10.11.06

Tres pesadillas más

Hace poco más de un par de meses les hablaba, desde esta página, del capítulo de Álex de la Iglesia, La Habitación del Niño, destinado a la serie televisiva Películas Para No Dormir; una serie coordinada por Narciso Ibáñez Serrador y que, compuesta de seis episodios (cada uno de ellos dirigido por un realizador español de cierto prestigio), será emitida –en un principio- a partir de enero del próximo año por Tele 5. De todos modos, la salida en DVD de alquiler de todos sus episodios, me ha permitido visionar algunos de los otros títulos. Por lo que he podido apreciar, todos tienen un nexo común entre ellos. Y este nexo se encuentra en la presencia de una casa, tal y como ya predefinía la citada cinta de Álex de la Iglesia, sin lugar a dudas la mejor de ellas hasta el momento.

Para Entrar a Vivir es el capítulo firmado por Jaume Balagueró. En él se nos muestra a una pareja de novios que, en busca de piso, realizan una visita al extrarradio de Barcelona para conocer una oferta que, en un principio, parece tentadora. Un edificio solitario y vetusto, apartado de la civilización. Una fuerte tormenta cae sobre la ciudad. Un piso inmenso, frío y desgastado. Y una mujer, la de la inmobiliaria, un tanto tocada del ala. El resto ya es artilugio puro, un tanto sin sentido, pero con un ritmo endiablado que no deja respiro posible al espectador y por el que Balagueró se mueve como Pedro por su casa.

El director, a pesar de las irregularidades del guión, demuestra su oficio y seguridad en el género. Para Entrar a Vivir es una película tensa y con momentos brutales, en la que no se escatima el suspense ni algunos toques muy cercanos al gore más puro; un detalle éste bastante impensable para un producto televisivo. Balagueró juega (a la perfección) con todos los tópicos del género. Una pareja acosada, un escenario único y claustrofóbico y un personaje malvado, sádico e iracundo como pocos -el interpretado por una excelente Núria González-, son sus principales ingredientes. Todo cuanto ocurre en esa escalera de vecinos resulta un tanto ilógico, muy poco creíble, pero ese buen pulso narrativo que exhibe el realizador catalán hace olvidar rápidamente esa falta de veracidad, pues su atmósfera es tan envolvente y asfixiante que no es necesario mucho más para saciar las debilidades de un público muy concreto y sediento de horror y sangre.


A Regreso a Moira, el film orquestado por el canario Mateo Gil, en cuanto a ritmo se refiere, le ocurre todo lo contrario que al film de Balagueró. Y ello resulta curioso teniendo en cuenta que Gil debutó en el mundo del largometraje con Nadie Conoce a Nadie, un discutible (aunque correcto) film de acelerado ritmo narrativo. Su participación en Películas Para No Dormir se aposenta en un título muy detallista y en extremo descriptivo, de tiempo pausado aunque de (muy) inquietante puesta en escena. No es un producto de terror al uso pues, a pesar de mezclar ciertos elementos del género, se acerca más directamente a las constantes del melodrama. En él se cuenta la historia de una obsesión enfermiza, en la cual los sentimientos de culpa y las ganas de poder enmendar ciertos hechos del pasado marcan a Tomás, un hombre de edad avanzada que, tras quedarse viudo, decide regresar a su aldea natal en España y enfrentarse con los fantasmas de un pasado que le han atormentado durante demasiados años.

La película funciona a la perfección en dos tiempos distintos: por un lado los hechos que, en los 50, marcaron al joven Tomás y, por otro, la realidad actual del mismo en su retorno al lugar que dejó una huella profunda en su vida. Mateo Gil ha coordinado perfectamente los recuerdos con el tiempo presente del protagonista; un personaje que, por cierto, ha sido interpretado en sus dos niveles, de manera consistente en ambos casos, por el joven Juan José Ballesta (aka El Bola) y Jordi Dauder.

En este caso, la casa protagonista de Regreso a Moira se localiza en la pequeña cabaña propiedad de la mujer a la cual honra el título del episodio. Una cabaña situada en lo alto de un cerro cercano a un pequeño pueblo; lugar muy concreto en el que, en los años 50, se vivió un episodio demasiado ingrato para ser recordado con satisfacción por cuantos se vieron implicados en él. En esa época, la moralidad era muy distinta a la actual. Las más ancianas del lugar murmuraban que la tal Moira era una bruja y que cada noche, en su hogar, recibía al mismísimo diablo en persona. Pero la belleza y sensualidad de esa bruja –a la que da vida la atractiva Natalia Millán- acabaron venciendo todos los temores del joven Tomás, un adolescente inquieto por cumplir sus primeras experiencias sexuales y que, con esa relación, acabó descubriendo muy de cerca los horrores del infierno.

El episodio La Culpa, el de Narciso Ibáñez Serrador, ha resultado ser, hasta el momento, el peor de la serie. Y es una pena pues, personalmente, albergaba muchas esperanzas con el retorno de Chicho al campo de la dirección, tras sus únicas incursiones en el mundo del largometraje con dos títulos tan ejemplares (aún recordados e incluso imitados) como La Residencia y ¿Quién Puede Matar a un Niño?. La Culpa es una película arcaica, tanto en el aspecto funcional como argumental. Da la impresión que el realizador uruguayo se haya quedado anclado en el pasado. Su cinta huele a rancio y al mismo tiempo -hablando de efluvios-, rezuma un tufillo a intenciones antiabortistas muy descarado.

La Culpa, al igual que Regreso a Moira, también transcurre en un pequeño pueblo español, aunque en este caso la acción esté ambientada a mediados de los 70. En ella se plasma la relación sostenida entre una ginecóloga con ramalazos lésbicos y una madre soltera, enfermera, a la que acoge en su casa –junto a su hija pequeña- con la intención de que se convierta en su asistenta durante las horas de consulta. Las insinuaciones de la primera y los trabajitos nocturnos de ésta, se convertirán en dos puntos clave para el renqueante desarrollo de esta fallida entrega

La casa vuelve a ser de nuevo el marco geográfico habitual en la serie. Una casa de dos pisos, fría y silenciosa, con un polvoriento desván situado en lo alto y quizás, este último, convertido en el único elemento un tanto amenazador dentro de un film tramposo como el que más. Su guión, debido al mismo Ibáñez Serrador, está lleno de cabos sueltos y de personajes innecesarios metidos a saco dentro de la trama (como ocurre con las dos ancianas vecinas del mismo inmueble). Unos cuantos sustos falsos y un montón de imperdonables engaños al espectador, rompen cualquier posibilidad de crear la insana atmósfera que hubiera necesitado el episodio. La nula credibilidad de ciertas situaciones (sobre todo en su teórico crescendo final) hacen pensar que el amigo Chicho está totalmente desentrenado tras la cámara. Demasiados años sin rodar le han anquilosado los buenos reflejos que antaño demostró. Una decepción total en la que, aparte de aburrir, no se puede destacar ni una sola de sus forzadas interpretaciones.

En pocos días -si el tiempo y la autoridad lo permiten-, un nuevo repaso a los dos títulos restantes de esta irregular (aunque interesante) propuesta televisiva.

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