El realizador John Michael McDonagh y Brendan Gleeson ya habían colaborado juntos en la ópera prima del primero, el
muy peculiar thriller El Irlandés. Ahora, tres años después, vuelven a unir sus
fuerzas para atreverse con Calvary, una historia más hermética, aunque igualmente pastoral, en donde la
religión y los malos rollos campan a sus aires y que le ofrece un nuevo papel
de lucimiento y elevadísima contención al actor dublinés: el de un
sacerdote rural que, amenazado de muerte durante una confesión, deberá
sobrellevar la semana que le otorga de plazo el presunto asesino, afrontando los
diversos problemas que se acumulan entre los parroquianos de su pequeña aldea.
Calvary posee un inicio ciertamente contundente, el
de una confesión en la que se mezclan todo tipo de conceptos, desde la bondad
más infinita hasta el resentimiento y los casos de pederastia en el seno de la
iglesia católica. A partir de ahí, la cámara de McDonagh, se dedica a seguir
los pasos del padre James, un inmenso e imperturbable Brendan Gleeson metido en
el interior de una larga y negrísima sotana; pasos que le acercarán al resto
de feligreses e, inclusive, a su propia y frágil hija, una hija que tuvo en su
matrimonio antes de optar por el celibato.
La cinta, de trama totalmente distinta a su anterior
trabajo, conserva, sin embargo, ese aire, a veces socarrón y surrealista que
destilaba El Irlandés, aunque, en esta ocasión, sustenta el mayor peso de su
trama en el personaje de un genial Gleeson, alma y motor innegable del film, y
se pierde un tanto en el énfasis discursivo con el que afronta la mayoría de
sus pasajes, sobre todo en su tramo final, en donde se desvelará el rostro del
hombre que, en confesión, amenazó al religioso protagonista; un hombre del que
el sacerdote es consciente desde un principio, pero cuya identidad se esconde
al espectador hasta el último momento. Una manera como otra de dotar de cierta
intriga a un film bastante aburrido y en cierto modo previsible.
De hecho, Calvary parece una sucesión de pequeñas
historias ensartadas, una detrás de otra, por el personaje conductor del padre
James ya que, entre los moradores de la pequeña aldea, existen todo tipo de individuos
y conductas: escritores seniles en el ocaso de su carrera (magnífico M. Emmet
Walsh), médicos ateos y fiesteros, adúlteras con ganas de provocar al resto de
la parroquia, maridos cornudos, jovencitas suicidas y millonarios cínicos y
especuladores. Una fauna de personajes milimetrada a los que el curilla en
cuestión se irá acercando, uno por uno, con discursito incluido para
cada encuentro.
Un film fallido, con un atractivo sentido del humor
que, por desgracia, sale a flote en muy pocas ocasiones ya que, en general, se
deja arrastrar por su gruesa pincelada religiosa y, lo que es peor, por ese
afán discursivo que adorna la mayor parte de su metraje. Una pena.
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