Los Odiosos Ocho, la última cinta de Quentin
Tarantino, lleva ya una semana y pico campando a sus anchas por las salas de
nuestro país y triunfando, muy en concreto, en los Phenomena de Barcelona, el
único lugar que se proyecta en 70 mm., el formato original con el que el
realizador de Malditos Bastardos decidió rodar su nuevo western, el segundo de su
brillante carrera tras su excelente Django Desencadenado.
De nuevo, al igual que en su anterior trabajo,
aunque de forma más específica, vuelve a dejar claras las influencias del llamado
spaguetti western en su particular universo cinematográfico y, a partir de
ellas, desarrollar una tensa historia narrada en dos únicos escenarios: una
primera parte que transcurre a bordo de una diligencia en medio de un paisaje
nevado y, una segunda, que sucede íntegramente en el interior de la Mercería de
Minnie, una especie de refugio que ejerce de local para repostar los caballos y
descansar los pasajeros de las diligencias, lugar éste en el que convergerán una
serie de personajes con intereses muy perversos y en donde la mentira y el
engaño se convertirán en el gran protagonista.
Casi tres horas de proyección que pasan en un abrir
y cerrar de ojos, a pesar de estar narrada de forma pausada y dejando paso a la
violencia sólo de forma breve y esporádica, pero siempre mediante dentelladas vibrantes y explosivas. De hecho, en Los Odiosos Ocho,
el puto amo son los diálogos; un sinfín de diálogos inteligentes, sin
desperdicio alguno y, por supuesto, no exentos de ese sentido del humor tan
característico y gamberro que ha marcado, desde sus inicios, el estilo del
director, justo cuando desde Reservoir Dogs dejaba boquiabiertas a varias generaciones de cinéfilos. Un Reservoir Dogs al que, por cierto, vuelve a homenajear a través de
la Mercería de Minnie, un espacio cerrado que en muchos aspectos recuerda al
garaje de su ópera prima, aparte de contar con la presencia de dos de sus protagonistas, Tim
Roth y Michael Madsen o, lo que es lo mismo, Mr. Orange y Mr. Blonde.
Una fuerte tormenta de nieve, un par de
cazarrecompensas, una forajida en espera de ser ahorcada (o bien de ser
liberada por su vieja banda), un sheriff cuestionado y un buen número de personajes misteriosos y
siempre al límite, demarcan un producto perfectamente diseñado y con el que de
nuevo, al igual que hizo con su magistral Pulp Fiction, Tarantino vuelve a
jugar con el tiempo y el montaje. Humor, tensión, un mucho de racismo latente
(genial la caracterización de Bruce Dern como un viejo militar unionista) y un
toque de brutalidad al más puro estilo “aquí te pillo, aquí te mato”.
Aunque muchos se empeñen en decir que se trata de un
film diferente, sigue siendo Tarantino al cien por cien. Y, además, con el
añadido, muy de agradecer, de la más que compacta banda sonora del maestro
Ennio Morricone y de las presencias de unos soberbios Samuel L. Jackson, Kurt
Russell (los dos cazarrecompensas de marras) y Jennifer Jason Leigh, esa
asesina, medio desfigurada e impresentable, que no dejar de recibir tortazos
por parte de su captor. Toda una gozada a disfrutar.
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