Dirigida por Miguel Cohan, la cinta posee un inicio prometedor y bien expuesto que se mueve entre los cánones más clásicos del género: la correcta exposición del primer crimen, la presentación de sus protagonistas principales y las primeras pesquisas, añadiéndole un toque de sarcasmo (muy de agradecer) sobre esa corriente elitista que significa la alarmante proliferación, en países sudamericanos, de grandes y lujosas zonas residenciales blindadas del exterior gracias a la seguridad privada (lugar en donde se comete el principal asesinato) y sobre la que se esconde todo un elegante guiño a la excelente película hispano-mejicana La Zona.
Betibú sigue manteniendo el interés del espectador en
su parte central. Va exponiendo nuevos datos a la platea de forma dosificada y
siempre manteniéndose dentro de los márgenes de un argumento perfectamente
comprensible. Incluso se atreve a introducir a un divertido y curioso personaje
de lo más conspiranoico, El Gato, un tipo con pinta de homeless que vive entre
miles de carpetas y cintas de video y audio asegurando la existencia de una organización
secreta que controla nuestra existencia.
Otros puntos a favor de la película se encuentran en
el buen trabajo de una sobria Mercedes Morán, la Betibú del título, y de la
pequeña aunque intensa colaboración del todoterreno José Coronado, dando vida
al director de El Tribuno, así como de la solvencia de Daniel Fanego (el
reportero experimentado). Otra cosa es la esforzada (aunque endeble)
interpretación de Alberto Ammann (el periodista principiante) que, para más
INRI, hace gala de una dicción un tanto difícil de entender (sobre todo para
el público de España).
Es una lástima que un producto bien planteado e
interesante como este, no sepa llegar a una resolución mucho más sugestiva. Y
es que el tal Miguel Cohan, en su afán por ser original y romper con el
clasicismo que exhibe durante casi todo el metraje, apuesta por un final
rompedor que lo único que consigue es dejar cabos sueltos por todas partes.
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