La nueva película de Gore Verbinski, La Cura del Bienestar, es un cóctel de títulos clásicos del fantástico, metidos sin ton ni
son en la trama, aunque a través de una imaginería visual ciertamente encomiable. La
lástima es que sólo se queda en eso: en su apartado visual y poco más.
La cinta arranca de forma interesante, magnética. Su
primera hora es casi modélica y transporta al espectador al universo enfermizo
que creó Martin Scorsese para su Shutter Island. En ella, un ejecutivo de una
empresa norteamericana viaja hasta un viejo balneario situado en los Alpes
suizos para reclamar la vuelta de un alto empleado de su compañía que se
encuentra, desde hace tiempo, en el misterioso lugar para realizar una cura de
reposo. Una vez en el centro, lo que tendría que haber sido una visita rauda,
se convertirá en una larga e inacabable estancia, llena de intrigas y fenómenos
extraños en los que el agua de la zona adquiere un protagonismo ciertamente
especial.
Hasta aquí todo bien. Es más, promete un producto
trabajado, tenso y estéticamente incuestionable. El problema es que, una vez superada su primera hora, al amigo Verbinski le entra la pájara y, como el que no quiere
la cosa, cae en un delirio argumental y escénico que no hay por donde pillarlo.
La lógica pierde terreno a cada segundo que pasa y lo que en un principio
parecía bien encaminado, deriva hacia una locura sin parangón entrando, de lleno, en una hora y media de lo más insoportable que uno pueda
imaginarse.
De hecho, lo único que ha intentado el realizador de
la saga de Piratas del Caribe es orquestar un sinfín de homenajes al género,
sin sentido alguno y consiguiendo, tan sólo, que su endeble guión pierda agua
por todas partes y de forma constante. Incluso, en uno de sus numerosos desvaríos,
hace un grotesco guiño a Humanoides del Abismo, esa cinta de serie B de los 80
en la que Doug McClure se enfrentaba a unos peces con un mucho de forma
humana. Es más, son tantas sus ganas de epatar que se atreve a ir mucho más allá de las muelas del mismísimo Marathon Man, mientras que la banda sonora de Benjamin
Wallfisch huele a la que compuso Krzysztof Komeda para la magistral La Semilla del Diablo.
Y aquí no se acaba todo, pues la sosería
interpretativa de Dane DeHann (una especie de Leonardo DiCaprio en sus años
mozos) en muy poco ayuda a centrar la chifladura absoluta que se esconde tras La
Cura del Bienestar; una paranoia sin interés alguno que logra alcanzar el
abultado metraje de 146 minutos. Una locura increíble.
No pierdan el tiempo. Como mucho, tráguense su
envolvente y misteriosa primera hora y luego, cuando empiece el desvarío,
móntense su propia película. Seguro que saldrán ganando. Ya saben: agua que no
has de beber, déjala correr.
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