Los Líos de Gray es la típica comedia romántica que se ampara en el estilo impuesto por
Cuando Harry Encontró a Sally y similares. Un puntito a lo
Woody Allen, continuas referencias culturales, la ciudad de Nueva York como gran telón de fondo y un enredo sentimental a tres bandas, es cuanto nos ofrece
Sue Kramer, una directora que, con este film, debuta tras la cámara y como guionista y productora.
Para no convertirse en una nueva fotocopia de un buen número de títulos anteriores dotados de características parecidas, la realizadora opta por darle una visión diferente al triángulo amoroso habitual en este tipo de historias. Para ello, convierte a
Heather Graham en
Gray, una chica soltera que, a sus treinta y tantos, descubre que su sexualidad se decanta por las de su mismo género. Y ello lo hace al sentirse fuertemente atraída por
Charlie, su futura cuñada, justo la noche antes de que ésta contraiga matrimonio con su propio hermano, durante la fiesta íntima de despedida de soltera.

La (mínima) originalidad de
Los Líos de Gray radica precisamente en la manera de tratar la
salida del armario de su protagonista femenina, pues lo afronta de manera fresca y con cierta naturalidad, sin caer en la trampa de mostrar al personaje como a una persona torturada y dispuesta a comerse el coco a la mínima de cambio. Por el modo humorístico (y al mismo tiempo respetuoso) de enfocar el tema del lesbianismo, se acerca mucho más a la brillante serie televisiva
L que a la mayoría de largometrajes sesudos que se han realizado sobre la citada materia.

A pesar de sus buenas intenciones, la película se muestra descompensada en demasiados aspectos pero, aún así, Sue Kramer acaba nivelando bastante bien la balanza. Momentos deliciosamente trazados -como la secuencia inicial en la que, a través de un baile al son del
Cheek to Cheek de
Irving Berlin, define a la perfección la estrecha relación que une a
Gray con su hermano
Sam-, se alternan con otros en exceso básicos y manidos (todas las escenas en las que interviene un ñoño y comprensivo taxista escocés, en el rol del imperecedero amigo íntimo de la lesbiana, son un buen ejemplo de ello).
Heather Graham, para afrontar el papel de esa aturdida y un tanto alocada
Gray, apuesta acertadamente por recuperar ese estilo apayasado, aunque divertido, que en los setenta definió un tanto la figura cinematográfica de la hoy multioperada
Goldie Hawn. Al lado de sus dos oponentes más directos, el soso
Thomas Cavanagh (su hermano
Sam) y la nada expresiva -aunque tentadora-
Bridget Moynahan (su cuñada
Charlie), sale completamente como triunfadora (aunque, personalmente, me quedo con el aspecto de patinadora semidesnuda que lucía en la compacta
Boogie Nights, tal y como nos la descubrió
Paul Thomas Anderson hace ahora una década). Otra historia es la presencia de una muy envejecida
Sissy Spacek quien, contando con el problema de cargar con un personaje bastante forzado y ridículo (el de una psicoanalista a la que le encanta tratar a sus pacientes en lugares públicos), demuestra, como siempre, su gran profesionalidad ante una cámara.

Tal y como ha verificado la citada y exitosa
L (ya por su 5ª temporada en los EE.UU.), el lesbianismo en cine y televisión, con chicas guapas y de diseño, están de moda. Y
Los Líos de Gray se ha apuntado al carro: nenas
fashion, cuatro chistes cinéfilos, un sempiterno guiño al mundo lujoso de la publicidad (oficio en el que trabaja
Gray) y cierto aroma a lo
Woody Allen (quien, curiosamente, en
Manhattan intentó atropellar a la mujer por la que le abandonó su esposa), son sus ingredientes. La fórmula es fácil y, en parte, funcional.
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