Cuatro años después de Another Year, el realizador británico Mike Leigh vuelve a la carga con una nueva cinta, Mr. Turner, en la que da un repaso a los últimos 25 años de J.M.W. Turner, un prestigioso pintor inglés del siglo XIX, explorando, ante todo, su extraño y un tanto anárquico carácter, al tiempo que expone la fascinación de éste por la luz y los colores.
Ambientada de forma espléndida en la Inglaterra de
la primera mitad de 1800, el cineasta se acerca a la controvertida personalidad
del pintor de forma intima y contando, para ello, con la maravillosa colaboración
de un Timothy Spall en estado de gracia quien, con su savoir faire, hace una magistral
recreación de la figura de J.M.W. Turner jugando con sus tics (curiosos sus
bramidos guturales) y dejando al descubierto la cínica y al mismo tiempo
desconcertante forma de comportarse del artista. Una interpretación llena de
matices que fue galardonada,
merecidamente, en el último festival de Cannes.
Mr. Turner habla del fanatismo de éste por el
paisajismo, centrándose, de manera muy especial, en su gran especialidad: los
temas marinos y su entusiasmo por captar todo cuanto le llamaba la atención en
un pequeño cuaderno que siempre llevaba consigo; notas pictóricas que después
utilizaba a la hora de plasmar sus impresiones sobre el lienzo.
La película de Leigh tiene un ritmo pausado,
dedicándose a narrar distintos episodios de la vida del pintor de forma
detallista, con cierta sorma y sin escatimar, en momento alguno, los detalles más morbosos de su
biografía, tal y como sucede con la oscura relación que mantiene con su
doncella, una mujer por la que no siente ninguna estima pero a la que utiliza
para calmar su apetito sexual.
Hace hincapié en el dolor que le causó la muerte de
su padre, sus visitas (al parecer, bastante incontroladas) a burdeles de todo
tipo y condición, sus devaneos con la aristocracia británica y el tenso mal
rollo que mantuvo durante mucho tiempo con sus compañeros de profesión, con
los que se enfrentó en más de una ocasión en el seno de la Real Academia de
las Artes, así como su afición a viajar en barco, lugar en el que su
inspiración volaba hasta límites insospechados. Y sin olvidar, ante
todo, la relación sentimental que mantuvo en secreto con una viuda con la que
convivió, durante los últimos cuatro años de su vida, en una pequeña casita de
Chelsea, a las orillas del Támesis.
A pesar de su fuerza melodramática para dibujar el
carácter de un genio atípico y un tanto conflictivo, Mr. Turner no sería lo mismo
sin la brillante y luminosa fotografía de Dick Pope, la cual, por momentos, parece sacada
directamente de algunos de los cuadros del célebre pintor: todo un canto a la
luz y al color; un claro guiño a una de
las obsesiones principales del artista.
Un biopic muy recomendable que, en parte, se aleja un tanto de la
filmografía anterior de Mike Leigh, ya sea por su tratamiento como por la época
en la que discurre la acción.
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