Pues nada, que hoy ya he empezado con la vorágine anual
del festival de Sitges; un certamen que ha abierto sus puertas con el film español
Inside, una producción rodada en inglés, con guión firmado nada menos que por
cinco personas (entre ellas Jaume Balagueró, el de la saga [REC]) y dirigida por
Miguel Ángel Vivas, el mismo que en el 2010 presentara en este festival la
interesante y contundente Secuestrados. Inside es, ni más ni menos, que un
remake de la francesa À l’Intérieur (igualmente vista en Sitges), en donde se
suaviza la brutalidad y el horror gótico que abrigaba la cinta original. Mucho
mejor filmada y más digerible que ésta, la película falla y pierde fuelle al
entrar en sus delirantes veinte minutos finales, en los que el equipo de
guionistas (por completo) pierde un tanto la chaveta para adentrarse en
derroteros nada creíbles y un tanto absurdos. De todos modos, queda como una
loable intención de pulir los excesos gores de la primera a la hora de narrar
el acoso que sufre una mujer viuda y embarazada por parte de otra fémina
dispuesta a arrebatarle, al precio que sea, la criatura que está esperando.
Poquita cosa, pero al menos no aburre.
A continuación, y en un pase especial para escuelas en
el Auditorio del hotel Meliá, se ha proyectado Un Monstruo Viene a Verme, la
nueva película de J. A. Bayona y a la cual no teníamos acceso los acreditados
de prensa en el certamen aunque, por fortuna, tuve la posibilidad de visionarla
esta misma semana en una proyección especial en Barcelona. De nuevo, el
director barcelonés y al igual que hizo con la sobrevaloradísima Lo Imposible,
entra a saco con una historia que busca desesperadamente emocionar a las
plateas para hacer que los espectadores gasten kleenex a mansalva mediante el
mal rollo de un chaval de 12 años de edad, con los padres separados y una madre
tocada por un cáncer terminal, que intentará alejar sus fantasmas personales
mediante la relación que establece con un monstruo imaginario que le ayudará a
enfrentarse a su tragedia familiar. Técnicamente impecable y con unos actores
más que perfectos en sus respectivos papeles (atención al joven Lewis
MacDougall, a Sigourney Weaver, a Felicity Jones y, ante todo, a la
impresionante voz que Liam Neeson le otorga a la figura del monstruo), la cinta
entra en terreno resbaladizo por culpa de ese enfermizo hincapié en tocar la
fibra sensible del espectador sin apenas conseguirlo. Y eso que yo soy de
lágrima fácil ante historias que emocionen mínimamente pero, si les he de ser
franco, ésta me ha dejado de lo más frío. Es una lástima que un realizador que
domina a la perfección todo el aspecto técnico y actoral, se empeñe tanto en
eso de buscar la lágrima fácil de manera equívoca.
Mateo Gil, el de Nadie Conoce a Nadie y el western Blackthorn,
ha presentado Proyecto Lázaro, un film de ciencia ficción, en exceso reposado y
reiterativo en muchos aspectos, que supone una nueva vuelta de tuerca sobre el
tema de la inmortalidad, en este caso mediante la resurrección de seres humanos
tras años de crionización tras la muerte. Ambientada en un futuro no muy
lejano, la cinta se centra en el personaje de Marc Jarvis, un joven
diagnosticado por un cáncer terminal (de nuevo otro cáncer en la jornada de hoy) y que
decide suicidarse antes de ser consumido por la enfermedad para así donar su cuerpo
a una empresa dispuesta a hibernarlo y ser devuelto a la vida casi 100 años
después. La cosa, en un principio, promete. Pero el ritmo lento con el que el
realizador afronta la narración, el exceso de flahs-backs innecesarios que adornan la misma
y una cansina voz en off que envuelve casi todo su metraje, han provocado más
de un bostezo durante sus casi dos horas de proyección. Un quiero y no puedo,
lleno de interesantes referencias puntuales (tanto religiosas como a las del
mito del monstruo de Frankenstein) y del que cabe destacar la presencia de una
interesante Oona Chaplin. La cinta no ha convencido a casi nadie pero, a pesar
de sus múltiples errores y a su autocomplacencia narrativa, he de reconocer que
a mí no me ha molestado tanto como a otros espectadores. Rarezas que tiene uno.
Personalmente, he finiquitado la jornada con Train To Busan, un esperado film de Corea del Sur que, dirigido por Yeon Sang-ho,
narra las peripecias de un grupo de pasajeros cuando, en el interior de un
ferrocarril que hace la ruta de Seoul a Busan, han de enfrentarse a un grupo de
muertos vivientes tras una hecatombe zombi que asola a todo el país. La cinta
tiene nervio y entretiene gracias, en su mayor parte, a las numerosas escenas cachondas
y trepidantes en donde centenares de catervas de zombis, de esos medio
contorsionistas y de los que corren que se las pelan, se muestran dispuestos a
emular el estilo acelerado de los de Guerra Mundial Z, título con el que tiene
más de un punto de contacto. Cuando la cosa se centra más en la relación de un
padre y su hija pequeña (los principales protagonistas de la historia), Train
To Busan pierde gas y, por momentos, hasta llega a rozar el ridículo. La melaza
nunca entra bien metida a saco en este tipo de productos. Divertida, aunque
previsible y en exceso machacona con lo del papaíto y la niñita. Lástima que su
final no sea mucho más valiente y contundente. Como curiosidad, señalar que
esta misma noche y dirigida igualmente por Yeon Sang-ho, se proyecta Seoul Station, un preámbulo de esta misma cinta aunque en formato de animación, la
especialidad del director. Pero a esta película servidor ya no llegará: es
en sesión golfa y mi cuerpo necesita estar en forma para afrontar la jornada de
mañana.
En el próximo post, un poco más de este Sitges 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario