13.2.10

Buenas noches, señor monstruo (una crónica de El Señor Lechero)

No es la primera vez que le prometo a Maese Spaulding una crítica de alguna “pinícula-u-flim” sobre los que suelo hablarle / torturarle en su bitácora, a la que llegué por casualidad un día de febrero de 2005 (¡ahí es nada!) Sin embargo, va a ser la primera vez en que cumpla mi amenaza, aunque solamente sea para departir un poco con el dueño del chiringo y con algunos de sus feligreses, como son don Juan Carlos “El Crítico Maldito” o Micer Caligae. Pero estoy divagando y, dado que el tiempo es un maní, mejor meterse a la tarea de hablar de La Herencia Valdemar.

La película en cuestión es la ópera prima de José Luis Alemán, un cineasta que además ha asumido la función de guionista (o al revés, que nunca se sabe.) El punto de partida viene a ser una especie de homenaje a Edgar Allan Poe -autor del cuento La Verdad Sobre el Caso del Señor Valdemar- y, sobre todo, a H. P. Lovecraft -responsable de los llamados mitos de Cthulhu y, particularmente, del relato La Casa Evitada-. Ambos escritos conforman la fuente en la que Alemán bebe para contar una historia que, al mismo tiempo, pretende recuperar la tradición del fanta-terror hispánico y homenajear la memoria de un Paul Naschy al que su enfermedad impediría ver estrenado el film.

La historia comienza cuando Luisa Lorente (Silvia Abascal), una tasadora inmobiliaria especializada en antigüedades, recibe el encargo de valorar una finca especialmente jugosa: la Mansión Valdemar. La tarea ha de realizarse con urgencia, por mandato de la enigmática superioridad de la empresa a la que pertenece, que ya había enviado a otro tasador el cual parece haberse esfumado. En este punto, la cinta presenta buena parte de los tópicos que se presuponen a un film de este género: encargo inesperado, misión en solitario, visita a un lugar situado donde Napoleón perdió la boina y que, para adobar el conjunto, está pésimamente comunicado y controlado por dos lugareños que –al menos en principio- no parecen tener muchas luces. Alemán juega con la tensión que supone la exploración a una mansión desvencijada, pródiga en sombras, recovecos y telarañas. Cualquier espectador que haya visto al menos una película de terror sabrá anticipar lo que pasará durante la visita del personaje de Abascal, aunque el ojo más experto pueda identificar –y hasta disfrutar- de guiños que alcanzan hasta la primera parte del videojuego Resident Evil, que esto es un homenaje a la cinematografía sustera setentera, pero también hay que contentar a las nuevas generaciones que no es que no se acuerden, sino que directamente es que no saben quién fue Paul Naschy.

Después de la impresión inicial, la trama pega un pequeño corte (el primero de varios, pero no el más radical) y pasamos a encontrarnos con las consecuencias de ese primer (des)encuentro con la Mansión. Maximilian (un Eusebio Poncela que sustituyó al inicialmente previsto Christopher Lee), jefe de la compañía a la que Luisa pertenece, contrata los servicios de Nicolás Tremell (un Óscar Jaenada que parece recién salido del rodaje de Camarón) detective y amigo del primero de los tasadores desaparecidos, para que averigüe cuál ha sido el destino de aquélla. La ambientación de los escenarios en los que se mueven Jaenada y Poncela arroja sutiles pinceladas acerca del mundo en el que se desarrolla la acción, dejando un cierto sabor al género steampunk (y al juego de rol La Llamada de Ctulhu, todo sea dicho.) El detective acepta en encargo y toma un anticuado tren (el Transcantábrico, para más señas) donde la trama sufrirá un segundo y más salvaje corte.

Tremell se encuentra con la misteriosa Doctora Cerviá (Ana Risueño), cabeza visible de la no menos enigmática Fundación Valdemar, dueña del inmueble y responsable del encargo hecho a la empresa de tasaciones. Con su aire de femme fatale de baratillo, la mujer empieza a contar al greñudo investigador la historia de la mansión. El viaje en tren es, pues, espacial y temporal, porque de un salto nos plantamos en la segunda mitad del Siglo XIX. Allí, se relata el origen del halo de misterio que envuelve al inmueble, conformando un relato que tiene poco de terrorífico, algo de romántico y un tanto de trágico, pues básicamente cuenta una historia de amor, la que une a Lázaro Valdemar (Daniele Liotti) y a su esposa Leonor (Laia Marull.) Es aquí donde la cinta alcanza sus mejores momentos y donde la influencia de Poe y Lovecraft se vuelve más fuerte, al tiempo que volvemos a los tópicos del género: una familia feliz que mete el jocico donde no debe y acaba desencadenando lo que estaba bien atado. La “historia-dentro-de-la-historia” se toma su buen tiempo, hasta el punto de que, cuando termina, la película también lo hace y de una forma más que abrupta.

La Herencia Valdemar es una película que, en mi modesta opinión, ha sido injustamente tratada en ciertos foros y por ciertas críticas que parecen pasar por alto que ésta es la primera película de su realizador y que, pese a los fallos –que los tiene, y a patadas- es un producto más que digno que, a mayor abundamiento, ha sido el resultado de una aventura donde no se dispara con pólvora del rey (como es uso y costumbre en el sector académico del cine celtibérico.) En el plano negativo hay que resaltar la cutre división operada entre las dos partes de la historia. Es innegable que la cinta se concibe como un díptico (de hecho, la segunda parte se rodó al tiempo que la primera y se estrenará el próximo otoño), pero las tramas del pasado décimo nónico y el presente del extraño siglo veintiuno en el que se ambientan el principio y el final están mal empatadas. Alemán se recrea demasiado en pequeños detalles que denotan un entrañable cuidado por la criatura, pero al coste de perder un tiempo precioso en la trama principal. Eso sí, el hecho de que haya un clamoroso “continuará” no es un recurso nuevo, y no recuerdo que hubiera tantas quejas con Matrix Reloaded o Regreso al Futuro II (por citar dos ejemplos.)

Por otra parte, la elección del grupo de intérpretes no ha sido muy afortunada, pese a contar con nombres ilustres y laureados. Poco puede decirse de Jaenada o Abascal, cuyos personajes no tienen ocasión de desarrollarse, pero Liotti y Marull no resultan en modo alguno convincentes. Ello contrasta poderosamente con el trabajo de los secundarios, con un inconmensurable Paco Maestre y un entrañable Paul Naschy que, por una vez en su vida, hizo el papel de bueno, pero claramente marcado por las huellas de la enfermedad que habría de llevársele hace unos meses.

En el apartado técnico, la cinta presenta una calidad incontestable: los efectos especiales están bien conseguidos y no llegan a cantar en ningún momento (ni siquiera en el momento en el que uno pensaría que podría vérseles el plumero.) Sin embargo, la parte más sobresaliente es la ambientación décimo nónica: la mansión misma, el mobiliario, el vestuario, los carruajes, pero también el trasfondo político, económico y social. Hay referencias a la política penitenciaria de la época, al movimiento sufragista, al sistema de acogida de menores desamparados. Aunque pueda parecer exagerado, en ciertos aspectos La Herencia Valdemar ha sido mucho más cuidada en el aspecto histórico que otras cintas cuya vocación era la de ser más fidedignas (como por ejemplo, Ágora.) Desgraciadamente, si todo lo accesorio destaca tanto es porque lo principal no termina de cuajar.

Para terminar ¿es La Herencia Valdemar una buena película? Honestamente, no. Es una cinta aceptable, entretenida y, objetivamente, muy por encima de la media de un género como el del terror, que es muy propenso a la perpetración de truños. ¿Merece las despiadadas críticas con que la están vilipendiando? Realmente, no, como se acredita en el hecho de que los espectadores más familiarizados con las obras de Poe y Lovecraft hayan podido disfrutar de los guiños a las mismas que se van desgranando a lo largo de la cinta y que van más allá de la influencia principal. ¿La recomendaría? Personalmente, pasé un rato entretenido viéndola, pero creo que hay que esperar a su continuación para poder valorarla en conjunto. En todo caso, espero ver qué hará el señor Alemán en el futuro, porque puede ser muy interesante.

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