16.9.08

El club de asesinos

A lo de Wanted (Se Busca) se le llama rizar el rizo. Pero lo riza bien, con gracia y ritmo; mucho ritmo. Ya desde su primera escena de acción, en la que un tipo salta de un rascacielos a otro en el más puro estilo Matrix, Timar Bekmambetov, su director, deja bien claro al espectador que se trata de un film claramente de evasión. La filosofía de lo increíble conducida hasta las últimas consecuencias. Para el realizador ruso (el responsable de Guardianes de la Noche y su secuela), la única máxima que vale en su debut norteamericano es la de entretener. Y la verdad es que, sin tener apenas guión, lo consigue ampliamente.

La historia que narra es lo de menos. La existencia de una Fraternidad de Asesinos que, tras la muerte de uno de sus mejores hombres, ficha al hijo del difunto para adiestrarlo en el arte del crimen, no es más que una mera excusa para dar rienda suelta a que sus protagonistas ejecuten un sinfín de acrobacias y locuras siempre apoyados, inevitablemente, por una ingente carga de efectos digitales y centenares de litros de mercromina.

Tampoco hay que buscar en ella grandes interpretaciones. Los tiros de la película no van por ahí. La cuestión es dejarse llevar y disfrutar con los tatuajes (y las piernas) de una brutota Angelina Jolie, de la presencia de un Morgan Freeman haciendo de Morgan Freeman (inefable hasta rodeado de efectos especiales) y de un James McAvoy metido accidentalmente a héroe de acción; un héroe que, en su preparación física y bebiendo un tanto de El Club de la Lucha, denota su puntito (o mejor dicho, puntazo) de sadomasoquismo; detalle, este último, que ha provocado que los más moralistas del lugar la tilden de hacer apología de la violencia.

A mi parecer, la cinta (que no se avergüenza en absoluto de su bastorro sentido del humor), no es más que una sátira cachonda sobre la neura de muchos realizadores actuales por plasmar, en primerísimos primeros planos, la trayectoria de las balas. La cámara, en numerosas ocasiones, sigue el camino de éstas desde que salen del cañón hasta que impactan en su blanco; proyectiles que son disparados por verdaderos profesionales del crimen y que, al igual que los buenos futbolistas, saben darle incluso un efecto único para cambiar la línea recta habitual de su rumbo y penetrar en el cuerpo de sus víctimas.

De filmación impecable, por muchos movimientos y rodeos que realice en sus inagotables escenas de acción, no hay el más mínimo detalle que se le escape al objetivo de Bekmambetov; un realizador que, puliendo asperezas y contando con un guión mínimamente potable, en un futuro puede darnos alguna que otra sorpresa dentro del género.

Un festín de disparos, explosiones varias, luchas cuerpo a cuerpo y numerosas persecuciones y piruetas automovilísticas que, a buen seguro, hará las delicias de los amantes de este tipo de cine: sin comidas de coco ni demasiados planteamientos morales. A lo bestia y con la directa puesta; todo un tebeo cinematográfico que se ampara en la novela ilustrada, compuesta por seis volúmenes, de Mark Millar y J. G. Jones. Ideal para pillar una malsana indigestión de palomitas.

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