaben aburriéndose como marmotas e implorando que se acabe cuanto antes un cuento de casi dos horas de duración que, por otra parte, carece de alma y de magnetismo alguno.

En su monótona primera parte, insulsa a más no poder, tan sólo se muestra la relación que surge entre la niña y el coloso. No hay más que eso: un montón de aterciopelados (e incluso ridículos) diálogos entre ambos, que acaban por resultar de lo más tedioso y reiterativo. La cosa, aparte de algún que otro flamante detalle técnico, no avanza hacia ninguna parte. Los primeros bostezos empiezan a aparecer en la platea.


Su segunda hora, tampoco es que mejore mucho. Siguen los diálogos cansinos, el ritmo amuermante y la poca (o, mejor dicho, nula) fuerza narrativa. Los bostezos siguen, y en aumento, hasta que Spielberg, consciente de que el espectador se puede quedar totalmente dormido, a la falta de media hora para finalizar, nos regala un aislado cuarto de hora magnífico y gracioso para, en su recta final, volverse a columpiar de peor manera posible.

Dos horas insostenibles que, sin lugar a dudas, hubieran dado para un fabuloso cortometraje de media horita de duración. Ni se les ocurra llevar a sus pequeños a un tedio como éste.

1 comentario:

El Señor Lechero dijo...

Mucho me temo que Spielberg hace tiempo que perdió el norte.